CAPITULO 13

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Leonora ajustó la correa de su mochila, impulsándose con las rodillas mientras su mirada se perdía en la vegetación densa que parecía tragarse por completo todo el sendero.

A su lado, Guillermo estudiaba sus pasos, observando cómo ella se movía con soltura entre las sombras y la espesura, como si conociera cada rincón del lugar. Eso lo sorprendió. Se agachó para tomar un trozo de rama caída lo suficientemente robusto como para usarlo como una herramienta improvisada para apartar la vegetación sin lastimar la selva.

Su camino continuó.

—¿Por dónde comenzamos? —preguntó él, intentando que su tono sonara casual, aunque un deje de admiración se le escapaba en cada palabra.

Leonora volteó y le dirigió una mirada breve, sin detener sus pasos. Alzó un machete que llevaba para apartar unas ramas, revelando un sendero cubierto de musgo.

—La Lythara suele crecer en zonas donde la luz apenas toca el suelo —explicó, abriéndose paso con movimientos rápidos—. Pero la última vez que encontré una, estaba marchita. Puede que algún animal la haya arrancado de su hábitat. Quiero ver si aún queda alguna en su forma original.

Guillermo observó el entorno, tratando de entender el ritmo de la selva. A cada paso, el aire parecía volverse más denso, y una extraña sensación lo recorría, como si algo invisible lo observara desde las sombras. Recordó las historias que su madre le contaba sobre la selva cuando era niño, relatos en los que los árboles tenían ojos y las plantas podían escuchar. Aunque nunca le había dado importancia, se preguntó porque ese recuerdo le venía a la mente en este momento.

—¿No te asusta este lugar? —preguntó el niño.

Ella soltó una risa simpática, sin dejar de avanzar.

—¿Asustarme? Entiendo que la naturaleza en sí misma puede ser peligrosa a veces, pero no me gasto en pensar de esa manera. Me gusta admirarla. Sentir el aroma que desprende. Cada criatura, cada planta, todo aquí tiene un propósito. Solo es cuestión de aprender a escuchar, de saber cuándo observar y cuándo actuar. Lo encuentro fascinante.

—¿Aun cuando un animal casi te devora viva?

—En especial cuando un animal casi me devora viva —respondió echándole una sonrisa traviesa y un guiño amistoso.

Guillermo la miró, intrigado por su experiencia, aunque por su mente revoloteaban recuerdos borrosos y fragmentos de su vieja vida. Recordaba cuando salía a jugar por el bosque, persiguiendo liebres o mapaches. Cuando todavía la inocencia imperaba en su corazón.

A medida que avanzaban, sus pasos se volvían más firmes, y la presencia de Leonora le brindaba una confianza que ni él mismo terminaba de comprender.

—¿Y tú? —preguntó ella de repente, mientras esquivaba una enredadera—. ¿Por qué quieres ir a la ciudad? ¿Tienes familia ahí?

Él tragó saliva, sin responder de inmediato. Le había dado en el clavo.

—Quiero encontrar a mis abuelos —dijo en voz baja—. Apenas recuerdo sus rostros... pero sé que estuvieron allí cuando yo era muy chico, antes de que...

—Entiendo. Me parece muy bien. Debe ser importante para ti... —comentó, mientras apartaba unas hojas gigantes que cubrían el camino—. Te prometo que cuando termine mi trabajo te ayudaré a encontrarlos.

Él la miró con la palabra agradecimiento tallada en su semblante y una sensación de alivio, mezclándose con el cansancio en sus hombros. Saber que no estaría solo en aquella búsqueda le brindaba una tranquilidad, que pocas veces había sentido.

DESTELLO DE ALMAS  : DOS ALMAS LIBRES       LIBRO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora