CAPITULO 14

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La luz era intensa y el brillo tan deslumbrante que le quemaba los ojos, aun teniéndolos cerrados.

Guillermo frunció el ceño, intentando protegerse de aquel resplandor extraño que se filtraba como si un sol incandescente hubiese bajado del cielo y estuviese justo encima de él.

Instintivamente, se frotó los párpados y, cuando al fin logró abrirlos, con mucho cuidado y cautela, lo primero que vio fue un destello de colores mezclados entre el verde, morado, azul y amarillo.

Parpadeó varias veces, tratando de enfocar su visión, hasta que empezó a distinguir los contornos de un bosque que no se parecía a nada que hubiera visto antes.

Frente a él, los árboles se alzaban hacia el cielo como torres inmensas, cada tronco envuelto en una corteza que brillaba con tonos dorados y púrpuras, mientras sus hojas, translúcidas como cristales suaves, caían en un movimiento lento y arremolinado sobre su cabeza.

Las raíces de aquellos gigantes se entrelazaban bajo sus pies en formas que parecían tejidos de luz, iluminando el suelo con reflejos hipnóticos y la tierra era sedosa y suave, como si el suelo entero tuviese la textura de una almohada.

—¿Dónde... estoy? —susurró hacia sí mismo, sin dejar de escrutar a la inmensidad de aquel extraño paraje que lo envolvía en un silencio profundo y reconfortante.

Se puso en pie y sucedió algo extraño. Era como si, al hacerlo, sintiese un pulso debajo de él, expandiéndose por la tierra, como las ondas del agua cuando se arroja una piedra a un estanque.

Su oído, de pronto, empezó a captar una especie de murmullo plácido y lejano en el ambiente, algo que podía interpretar como una melodía que parecía provenir de la vegetación misma, como si cada hoja y cada rama contuvieran una canción antigua que resonaba en su interior.

¿Quizás...? Pensó Guillermo en un intento por encontrar la lógica a este sitio. ¿Había muerto?

Aunque el sitio le era extravagante y convocaba a una relajación sin igual, algo en su interior le decía que ya había estado en este lugar antes.

Decidió seguir escrutando a su alrededor con la curiosidad en su punto máximo. Todo era tan increíble. Todo era tan hermoso. Todo era tan pacífico... que, de nuevo, la premisa de haber muerto retornó a su mente. Aunque, a decir verdad, no parecía algo tan malo.

De pronto, un leve movimiento llamó su atención.

Al girarse, vio una silueta acercándose desde entre los árboles, avanzando lentamente hacia él.

La figura, bañada en la luz multicolor que brotaba del bosque, se reveló como una mujer anciana, de cabellos blancos como la nieve, que caían en ondas sobre sus hombros.

Su piel estaba surcada de arrugas profundas, marcadas por el tiempo, y sus ojos, tan cálidos como el sol, lo observaban con una ternura infinita. Sus ropas parecían tejidas con el mismo lienzo de luz que cubría el bosque, y al moverse, parecían reflejar destellos suaves, envolviéndola en un aura que rozaba lo etéreo.

Guillermo retrocedió un paso. La anciana se detuvo al percibir su miedo y le dedicó una sonrisa tranquila, como si su presencia misma pudiera disipar cualquier temor.

—¿Qué sucede, pequeño? —preguntó la anciana—. ¿Por qué tiemblas?

Guillermo la miró, sin comprender del todo cómo había llegado hasta allí, cómo esa mujer, envuelta en un aura que parecía entremezclarse con la luz misma del bosque, podía conocer sus miedos.

Sintió el impulso de retroceder, de protegerse, de una vulnerabilidad que lo desbordaba, pero las palabras de la anciana eran como el eco de una melodía conocida, algo que sencillamente resonaba en su interior, con una paz que no comprendía de dónde provenía.

DESTELLO DE ALMAS  : DOS ALMAS LIBRES       LIBRO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora