Panna cotta de café

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Seo Akira adora ir de compras al supermercado. Es de sus actividades favoritas de la semana desde que se mudó sólo a un departamento hace años: le encanta escoger las frutas, las verduras (que normalmente son más fáciles de encontrar en los mercados), la carne, el pan... Cosas en general para llenar su nevera.

Seo Akira normalmente cuida muy bien de su salud: come bien, hace ejercicio, no bebe, no fuma, duerme suficiente... Pero hoy es diferente.

Son las once de la noche del lunes y recorre los pasillos del supermercado en pijama. Está tan agotado, pero al mismo tiempo tiene una creciente preocupación atorada en la garganta. No quiere pensar en ello ahora. Ni siquiera tiene hambre.

Akira no comprende muy bien sus sentimientos en estos momentos. No entiende por qué está tan preocupado por Sora o por los chicos del estudio en general, es solo que no puede evitarlo.

Que piensa en la última vez que vio a Lee Sora a través de un cristal en el hospital y lo único que hace es preguntarse una y otra vez si ahora mismo se encontrará bien. Si al menos está un poquito mejor, si duerme calentito, si cenó... Seo Akira detesta la incertidumbre.

El supermercado es una actividad tan automática y sistemática para él. Es tan simple, tan larga y relajante al mismo tiempo. Le encanta estar ahí, le encanta llenar el carrito y luego escuchar como sus cosas son pasadas por el lector de códigos que corta el silencio del supermercado vacío.

Luego lleva las pesadas bolsas de tela hasta su auto. Eso le es sencillo, sí. No es un trabajo tan duro o exigente. Le gusta lo simple, es verdad. Lo cotidiano, ambiguo, rutinario. Las variantes lo hacen salir de sí mismo. Entra en pánico y busca refugio en lo conocido.

Lee Sora decidió que quiere morir.

A él le gusta hacerse daño. Hacer las cosas que odia, quizás. O quizás no le gusta, simplemente no le importa. Cree que debe hacerlo. Hace lo que le pidan todo el tiempo. Hacer cosas por los demás.

Quizás es estúpido que la última vez que decidió terminar con su vida se arrepintió porque pensaba que era egoísta dejar a Sam sin plataformas de streaming. Así es: Sora sentía que era menos importante que eso. Que Sam extrañaría más tener Netflix que sus abrazos fríos de manos sin carne.

Hoy no está muy seguro. Probablemente no decidió que quiere morir, solo asumió que será así en un par de horas. Que su cuerpo ya no va a resistir tanto esfuerzo, tantos meses sin dormir, tanta falta de alimentos y de agua. La mochila que cuelga en su espalda con apenas un cambio de ropa, un gato anaranjado de plástico y un paquete de estrellas fluorescentes es en realidad como cargar la piedra más grande del mundo. No puede más y es por eso que se detiene en el estacionamiento de un supermercado conocido.

Sora llora.

Ya no lo puede soportar, solo llora porque duele.

- ¿Dónde? - recuerda la voz de la enfermera.

- Por todas partes - repite en un sollozo.

Está tan débil que se deja caer contra una columna cercana a la entrada del supermercado. No pensaba entrar, pero su cuerpo le pedía que lo hiciera. Que buscara comida.

Cuando era pequeño, le gustaba dibujar. Su madre le había regalado un cuaderno de dibujo y lápices de colores antes de mudarse a casa de su padre. Sora no entendía por qué no podía quedarse con mamá. No lo entiende tampoco ahora.

Papá odia a Sora.

Papá no le da de comer, dice que no lo merece.

Y Sora pasa sus tardes dibujando en su cuaderno de dibujo. Dibujando comida que extraña e imaginando su aroma. Cierra los ojos, llevando un trozo del papel a su boca y casi puede asegurar que la saborea.

Damn fucking foodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora