Capítulo Cuatro

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Fluke abrió los ojos, cuando sintió que una mano le agitaba el hombro.

El sol había cambiado su posición en el cielo.

—Ya es hora de marcharnos —Ohm se agachó y lo levantó con mucha delicadeza.

Lo último que recordaba era dejar el vaso de vino vacío en el mantel. Había logrado dormir un par de horas. Fluke se estiró un poco los pantalones y se pasó la mano por el pelo.

—¿Por qué no me has despertado antes?

—Porque pensé que era mejor que descansaras un poco —Ohm dobló la manta. La cesta de la merienda ya no estaba allí.

—¿Y por qué me has traído a este sitio? —preguntó Fluke por curiosidad.

—Porque a lo mejor estaba intentando que resurgieran recuerdos de la familia que abandonaste en Italia.

—¿Cómo dices?

—Fino, Maddalena y Teresa —precisó Ohm—. Aunque no me lo hayas preguntado, tu abuelo y tus tías abuelas están todavía vivos y muy bien.

Ohm se dio la vuelta y empezó a caminar en dirección a la carretera.

Fluke lo siguió.

—¡Escribí muchas veces a mi abuelo y él nunca contestó!

—No digas más mentiras —le aconsejó Ohm con un tono frío, cuando Fluke se puso a su lado—. No escribiste. Si lo hubieras hecho, me habría enterado.

—¡Sí escribí! —protestó Fluke, pero de pronto se acordó de que en aquel tiempo había sido Della la que se había encargado de echar las cartas.

¿Cómo habría sido capaz su madre de hacerle una cosa así? Estaba claro que veía como un peligro, la comunicación que pudiera haber entre Fluke y Gino Natouch.

—¡Seguro que mi madre no echó las cartas! —exclamó Fluke.

Ohm lo miró, y permaneció en silencio.

Fluke giró la cabeza, consciente de que él no se había creído aquella excusa. Pero lo cierto era que había escrito varias veces a su familia. Aunque los primeros meses que pasó en Londres fue un tiempo que se sintió muy desorientado...

De vuelta otra vez al mundo del que su padre lo había apartado, se sintió perdido. Se encerró en el piso de su madre, como un animal herido.

Después de ver a Ohm en brazos de aquella mujer, se sintió desdichado. Ohm había sido todo para él, la única persona que había amado y en la que había confiado, la persona en la que se había apoyado en tiempos de crisis.
De pronto, se había dado cuenta de la realidad de su matrimonio, un matrimonio que era sólo una charada. Pero a lo que no estaba dispuesto era a decirle a Ohm lo destrozado que se había sentido al dejarlo y lo mucho que había tardado en recuperarse.

Fluke se metió en el cuatro por cuatro. Le había dicho que era un hombre muy rico. Thitiwat... el banco de Cagliari. Recordó haber visto anunciado ese banco en algunas revistas. Recordó haber leído un artículo sobre la legendaria familia de banqueros en Italia, una familia que no quería salir en las revistas, porque treinta años antes habían secuestrado a uno de los componentes de la familia.

Dos meses después de conocer a Ohm, él había ido a decirle a su abuelo que su hijo, el padre de Fluke, Marco, había muerto en un accidente de automóvil.

—Cuando tu padre te contó aquello de que estaba intentando reconciliarse con tu madre, cuando te trajo aquí y te dejó con una familia que no conocías, admito que fue un acto irresponsable y egoísta, piccolo mío —recordó que le había respondido en su momento Ohm—. Pero nunca digas que te han raptado, porque tengo un tío que todavía te puede enseñar las marcas de un verdadero secuestro.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora