CAPITULO 5

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Guillermo Gardhen corría a través del espeso follaje de un bosque que se parecía al del Chocó, pero que era distinto. Muy distinto.

Sus pequeños pies descalzos esquivaban las raíces y ramas caídas con la agilidad y gracia de un guepardo. Los guepardos son mucho más rápidos que los venados, y así se sentía él ahora mismo, alguien increíblemente veloz, como un Guepardo.

Los árboles que abrazaban su entorno eran inmensos. O quizás era él quien era muy pequeño. No estaba seguro, pero de lo que sí podía cerciorarse era de que, al mirar arriba, las copas de aquellos inmensos árboles se extendían hasta el mismo cielo, perdiéndose entre las nubes.

A diferencia de los árboles del Chocó, algunos delgados, otros un poco más robustos y prominentes, estos troncos eran tan anchos que ni juntando a cinco «Guillermos» podría rodearlos con sus brazos.

El suelo se hallaba alfombrado de hojas brillantes de todos los colores que crujían bajo sus pies descalzos. El aire era muy fresco, podría decir, sin temor a equivocarse, que era el aire más fresco y puro que había recorrido por sus pulmones en su corta vida. Tenía un aroma floral, cautivador y revitalizante.

Guillermo inhaló, disfrutando ese aroma de encanto mientras amainaba la marcha para caminar entre los gigantes de madera. A medida que avanzaba, una sensación de maravilla, de goce y de satisfacción lo envolvía por completo.

Era como sentirse en casa, pero a su vez, era como estar en un sitio completamente extraño. Una mezcla intrigante.

De repente, un destello repentino llamó su atención. Había algo que brillaba a lo lejos. Algo que le llamaba a perseguir una dirección en particular.

Caminó siendo dirigido por la curiosidad de aquel resplandor, que poco a poco, mientras más se aproximaba, iba cobrando más fuerza. Hasta que entonces, de entre la maraña de troncos altos, uno en particular se destacó de los demás.

Este árbol tenía una corteza de un color inusual, revestido de un tono plateado, como el de un espejo, que brillaba bajo la luz de un sol que no lograba penetrar del todo el dosel del bosque. Guillermo quedó anonadado.

Era el árbol más bello del mundo y el más extraño, a partes iguales. Sus ramas formaban un intrincado patrón que parecía formar una constelación, y de ellas colgaban pequeñas esferas luminosas que oscilaban suavemente, como si tuviesen vida propia.

Guillermo se acercó, fascinado. El árbol irradiaba una energía que él podía sentir en la punta de sus dedos y en la base de su estómago.

Sus ojos se abrieron de par en par mientras observaba las esferas luminiscentes que adornaban las ramas como pequeñas luciérnagas danzantes. Pero entre todas ellas, había una en particular que brillaba con un fulgor distinto, una luz más intensa y cautivadora, ubicada en la parte más alta de la copa del árbol.

Y entonces, cuál relámpago repentino en una noche de tormenta, la determinación llenó de electricidad su pequeño corazón con un nuevo propósito. Sin pensarlo dos veces, comenzó a trepar por las ramas intrincadas del árbol, sus dedos pequeños y ágiles se aferraron a la corteza y empezó un camino de ascenso.

Cada rama parecía un desafío nuevo, una prueba que superaba con el entusiasmo y la valentía de un niño empapado por la curiosidad y el descubrimiento. La esfera brillante lo llamaba allá arriba y su luz parecía pulsar al mismo ritmo de su corazón.

Guillermo avanzó con cuidado con su mirada fijada en su tan anhelada meta. En ese momento, no le importaba otra cosa, pero pronto, el aire comenzó a volverse más fresco a medida que subía, y el bosque a su alrededor se desdibujaba en un mar de sombras y luces titilantes.

DESTELLO DE ALMAS  : DOS ALMAS LIBRES       LIBRO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora