**Capítulo 8: Lluvias melodícas**

4 4 0
                                    

➳El silencio era su refugio, un espacio donde las palabras sobraban y donde sus miradas hablaban idiomas que nadie más comprendía. En medio de la rutina ensordecedora, habían encontrado un rincón donde todo cobraba sentido sin necesidad de explicaciones. El día seguía su curso, las horas se deslizaban como las gotas sobre el vidrio empañado de la pequeña cafetería, pero para ellos, el tiempo parecía detenerse. Cada segundo compartido tenía peso, una significancia que llenaba vacíos que ninguno de los dos había sabido que existían.

El murmullo de la lluvia se había convertido en la banda sonora de su conexión. No era la tormenta que arrasaba ni la llovizna que apenas se percibe; era un término medio, el tipo de lluvia que invita a la introspección, a escribir páginas nuevas en historias que aún no se han revelado. T/N lo sabía, lo sentía. No necesitaba girar la cabeza para confirmar que Jimin estaba ahí, tan perdido en sus propios pensamientos como ella lo estaba en los de él. Era un tipo de cercanía que no se buscaba, simplemente sucedía, como si las piezas de un rompecabezas finalmente encajaran después de años buscando el lugar correcto.

Jimin, pese a su serenidad, notaba la diferencia, quizá algo imperceptible para el mundo exterior, pero enorme dentro de él. Después de tantas estructuras prefabricadas de lo que debería ser una conexión humana, este momento con T/N le resultaba único. No había necesidad de adornar sus sentimientos, de apresurar la narrativa ni de buscar respuestas inmediatas. Lo que tenían, en su simplicidad, era suficiente.

El cielo, que había estado cubierto por una manta gris, comenzó a abrirse lentamente, como si se alistara para dejar que el sol tocara de nuevo la tierra mojada. En otro momento, ambos hubieran lamentado el fin de la lluvia, pero ahora, sabían que lo esencial no necesitaba de estaciones ni climas específicos para florecer. Lo que había nacido entre ellos, en la calma que la lluvia les había ofrecido, se llevaría consigo.

Se miraron. No necesitaban largos discursos ni promesas enmarcadas. El simple hecho de saberse acompañados en este viaje bastaba. Lo que vendría, lo descubrirían paso a paso, sin prisa, sin temor. Más allá de los días soleados o nublados, más allá de cualquier rol que el mundo esperara que cumplieran, habían encontrado ese rincón de paz, un refugio donde podían ser ellos mismos, donde simplemente podían ser.

Y así, aunque la cafetería volviera poco a poco a su rutina, aunque las mesas se llenaran de otros buscadores de café y conversación, el pequeño marcador de su historia seguiría en su lugar, allí donde el silencio había hablado más fuerte que cualquier grito, y donde dos almas, por un efímero instante, habían encontrado un hogar en medio del caos.

Cada detalle en esa cafetería parecía conspirar para que el momento fuese eterno, como si el universo estuviera de acuerdo en que ciertos instantes merecen más tiempo del que el reloj puede ofrecer. El crepitar de la lluvia, la suave penumbra creada por las viejas lámparas, e incluso el aroma del café flotando en el aire, creaban una sinfonía de sensaciones que los envolvía en una burbuja de quietud.

En un mundo donde todo corría a un ritmo frenético, donde las conversaciones a menudo eran atropelladas y las decisiones precipitadas, aquel breve receso se sentía como un tesoro. Había algo profundamente conmovedor en la sencillez del silencio compartido, en esa conexión que no necesitaba grandes proclamaciones ni gestos exagerados. Tan solo bastaba estar, juntos, presentes sin las presiones de lo que podría ser, sin las ansiedades de lo que no ha sido.

Ella sostenía su taza de café con ambas manos, aspirando el calor, absorbiendo el momento, mientras sus ojos navegaban por las facciones de Jimin. Se permitió admirar la serenidad que su rostro transmitía, la paz que irradiaba en su sencilla postura. Era algo raro, un regalo infrecuente en un mundo lleno de ruido. Pudo sentir cómo sus propias tensiones se disolvieron gradualmente, como si aquel ambiente cálido y la presencia reconfortante de Jimin deshicieran los nudos invisibles que llevaba consigo.

No había promesas ni planes; parecía que ambos entendían, de algún modo silencioso, que lo que compartían en ese momento era suficiente. La reconexión consigo mismos a través del otro, la idea de que no tenían que esforzarse por llenar el silencio con palabras, formaba parte de una danza delicada de entendimiento y respeto mutuo.

Podían haber hablado. Podían haber dejado que el peso de la incertidumbre se aliviara con una conversación ligera sobre cualquier cosa: el libro que Jimin sostenía, la lluvia, o incluso los temas triviales que a menudo ocupan los espacios vacíos. Pero no era necesario. La importancia de lo que estaban viviendo no residía en palabras adheridas al aire, sino en la comunicación sin esfuerzo de sus corazones, que habían encontrado en la simpleza de ese momento la comprensión que a veces el lenguaje no puede transmitir.

Finalmente, Jimin abrió los ojos, recuperando lentamente su consciencia del entorno. Cuando sus miradas se encontraron, no fue un choque, sino un flujo natural, como el agua que encuentra su camino a través de una piedra desgastada por el tiempo. Una sonrisa tranquila, apenas perceptible, se asomó en sus labios; no necesitaba ser forzada, ni ampliada. Ella respondió de la misma manera.

Ese encuentro fugaz de sonrisas fue seguido de un silencio que hablaba más fuerte que cualquier conversación. Era como si, en ese instante, ambos hubieran entendido algo esencial, algo que no requería ser discutido o resuelto, solo aceptado.

Luego, con la lentitud que caracteriza a los momentos que importan, Jimin guardó su libro en la mochila, pero el marcador, aquel pedazo de papel ordinario, quedó fuera, en la mesa, justo entre los dos. Un pedazo de papel frágil, pero al mismo tiempo poderoso, cargado de posibilidades como si sellara un pacto no hecho de palabras, pero sí de algo más profundo.

Las manillas del reloj colgaban pesadas, no apresuraban, conscientes de que, por una vez, no gobernaban el destino. Mientras sus manos se acercaban, no hacia el marcador, sino hacia la taza de café olvidada, el espacio entre ellos se acortó un poco más, no físicamente, sino emocionalmente. El peso del marcador en la mesa era un ancla suave, un recordatorio de que, independientemente del ritmo del mundo fuera de esas paredes, había un momento, un punto en el tiempo y espacio que ambos compartían y entendían, donde la lluvia fuera y la chispa dentro eran todo lo que se necesitaba.

La vida casi siempre nos lleva de vuelta al movimiento, al ruido, a la corriente imparable de la existencia diaria. Pero lo que Jimin y ella habían encontrado en aquel rincón de la cafetería no necesitaba ser preservado en promesas rígidas ni asegurado con convenciones. Era un regalo que, ya fuera pasajero u ofrecido para quedarse, había sido ineludiblemente compartido.

Este era uno de esos momentos que, cuando miras atrás, sabes que algo cambió, quizá de forma sutil, pero cambió. Y aunque volverían a sus vidas, esos trozos de tiempo continuarían siendo un refugio en su memoria, un pequeño rincón al que ambos podrían retornar, aunque solo fuese en pensamientos. En la segunda en que sus manos se rozaron al recoger la taza, una chispa de reconocimiento cruzó sus miradas una vez más: la certeza de que, más allá de cualquier palabra o promesa, habían tenido lo que más necesitaban.

Quizá la lluvia continuara por un tiempo más. Quizá la historia que estaba siendo escrita no necesitaba saber su final, porque en lo efímero estaba la permanencia de ese instante. De lo que eran mientras el resto del mundo seguía girando.➳

~𝐸𝑠𝑝𝑒𝑟𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑒𝑠 ℎ𝑎𝑙𝑙𝑎 𝑔𝑢𝑠𝑡𝑎𝑑𝑜 𝐿𝑢𝑛𝑖𝑡𝑎𝑠... 𝑅𝑒𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑒𝑛 지민 𝑙𝑜𝑣𝑒!

~𝐽𝑖𝑚𝑖𝑛~ 𝐿𝑎 𝑐ℎ𝑖𝑐𝑎 𝐼𝑛𝑣𝑖𝑠𝑖𝑏𝑙𝑒 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora