uñas largas

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La primera vez de Sora teniendo relaciones sexuales fue a los trece años, con un amigo de mamá. Un compañero de trabajo de la mujer que constantemente iba de visita. Un hombre con el que a veces lo dejaba a solas.

Sora no lo entendió para ese entonces. No lo entiende ahora. No entendió lo que ese hombre le hizo y tampoco el enojo de mamá con ambos.

Su segunda vez fue a los diecisiete años, con su mejor amigo: Hwang Sam.

Sam tenía apenas catorce, pero estaba obsesionado con perder la virginidad porque muchos chicos de su clase decían ya haberla perdido, presumiendo que era de lo más asombroso.

Sora estaba varios años atrasado respecto a su grado escolar, por ello eran compañeros de aula. Sora notaba a Sam incómodo cuando los demás chicos hablaban sobre el tema, burlándose de aquellos que aceptaban seguir siendo vírgenes. Sora quería ayudar a su amigo a no sentirse tan mal consigo mismo.

— Hazlo conmigo — le propuso tímidamente cuando hablaban de ello una tarde en la habitación del mayor. Sam sonrió enormemente entonces, abalanzándose sobre él para llenarle la cara de besitos. Sin duda alguna, Sora era el mejor amigo que se podía tener.

Esa misma noche, Sam pidió permiso en casa para quedarse a dormir con Sora. Le dijeron que sí. Pusieron el pestillo en la puerta y tuvieron sexo. Un sexo cuidadoso, tranquilo, experimental para ambos... Sora debajo de Sam y las manos del menor tomándolo con todo el cuidado del mundo, haciéndolo sentir querido.

Sora se obsesionó con la belleza y el cuidado de Sam desde ese día. No sabía que alguien podía ser tan amable con su cuerpo.

Tiempo después, a sus diecinueve años, comenzó a tener relaciones frecuentemente con Han Peter. El director - para ese entonces un simple camarógrafo de fingida timidez - tenía un alto interés en el castaño. Le coqueteaba descaradamente durante los descansos hasta que una mañana se encontraron a solas en la sala de almuerzos. Peter se lo propuso y Sora dijo que sí, que estaba bien. Aquello se repitió varias veces a lo largo de los años, siempre entre las paredes del estudio de noticias.

Por algún motivo, la gente a su alrededor se encontraba maravillada ante su sutileza durante el acto sexual. Lo encontraban bello, dócil y muy disfrutable. El cuerpo de Sora era fácil de manejar.

Akira se dio cuenta de eso.

Hace varias semanas que no salían de casa. Sora disfrutaba estar a solas con Akira en la habitación, recibiendo caricias sobre sus piernas delgadas y sus manos frías. Akira era cuidadoso en un principio, luego se volvía... un poco más brusco.

Lo atraía con roces leves y caricias sutiles, con abrazos y besos cortos. Sora se decía que estaba bien, que podía tocarlo si quería, que eso hacen los novios. No importaba si le dolía más tarde: él amaba a Akira y quería hacerlo feliz. Akira decía que lo amaba. Todo el tiempo repetía aquella frase, antes y después de las cosas que dolían: — te amo.

Una vez más, Sora necesitaba dar algo valioso de sí para que las personas no se fueran de su lado. Y, si Akira disfrutaba teniendo sexo con él, entonces se lo daría sin problemas. Solamente, quizás, porque Sora adoraba escuchar que lo amaba.

Akira cubría su boca con una mano y con la otra sujetaba sus muñecas atadas con cinta sobre su cabeza. A Akira no le gustaba que hiciera ruido, pero Sora lo entendía: sería vergonzoso si los vecinos se enteraban de sus noches de pasión.

Por otro lado, comenzaba a ser una costumbre eso de las manos atadas, y no sólo durante el sexo: Akira le ataba las manos para que no lo golpeara.

Porque Sora quizás estuvo a punto de asesinarlo uno de esos días.

Damn fucking foodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora