Capítulo Seis

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Después de la comida, Ohm le dio una vuelta a Fluke en coche.

Había pasado toda la mañana con Teresa y Maddalena, llamando por teléfono a algunos vecinos. En el pueblo, donde la mayoría de los jóvenes se iban, cuando tenían edad suficiente para empezar a buscar trabajo, no les extrañó lo más mínimo su prolongada ausencia y le acogieron con mucha hospitalidad.

Sin embargo, cuando Fluke arrancó su coche un silencio tenso se apoderó de ellos. Al poco tiempo llegaron a la casa que en otro tiempo había sido su hogar. Fluke miró por la ventanilla. Todos lo que veía le traía amargos recuerdos. Lo primero que se fijó fue en los muros de piedra y las tejas de barro, deteriorados por el tiempo.

—¿Qué pasó con mis gallinas? —preguntó.

—Supongo que alguien se las comió.

Sin mirarlo a la cara, Fluke suspiró.

—¿Y Angela?

—Pues supongo que pasó a mejor vida?

—¿Y Milly y su ternero? —le preguntó, sintiéndose incluso más tenso.

—Los vendieron.

—¿Topsy y Pudding? —le preguntó, una octava más alto—. ¿También han desaparecido?

—Sí.

—¿Y qué hiciste con mis gatos? —le preguntó—. ¿Te los comiste, los vendiste, o los enterraste?

—Me los llevé a Roma conmigo.

—Oh... —sonrojándose por la vergüenza y la sorpresa, Fluke se cruzó de brazos y volvió la cabeza.

Temblando, lo siguió hasta la casa y entró en el salón, que tenía un techo muy bajo y dos sofás muy cómodos. Se fue a la ventana y miró el jardín que él había cuidado con tanto esmero cinco años antes. Se lo había comido la maleza. ¿Y qué más daba? Aquel no era su hogar, y nunca lo fue. Ninguno de aquellos cambios le importaban mucho. Sin embargo, sin saber muy bien la razón, tenía la sensación de que había perdido algo.

Había querido tanto aquella casa, tanto como había querido a Ohm.

Después de vivir en la casa de su abuelo, aquello le había parecido un palacio. No había en aquel momento novio más dichoso que él. Se sintió un poco ridículo al recordar todo aquello, en especial cuando pensó en el castelo...

Criadas, muebles antiguos y cuartos de baños preciosos. Siguiendo la tradición de aquella comarca de Italia, él había comprado la casa y los muebles antes de casarse. Fue el primero en Sienta que contrataba a una cuadrilla de gente para que le decoraran la casa. En todo lo demás, Ohm se había comportado como se suponía que se tenía que comportar un novio de por allí.

—Flukie... —murmuró Ohm en el quicio de la puerta.

—Fui tan feliz aquí —susurró, arrepintiéndose nada más decirlo—. De todas maneras me tendrías que haber dicho lo de nuestro matrimonio desde el principio.

—Pensé que todavía no estabas preparado para ello —le contestó Ohm—. Habías invertido mucho en nuestra relación.

—¡Eso no es verdad! —exclamó Fluke, apretando los puños—. Me han dado muchos golpes en mi vida, pero ninguno como el que me diste tú.

Ohm se quedó mirándolo, con sus ojos negros como la noche, como si supiera que estaba mintiendo, como si supiera que le había destrozado el corazón el día que lo vio en Cagliari.

—En aquel tiempo eras terriblemente vulnerable. Tenías el cuerpo de una persona adulta, pero no la experiencia. Después de cinco años viviendo aislado, lo único que conocías se limitaba a lo que ocurría en aquel pueblo.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora