El primer rayo de sol filtró una débil luz a través de la niebla densa que se cernía sobre el río, despertando a Guillermo de su sueño intranquilo.
El frío le calaba los huesos, y el hambre era una mordedura constante en su estómago. Abrió los ojos con un parpadeo lento, sintiendo la dureza del bote de madera bajo su cuerpo entumecido.
Durante la noche, se había acurrucado en un rincón, tratando de encontrar calor en su propia miseria, pero la tristeza, un peso insoportable, seguía allí, inmovible, recordándole todo lo que había perdido.
El bote se deslizaba suavemente sobre el río, impulsado por la corriente lenta y sinuosa, rodeado de un muro impenetrable de vegetación. La selva del Chocó, exuberante y hostil, lo envolvía por todos lados, con sus árboles gigantescos que se alzaban como columnas de una catedral verde.
El canto lejano de aves y el zumbido constante de los insectos eran los únicos sonidos que interrumpían el silencio opresivo de la mañana.
Guillermo se incorporó lentamente, sintiendo cada músculo protestar con rigidez. Su ropa estaba húmeda y sucia, y el peso del agua impregnada en las telas le hacía sentir como si estuviera sosteniendo una carga imposible de soportar. Pero había algo en él, una chispa de instinto que aún no había sido apagada por el miedo. Sabía que no podía quedarse en ese bote indefinidamente; la selva no era un lugar que permitiera la pasividad.
Con una resolución naciente, Guillermo decidió que el bote sería su refugio, su base, desde la cual podría aventurarse en busca de sustento y recursos.
Buscó en el interior del bote, entre el desorden de redes y aparejos viejos, con la esperanza de encontrar algo que le ayudara a sobrevivir.
Su mano se cerró alrededor de un cuchillo oxidado, no era gran cosa, pero en las circunstancias adecuadas, podría significar la diferencia entre la vida y la muerte. Encontró también una pequeña lata de sardinas, una cuerda desgastada, y una botella medio llena de agua. Estos objetos, insignificantes en otro contexto, ahora adquirían una importancia vital.
Acarició el cuchillo con cuidado, sintiendo el filo con la yema del dedo. No estaba muy afilado, pero podría servir para cortar algunas plantas o defenderse si era necesario.
Guardó el cuchillo entre su ropa, sintiendo un leve consuelo al tener algo en lo que confiar. Luego, bebió un sorbo pequeño de agua, dejando que el líquido aliviara la sequedad de su garganta, pero resistió la tentación de beber más; sabía que debía racionarlo.
El bote se acercaba lentamente a la orilla, y Guillermo tomó la cuerda, preparándose para amarrar la embarcación a una de las raíces retorcidas que sobresalían del agua. Al saltar del bote, sintió la tierra húmeda bajo sus pies, y un escalofrío le recorrió la columna. A su alrededor, la selva se levantaba como un muro verde y vivo, susurrando con miles de voces invisibles.
Con pasos cautelosos, comenzó a explorar los alrededores. Cada crujido bajo sus pies, cada sombra que se movía en la periferia de su visión, lo hacía sobresaltarse. Sentía el peso constante del miedo apretando su pecho, un miedo primitivo, casi paralizante, que luchaba por dominar. Pero Guillermo lo ignoró, empujándolo hacia un rincón de su mente donde pudiera permanecer encerrado. Sabía que si cedía, la selva lo reclamaría sin piedad.
El follaje era denso, una maraña impenetrable de ramas y hojas que parecían entrelazarse como los hilos de una trampa. Guillermo avanzó con dificultad, usando el cuchillo para abrirse paso.
El sudor pronto comenzó a correr por su frente, mezclándose con la humedad pegajosa del aire. Cada vez que cortaba una rama, un nuevo enjambre de insectos salía zumbando, rodeándolo con insistencia. Pero él continuó, decidido a encontrar algo que pudiera comer o utilizar.
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DESTELLO DE ALMAS : DOS ALMAS LIBRES LIBRO 2
Aktuelle LiteraturRicardo descubre que para salvar la humanidad debe de despertar su destello. Pero para hacerlo tiene que ir a otra dimensión, a otro mundo, a otra realidad donde experimentará eventos que nunca se había imaginado. Pero en el mundo real también pasa...