Laura estaba radiante de felicidad; no solo había cumplido 20 años, sino que también estaba a punto de cerrar un ciclo importante en su vida: terminaría la preparatoria este año. Todo parecía ir por buen camino, y Laura se sentía orgullosa de lo que había logrado. Sin embargo, en abril, su madre tomó una decisión que cambiaría las cosas drásticamente: decidió marcharse nuevamente, llevándose consigo a su hermano pequeño.
Este hecho dejó a Laura con un profundo dolor en el corazón. Había cuidado de su hermano desde que él era apenas un bebé, y su ausencia dejó un vacío difícil de llenar. La frustración se apoderó de ella, y se intensificó al darse cuenta de que estaba a punto de enfrentar el final del curso escolar, con las responsabilidades de la casa y el trabajo apilándose sobre sus hombros.
En esos momentos de incertidumbre y desconsuelo, Santiago se convirtió en su roca. Siempre estaba ahí, brindándole apoyo constante y recordándole con firmeza que no estaba sola. "Eres fuerte, Laura. Puedes con todo esto," solía decirle, llenándola de ánimos y haciéndola sentir que había alguien que siempre creía en ella.
Llegó el día especial: las fotos de graduación. Laura quería presentarse de manera diferente, sintiéndose segura de sí misma y proyectando la imagen de la mujer fuerte y resiliente que había llegado a ser. Se levantó temprano aquella mañana, planchó su cabello con esmero, se maquilló con delicadeza y eligió un atuendo que resaltara su belleza natural. Mirándose al espejo, se sintió satisfecha; por primera vez en mucho tiempo, se veía y se sentía bonita.
Al llegar al instituto, Laura se encontró con Santiago. Al verla, Santiago mostró una expresión de sorpresa, como si estuviera viendo a una versión distinta de la chica que había conocido. Sin embargo, no dijo nada al respecto, manteniéndose fiel a su forma de no intervenir en las decisiones personales de Laura. Ella había aprendido a no esperar elogios directos de él, pero de alguna manera, sabía que su silencio reflejaba una admiración silenciosa.
Antes de terminar su jornada escolar, Laura se dirigió a la oficina de Santiago. Lo encontró trabajando, absorto en algunos documentos. Al verla, él levantó la mirada y sonrió. Laura lo abrazó sin decir palabra alguna. En ese abrazo, Laura sintió algo más que cercanía física; sintió paz, seguridad y, sobre todo, amor. No era un amor romántico, sino un afecto sincero, casi paternal, que le demostraba cuánto le importaba a Santiago."Nos tomamos otra foto, ¿te parece?" le pidió Laura, con una sonrisa tímida.
"Claro," respondió él, devolviendo el abrazo. El abrazo duró unos segundos más, pero para Laura, significó todo. En ese instante, supo que, pase lo que pase, siempre tendría un lugar donde sentirse comprendida y valorada.Después de las fotos, Laura salió del instituto y, al llegar a casa, revisó su teléfono. Tenía varios mensajes de Santiago, pidiéndole las fotos que se habían tomado. Él también le había enviado las que estaban en su propio teléfono. Laura se quedó mirando las imágenes por un momento, viendo en ellas no solo los rostros sonrientes, sino también el reflejo de un lazo que había crecido y fortalecido con los años.
Ese día terminó con un mensaje de Laura para Santiago: "Gracias por estar presente en mi vida. Buenas noches." Y, mientras apagaba las luces y se preparaba para descansar, Laura supo que, aunque su madre y su hermano estuvieran lejos, nunca estaría realmente sola.