Capítulo Ocho

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—Pero en su pasaporte tiene el apellido Natouch, signore —le dijo
el inspector de policía, frunciendo el ceño con sorpresa—. Según esto usted está soltero.

—Flukie solicitó el pasaporte británico, con su nombre de soltero, antes de casarnos —mientras Ohm hablaba, él lo observaba. Llevaba un traje muy elegante, color gris perla, ajustado a sus hombros y a sus estrechas caderas.

Fluke no podía apartar la mirada.

—¿Conservó el apellido Natouch por precaución? —preguntó el hombre, dando a entender que sabía que en un tiempo atrás un miembro de la familia Thitiwat había sido raptado—. De todas maneras, le recomiendo que lo actualice. Su cara ha aparecido en todos los periódicos y en la televisión. Es una ironía, signor... su ilustre familia tiene fama de proteger celosamente su privacidad, pero su esposo no puede ir a ningún sitio en Italia sin que lo reconozcan como un Thitiwat.

Ohm se puso tenso, y su cara se ensombreció.

Fluke estaba convencido de que aquella información lo había afectado. Lo primero que le dijo cuando lo encontró en La Rocca, era que tenían que ser discretos. Hasta ese momento no había sabido a qué se refería. La familia de Ohm era una de las familias con más dinero de Europa. Ni siquiera se creía que iba a volar a Roma con él.

—Es una tontería que me obligues a acompañarte a Roma —le dijo Fluke muy bajo, mientras miraba cómo el policía se metía en su coche.

—Cuando te subes a una montaña rusa, y estás arriba, no puedes decir que quieres bajarte porque tienes miedo.

Fluke palideció. La tensión que había entre ellos casi se podía palpar. El sonido de las hélices del helicóptero rompió el silencio del valle. Fluke miró para el otro lado, intentando distraerse. Ohm lo agarró del brazo.

—¡No estoy asustado! —le informó, metiéndose las manos en los bolsillos de su pantalón de verano.

—Pues deberías estarlo —comentó Ohm—. Porque hay una debilidad que no compartimos. Yo nunca seré un esclavo de la pasión. Cuando sea el momento de partir, ¿qué vas a hacer si sientes que nuestra aventura debe de continuar?

A escasos milímetros de su musculoso cuerpo, absorbiendo su erótico poder que le laceraba su orgullo y lo llenaba de malos presagios, Fluke lo miró, luchando porque las piernas no se le doblasen.

—Pues me cortaría el cuello —contestó con desprecio.

Los ojos de Ohm brillaron, y sonrió.

—Morir o curarte, todo o nada... qué poco has cambiado, caro. Pero por desgracia en la vida a veces no es tan simple elegir.

—Es lo simple que tú quieras que sea —le dijo Fluke, apretando los dientes, luchando por la atracción tan fuerte que sentía por él. Apretó los puños y se metió las manos en los bolsillos, para aguantar la tentación de tocarlo.

Deseaba sentir su contacto, oler su aroma, satisfacer el deseo que le subía por el cuerpo y se le agarraba al cuello, que hacía que su cuerpo se hínchase.

—Satisfacer los deseos sexuales no es siempre tan sencillo, porque no somos animales. ¡Qué inocente eres, a pesar de tu avaricia! Eres capaz incluso de admitir tu ignorancia. Pero cuanto más te engañes a ti mismo, peor lo vas a superar.

Con el pulgar le acarició los labios. De forma involuntaria, cerró los ojos y abrió la boca para chuparle el dedo. Cada uno de los músculos de su cuerpo se tensó de anticipación. De pronto sonaron golpes en la puerta. Fluke se asustó. Cuando abrió los ojos, Ohm ya había ido a abrir.

Un hombre con traje oscuro, al que Ohm llamó Nardo, levantó las maletas que había en la escalera. El helicóptero había llegado y era hora de marchar.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora