Vino tinto

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Akira está siendo muchísimo más estricto con Sora. Se las ingenió para atar sus manos a sus espaldas y encadenar su cuello con una larga correa como si fuese un perro. Ya no tiene manera de escapar y entonces Akira suele dejar la puerta del departamento abierta, como si fuese una burla.

Ese día, incluso si ha tenido oportunidad de ducharse otra vez luego de ser abusado y herido, permanece atado y con la boca cubierta.

Akira lo vistió de manera elegante, como si tuviesen algo importante por hacer. Lleva una camisa y... Eso es todo. Lo más elegante que ha usado hasta la fecha desde que viven juntos en aquel lugar.

Sora no se queja: no puede hacerlo. Literalmente no puede.

Akira vuelve del supermercado con una botella de vino y una caja con copas de vidrio. Y Sora llora escandalosamente desde el suelo del salón, berreando desde lo más profundo de su garganta con la ilusión de ser soltado al menos un ratito para descansar del dolor que le producen las cadenas y la cinta.

Pero su novio no hace caso.

El azabache corta vegetales en la cocina mientras tararea una canción que, Sora sabe desde ese momento, jamás saldrá de su cabeza. Se quedará por siempre como un suplicio que poco a poco hace más daño y se clava más profundo.

El sonido del cuchillo cuando se estampa contra la madera de la tabla de cortar es algo verdaderamente abrumador. No puede sacar de su cabeza la imagen de Akira hiriendo su brazo hace un par de días y eso duele de todas las maneras imaginables. Duele física y emocionalmente.

Después de un buen rato, Akira se agacha frente a él con una sonrisa gigante en el rostro. Eso le da miedo.

— Compórtate bien hoy, ¿bueno? — coloca una mano sobre su muslo y la otra en su cabello, acercando su rostro. Besa sus labios por encima de la cinta que le cubre la boca y luego la arranca de un solo jalón, lastimando su rostro que de por sí ha dejado de lucir saludable. — Y deja de llorar o tendré que cortarte esa bonita lengua que tienes, bebé.

¿Por qué Akira suena tan dulce y amable sin importar lo que diga...? Sora se da asco a sí mismo por seguir enamorado de él.

¿Son las palabras que utiliza...? ¿Su tono encantador? ¿Su sonrisa? ¿Su mirada tranquila? ¿Es acaso que simplemente Sora está obsesionado con buscar a alguien que lo quiera...?

En un rato más consigue calmarse, acomodando su cuerpo en una esquina de la cocina mientras mira que Akira abre la nevera.

Sora no se esperaba lo que vio entonces: un ataúd helado, un refrigerador vacío por completo, con escarcha y la temperatura al mínimo. Akira nota que lo está observando; podría jurar que justamente por eso abrió la nevera en ese momento: para mostrarle.

— Bonito, ¿cierto? — le dedica una mirada que Sora no consigue descifrar. — Tendremos un nuevo compañero de piso y le preparé esta habitación.

Sora no lo entiende. Al menos no hasta que llaman a la puerta y Akira le pide que reciba a las visitas.

Le parece tan confuso en un primer momento... Le da miedo. Está asustado porque para Akira es algo que se dice con tanta naturalidad que llega a imaginarse que aquella visita debe ser igual a él. Piensa que Akira intuye que su amistad no se escandalizará al verlo en ese estado y entonces no quiere abrir la puerta.

— ¡Te dije que abras! — le grita cuando comienza a tardarse en su recorrido por el pasillo. Se acerca a él por la espalda y lo empuja un poco con una mano. Decide cortar la cinta que mantiene sus manos unidas a su espalda con el cuchillo de cocina que usaba hace un momento, para que le sea más fácil hacer lo que le pide. Sora se apresura porque no quiere hacerlo enojar más: ya sabe qué clase de castigos le tocan si se porta mal.

Damn fucking foodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora