**Epílogo**

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➳El sol se deslizaba perezosamente por el horizonte, inundando la ciudad con un resplandor dorado que teñía las calles y los edificios de un cálido anochecer. Los días habían pasado como destellos de un caleidoscopio, cada uno llenando sus corazones con nuevas experiencias y recuerdos compartidos, mientras construían su vida juntos, un ladrillo a la vez. Ahora, ya no era solo un sueño, ni una promesa silenciosa sellada en un beso; era una realidad vivida, fundamentada cada día con la misma paciencia y ternura de aquel primer acercamiento que lo cambió todo.

Sus manos estaban entrelazadas, como si fueran un pacto inquebrantable, mientras paseaban por el parque que tantas veces había sido el escenario de sus encuentros fortuitos, hasta que dejaron de ser fortuitos y se volvieron intencionados, deseados. La brisa suave les acariciaba el rostro, y de vez en cuando, él se inclinaba para rozar su frente con un beso, recordatorio diario de que, a pesar de todo lo que ocurría alrededor, aquel amor genuino siempre estaría presente.

Jimin, con su risa dulce como el azúcar, se había convertido en su refugio, en cómplice y amigo. En cada desafío que enfrentaban, cada pequeña angustia, lo llevaba con paciencia, con la certeza de que, juntos, conseguirían superar cualquier obstáculo. ¿Cómo no lo harían? Después de todo, desde el día en que se embarcaron en esta aventura -o más bien, desde que comprendieron que no era un juego vacío sino una historia auténtica- habían demostrado que ellos eran inquebrantables.

Hubo risas, por supuesto; risas que llenaron las habitaciones de su hogar con ecos de felicidad incontestable. Hubo tardes soleadas en las que paseaban de la mano, explorando nuevos rincones de la ciudad, imaginando un futuro brillante, pintado con los colores que solo ellos eran capaces de ver. Y aunque también hubo noches de lágrimas, de dudas y de silencios, salieron más fortalecidos de ellos, pues el tejido de su relación estaba trenzado por la verdad y la pasión que compartían inquebrantablemente.

En los días grises, cuando las preocupaciones se cernían como nubes oscuras, uno siempre encontraba el valor y la ternura para sostener al otro, recordando aquella promesa sublimada en el beso que los unió.

Caminando hacia su futuro, sabían que el camino no sería siempre fácil, pero lo recorrerían con confianza, juntos. Porque con cada paso, se demostraban nuevamente que el amor, su amor, era una elección diaria: conscientemente decidían amarse y apoyarse, día tras día, mes tras mes, año tras año. No importaba cuán lejos llevara su sendero, porque en cada esquina había más abrazos, más besos alentadores y más aventuras a la espera.

Y mientras el sol se ocultaba, los envolvía un cierto silencio reverencial, lleno de gratitud, mientras cada uno se aferraba a la certeza inquebrantable de que su unión no era solo el fin de una historia, sino el preludio de una eternidad compartida.

Ya no se trataba de un final feliz en el sentido tradicional de la palabra; era un comienzo profundo, maduro y hermoso que se lanzaba hacia su propio futuro. Un futuro inexplicablemente entrelazado con cada día vivido y con todos aquellos aún por vivir.

Con otro beso, cargado de la misma lentitud y promesas que compartieron la primera vez, los dos continuaron caminando hacia ese horizonte dorado, sabiendo que les esperaban más dulzuras, más risas, más lágrimas, y, por supuesto, muchos más besos por venir.

Y justo en el rincón oculto de sus corazones, albergaban la certeza de que, aunque la vida trajera vueltas y desafíos, ellos siempre tendrían uno al otro y la historia que construirían, juntos, a partir de aquel simple juego que se había convertido en un amor para toda la vida.

El beso que siguió fue suave, cargado de una silenciosa promesa, como si en ese simple gesto se entrelazaran todos los sentimientos y experiencias que habían compartido. Sentiste el calor de sus labios y la seguridad de su abrazo, la certidumbre de que estaban donde debían estar, juntos.

Cuando se separaron, sus ojos se encontraron de nuevo. No había necesidad de palabras. No en ese momento. Ambos sabían que el amor que compartían no necesitaba una explicación, era simplemente algo que existía, algo que habían cultivado con paciencia, con esfuerzo y con todas esas pequeñas gestualidades que hacían que cada día valiera la pena.

La vida siguió su curso, con sus altibajos, con sus momentos de alegría y otros de incertidumbre. Pero los dos siempre encontraron en el otro un puerto seguro, un refugio donde podían ser vulnerables, donde podían ser ellos mismos sin máscaras ni defensas.

Pasaron los meses y los años, y Jimin y tú construyeron una vida juntos, una vida llena de pequeños rituales que eran solo de ustedes: las notas en el bolso, las caminatas al atardecer, los conciertos privados en la sala de estar. Cada uno de esos momentos fue como un hilo que tejía un tapiz de recuerdos, un tapiz que, aunque pudiera tener alguna que otra imperfección, no lo hacía menos hermoso.

En ese peculiar ritual de las lecturas nocturnas compartidas, encontraron una nueva historia al poco tiempo. No era tan antigua como la anterior, pero también estaba cargada de significado y sentimientos. Siguieron leyendo juntos, construyendo un universo propio, un espacio secreto en el que su amor era como un fuego que nunca se apagaba.

Una mañana, mientras disfrutaban del desayuno en silencio, Jimin dejó de repente su taza de café y buscó tu mirada con una seriedad que no habías visto en él desde hacía tiempo.

"¿Qué pasa?", preguntaste, un poco nerviosa.

Él sonrió, levantándose del asiento y dirigiéndose hacia una pequeña mesa donde algo reposaba cubierto por una fina tela. Lentamente, retiró la tela para revelar una caja de madera finamente tallada. La abrió con cuidado y sacó un delgado cuaderno, el cual extendió hacia ti.

"Escribí algo...", comenzó a explicar, "algo que quería darte en el momento adecuado."

Tomaste el cuaderno con curiosidad, sintiendo la textura de la cubierta bajo tus dedos. Cuando lo abriste, encontraste una serie de notas escritas a mano, cada una de ellas una confesión íntima, un pensamiento profundo o una simple reflexión sobre el paso del tiempo y cómo el amor había moldeado sus vidas en conjunto. Había citas de libros que habían leído juntos, extractos de canciones que solían cantar, e incluso bocetos de momentos que habían compartido.

Cada página derramaba el alma de Jimin, revelando con dolorosa honestidad no solo lo mucho que te amaba, sino también cómo habías cambiado su vida. Era un testamento de todo lo que habían vivido, una celebración del tiempo que habían pasado juntos, y una declaración de todo lo que estaba por venir.

Te quedaste sin palabras mientras tus ojos recorrían la última página en la que, con su característica caligrafía, Jimin había escrito: "Gracias por ser mi norte, mi paz y mi lugar favorito en el mundo."

Sentiste cómo las lágrimas picaban en tus ojos. Miraste hacia él, que te observaba con una mezcla de anticipación y cariño.

"Jimin...", lograste decir finalmente, pero no hiciste falta decir más. En la profunda conexión que habían formado, palabras como esas ya no eran necesarias.

Él se acercó, acariciando tu mejilla de nuevo y te atrajo hacia él en un abrazo cálido y reconfortante. Porque sabías, en ese instante, que no importaba lo que sucediera en el futuro. Lo que habían construido juntos era fuerte, real y eterno.

Y aunque el universo les presentara más desafíos, como sin duda lo haría, el amor que compartían era una antorcha que nunca se apagaría, una luz en la oscuridad que los guiaría siempre.

Ese día comprendiste que, aunque su historia había comenzado como un juego de retos y con el corazón de piedra y el dolor palpable, había terminado siendo mucho más: se había convertido en una verdadera saga de amor, una que continuaría escribiéndose con cada latido de sus corazones entrelazados.➳

~𝐸𝑠𝑝𝑒𝑟𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑒𝑠 ℎ𝑎𝑙𝑙𝑎 𝑔𝑢𝑠𝑡𝑎𝑑𝑜 𝐿𝑢𝑛𝑖𝑡𝑎𝑠... 𝑅𝑒𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑒𝑛 지민 𝑙𝑜𝑣𝑒!

~𝐽𝑖𝑚𝑖𝑛~ 𝐿𝑎 𝑐ℎ𝑖𝑐𝑎 𝐼𝑛𝑣𝑖𝑠𝑖𝑏𝑙𝑒 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora