El miércoles 19 de enero amaneció con un aire distinto. Laura no podía identificarlo de inmediato, pero lo sentía en la forma en que el viento soplaba más suave o en cómo la luz del sol parecía más tenue al filtrarse por las ventanas del salón. Al revisar su teléfono, encontró un mensaje del profesor Santiago en el grupo de clase: "Hoy me ausentaré por asuntos personales. No estaré disponible para mensajes."
El anuncio la dejó con una sensación de intriga y preocupación. Santiago no solía ausentarse, y mucho menos sin una razón aparente. La curiosidad y la empatía que sentía por él la llevaron a enviarle un mensaje directo: "Hola, profe. ¿Está todo bien? Si necesita algo o puedo ayudar en algo, por favor, dígamelo."Casi al instante, su teléfono vibró con la respuesta de Santiago: "Gracias, Laura. Todo está bien, solo estaré ocupado con asuntos personales. No te preocupes."
Aunque Santiago intentaba minimizar la situación, Laura no podía dejar de pensar en él durante el resto del día. Sabía que había algo más detrás de ese "asuntos personales", pero también respetaba su espacio. Decidió dejarlo pasar por el momento.Al día siguiente, en medio de una conversación con una de sus amigas, Laura se enteró de que el 19 de enero había sido el cumpleaños de Santiago. Un sentimiento de culpabilidad la invadió de inmediato. ¿Cómo no se había dado cuenta? ¿Cómo había pasado por alto un detalle tan importante?
Ese mismo día, al final de la clase, Laura se acercó a Santiago mientras él guardaba sus cosas. "Profe, quería disculparme por no darme cuenta que ayer fue su cumpleaños. ¡Feliz cumpleaños atrasado!"Santiago levantó la mirada de sus papeles y sonrió, una sonrisa sincera pero ligeramente cansada. "Gracias, Laura, pero no te preocupes. No soy de los que disfrutan celebrando su cumpleaños. De hecho, por eso me tomé el día libre, porque mi hija y mis padres querían pasar el día conmigo, y no pude decirles que no."
Laura asintió, comprendiendo un poco mejor la situación. "Aun así, lamento no haberlo sabido. Usted siempre está al tanto de nosotros, y me hubiera gustado hacer algo por usted."La sonrisa de Santiago se suavizó aún más. "Lo aprecio, Laura. En serio. Pero a veces, un día tranquilo con la familia es todo lo que necesito."
A partir de ese día, Laura notó un cambio en su relación con Santiago. La confianza entre ambos creció de manera natural. Las conversaciones, que antes se limitaban a lo estrictamente académico o a temas superficiales, empezaron a profundizarse. Hablaron de sus familias, de sus miedos, de sus sueños y, en ocasiones, de esos temas delicados que requieren un grado especial de confianza.
Santiago compartió con Laura algunos detalles sobre su hija, una niña de ocho años que era el centro de su mundo. También habló de la relación con sus padres, que aunque cercana, estaba marcada por ciertas tensiones que no podía ignorar. Por su parte, Laura se sintió cada vez más cómoda compartiendo detalles de su vida que antes había mantenido guardados, como los sentimientos de abandono por parte de su padre, y cómo había afectado su confianza en los demás.
La química entre ellos era palpable, pero en lugar de ser algo que incomodara o perturbara, se convirtió en un vínculo que los unía de manera sutil pero significativa. Ambos entendían que había una línea que no podían cruzar, pero dentro de los límites de su relación profesor-alumna, encontraron un espacio seguro para ser ellos mismos, sin juicios ni reservas.Con el paso de los días, Laura y Santiago descubrieron que sus conversaciones eran algo más que simples intercambios de palabras. Eran momentos en los que ambos podían escapar, aunque solo fuera por un rato, de las presiones y responsabilidades que los rodeaban. Momentos en los que la comprensión mutua se convirtió en un refugio inesperado, pero muy necesario, para ambos.