Cena para dos

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Hace demasiado tiempo que Sora no tenía sus manitos libres. Ya dolían demasiado y sus muñecas estaban irritadas, rojas y heridas.

Akira lo desató por primera vez solo para meter su cuerpo en una tina con agua calentita para lavar su frágil cuerpo.

— Vamos a ponerte muy bonito — promete el azabache con una sonrisa mientras echa agua en su cabeza. El tinte rojo va cayendo de a poco por los hombros del mayor, revelando su nuevo tono de cabello. A Akira le encanta cómo luce con ese color. — Mi amor, eres tan hermoso.

Sora abraza sus propias piernas dentro de la tina, jugando de vez en cuando con el gua que le llega casi al cuello. El agua es caliente, pero tiene demasiado frío. Es doloroso para sus huesos aquel gélido contacto que se expande desde adentro de él.

Está llorando, pero al agua solo caen gotas rojizas. Siente como si en realidad estuviese en una tina de sangre y eso no le perturba, pero las manos de Akira acariciando su columna vertebral sí son tenebrosas.

Sora comprende que Akira se encuentra excitado por verlo de aquella manera, quizás también por imaginar que está cubierto de sangre. Deja de limpiarlo y se sienta por ahí para tocarse un rato mientras lo mira secar su cuerpo y vestirse con la nueva ropa que le trajo.

Sora se siente incómodo por ver a su novio de esa manera. Le da asco pensar que su devastado cuerpo es algo que a Akira le atrae. Que sus huesos tan salidos, los moratones, la sangre de sus labios y los rasguños por sus extremidades son algo que hace que se corra en menos de dos minutos, obligándolo a arrodillarse frente a él para limpiarlo con su lengua como si fuese un helado derretido.

Akira ha dejado de ser amable.

Lo deja sólo por un rato para que termine de arreglarse y Sora entra en pánico. No sabe lo que debería hacer.

Finalmente, aquella cita prometida se llevaría a cabo esa noche. Irían a pasear por la calle, comerían algo delicioso en algún restaurante caro y Sora intentaría aprovechar para buscar ayuda.

No sabía cómo hacerlo.

Le queda poco tiempo antes de salir. Su corazón se acelera y sus ojos lloran sin permiso, como un par de ríos que no dejan de fluir.

Camina hasta la cocina con las piernas temblorosas y busca en los cajones, intentando no hacer demasiado ruido para que Akira, quien se viste por su cuenta en la habitación principal, no escuche sus planes.

Consigue una hoja de papel de cocina y un cuchillo; utiliza el filo del cubierto para cortar un poco la piel de su muñeca, escribiendo de paso la palabra "ayuda" en hanja. Con la sangre que escurre, escribe en el papel de cocina una pequeña oración con su nombre, su domicilio y el número de teléfono de la policía. Piensa que así será más fácil de entender.

Guarda el mensaje en su bolsillo y lava su herida, cubriendo la piel con la manga del suéter que Akira le regaló hace un rato. Un suéter con capucha para que cubra su rostro.

Se sienta en el salón para acariciar a Pequeño (su gato) por un rato, en lo que espera por su pareja para salir a pasear.

— Ese no es un nombre — recuerda que Akira le dijo cuando le comunicó el nombre del animal la primera vez.

Se ríe por la memoria. No era divertido, pero reía porque estaba nervioso.

El gato no se mueve, no ronronea, no maúlla ni le hace masajes con sus bonitas patitas blancas. Pequeño sólo dormía, igual que Sora.

— Hora de irnos, mi amor — le dice Akira saliendo de la habitación principal. Sora lagrimea un par de veces más, como si fuese duro dejar a Pequeño esa noche. Como si en serio se creyera que no va a volver nunca, que su plan saldrá bien.

Damn fucking foodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora