Un Adiós Velado

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El contacto entre Laura y Santiago se había mantenido constante, pero ambos sentían que la conexión que alguna vez los unió con tanta fuerza se había desvanecido. Laura había llegado a la conclusión de que Santiago nunca la tomaría en serio y que la dependencia emocional que había generado hacia él se disipaba cada día más. Con el tiempo, entendió que la única responsable de su felicidad era ella misma. Aunque aún conversaban y compartían momentos, la necesidad de saber uno del otro ya no era tan intensa.

Un día cualquiera, Laura decidió enviarle un mensaje a Santiago. "¿Tienes cosas que hacer hoy?" le preguntó. La respuesta de Santiago fue breve: "No, estoy trabajando online. Si quieres, puedes venir a mi casa". Laura aceptó y decidió arreglarse para él. Se puso una falda floreada, un suéter beige, medias negras, y unos zapatos color café. Bajo esa ropa llevaba una lencería que había elegido con cuidado, sin saber muy bien por qué, ya que su corazón no latía con la misma intensidad de antes.

Al llegar a la casa de Santiago, lo encontró absorto en su trabajo. Laura se sentó en el sillón de la sala y esperó. Pasaron algunos minutos hasta que Santiago se acercó y se sentó a su lado. Sus miradas se cruzaron, y en ese silencio compartido, algo se removió en el fondo de Laura, una mezcla de nostalgia y melancolía por lo que alguna vez fue y ya no sería.

Santiago, sin decir palabra, le pidió con la mirada que se pusiera de pie. Laura lo hizo, y Santiago también se levantó, rodeándola con sus brazos en un abrazo que había sido familiar y reconfortante en tiempos pasados. Sentir el cuerpo de Santiago contra el suyo le devolvió momentáneamente esa sensación de paz y seguridad, de un cariño que, aunque cambiante, seguía presente.
Los besos y las caricias fueron casi inevitables. Ambos se entregaron al momento, a la costumbre de su cercanía. Sin embargo, esta vez, algo había cambiado. No había la misma pasión, la misma urgencia, la misma conexión que había caracterizado sus encuentros previos. Laura lo sentía, Santiago también lo sabía. Era como si sus cuerpos repitieran una coreografía que, aunque conocida, ya no vibraba con la misma intensidad.

Todo terminó con un susurro de Santiago al oído de Laura, un simple "gracias por estar presente en mi vida". Laura lo miró, asintió y respondió con un seco “cuídate". No hubo palabras de amor ni promesas para el futuro. No eran necesarias.
Laura salió de la casa de Santiago y se dirigió a su propio hogar. Mientras caminaba por las calles, sintió una liberación inesperada, como si finalmente estuviera soltando una carga que llevaba encima desde hacía mucho tiempo. No sentía tristeza, ni siquiera enojo, solo una extraña paz que la envolvía.

Esa tarde, mientras se miraba en el espejo de su habitación, Laura se dio cuenta de que había cambiado. La joven que alguna vez buscó en Santiago respuestas y seguridad había quedado atrás. Ahora sabía que, aunque él siempre tendría un lugar en sus recuerdos, su camino hacia adelante lo recorrería sola, con la certeza de que su felicidad dependía únicamente de ella misma. Y con eso, Laura se sintió completa por primera vez en mucho tiempo.

"Aulas de silencio"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora