Capítulo Diez

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Fluke llegó a varias conclusiones durante las siguientes treinta y
seis horas.

Dio vueltas por la casa, lloró y durmió a ratos, todo ello sin abandonar la habitación de Ohm. Lo exasperante era que los sirvientes de la casa lo interrumpían constantemente para ofrecerle algo de comer o de beber. Acostumbrado a encerrarse en sí mismo para darle vueltas a sus problemas, encontraba muy difícil concentrarse con la suficiente pasión.

Estaba claro que Ohm había dejado claras instrucciones de que le ofrecieran comida cada hora. Pero a él le habría gustado que lo hubieran dejado en paz.

Encontró a Hamish, su osito de peluche, en una de las estanterías de la habitación de Ohm. Se abrazó a su juguete como si fuera su mejor amigo.

Ohm se había ido. Se sentía desgraciado, abandonado, atormentado por la pérdida y la soledad. Se había apagado la luz de su vida. Sabía que era un poco melodramático, pero era así como se sentía y no podía hacer nada por evitarlo. Ohm le había ofrecido tres semanas, pero al parecer con un solo día se había quedado satisfecho.

La única razón aparente por la que parecía que le retenía en Italia era por la posibilidad de que Ohm lo hubiera dejado embarazado. Seguro que cuando él le pudiera decir que no lo estaba, lo dejaría marcharse. Era mejor no pensar en la posibilidad de que ocurriera lo contrario. Era horrible pensar que se hubiera podido quedar embarazado de un hombre que no quería ser su marido, que no estaba dispuesto a soportar esa carga.
No, Ohm no lo quería y era evidente que nunca lo iba a querer. Estaba claro que lo consideraba un hombre un tanto obsesivo y excesivo. Era su opuesto en todo. Él era una persona intelectual, auto disciplinado, lógico y reservado... por lo menos en lo que al amor se refería...

Cuando Ohm se casara de nuevo, seguro que lo haría con alguien como la rubia a la que había visto en Cagliari cinco años antes. Una persona encantadora, elegante y equilibrada, más o menos de su edad, que no tuviera un comportamiento tan inmaduro.

Alguien que le sonriera con dulzura. Alguien que le dejara decir la última palabra. Alguien que no se riera cuando él se cayera en el baño, en mitad de una discusión. Alguien de sangre azul, que pudiera ser aceptado
por la familia Thitiwat. Aunque Ohm le hubiera dicho a su padre que los Thitiwat no pertenecían a la realeza, él vivía como un rey.

El primer paquete llegó cón el desayuno, el segundo día.

Lo abrió y vio que era un chiste enmarcado de un hombre que se había caído en una bañera. Y en la parte inferior, con letra de Ohm, se leía: Confieso que algunas veces me tomo las cosas demasiado en serio...

Fluke se quedó mirando con la boca abierta. Había pasado mucho tiempo, desde que Ohm había hecho una demostración de su talento. Se echó a reír y se levantó de la cama, para irse a la ducha a lavarse el pelo.

El segundo paquete llegó al medio día. Esa vez era un dibujo también, pero el protagonista era él, que también estaba metido en la bañera, gritando porque tenía el pelo y la ropa empapados. Fluke, esa vez no se echó a reír con tanta rapidez como la vez anterior, porque pensó que de haber sido cierta aquella escena, se hubiera enfadado bastante.

Típico de Ohm. Con una mano daba y con la otra abofeteaba. Sin embargo, sonrió. Después se fue a poner un conjunto de color verde claro, que se ponía solo para alguna ocasión especial. Cuando oyó el helicóptero, decidió recibir a Ohm con una sonrisa. Incluso en la distancia era capaz de manipularlo.

Estaba en el vestíbulo cuando Ohm entró en la villa. Con un traje beige de corte muy elegante, con una camisa blanca y corbata de color granate, tenía un aspecto que quitaba la respiración. Treinta y seis horas sin verlo lo habían hecho olvidarse de lo guapo que era. Se quedó mirándolo, asustado de si mismo por el amor tan profundo que sentía por él.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora