CAPITULO 11

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Leonora desarmó la pequeña tienda con determinación, enrollando las cuerdas —que todavía se hallaban mojadas a causa del rocío de la mañana— en la palma, mientras, a su vez, evaluaba un mapa que se extendía como una alfombra, sobre una gran roca. Los bordes del papel, ya gastados por la humedad de la selva, mostraban líneas borrosas, pero los trazos sobre el terreno seguían claros: una ruta trazada a mano con tinta oscura indicaba su próximo destino.

Sin perder tiempo, ajustó la correa de su mochila, asegurando que el peso se distribuyera bien en su espalda antes de presionar el botón de su radio, que crujió al activarse.

—Aquí Leonora, reportando desde el corazón del Chocó. Campamento levantado, dirección noreste. ¿Me copias, Rainer? —pronunció, mientras sus ojos repasaban las marcas del terreno como si fueran viejas amigas.

Tras una pausa, la voz de Rainer sonó en la radio, grave y con un deje burlón, como si estuviera entretenido con algo en segundo plano.

—Te copio, Leo. ¿Noreste, dices? Mira que hasta tú deberías reconocer la sutil diferencia entre noreste y norte-noreste.

Leonora sonrió, sabía que Rainer disfrutaba de esos detalles técnicos, tanto como ella disfrutaba de ignorarlos.

—¿En serio? ¿Vas a empezar con eso tan temprano? Ayer me perdí exactamente... ¿Dos metros?

—Dos metros que casi te meten en un pantano. Y no olvidemos el «incidente» del Amazonas. ¿Lo recuerdas? —Rainer dejó caer la pregunta con un tono que mezcló una breve carcajada contenida con una dosis de aprecio.

—Amigo, eso fue hace años. Y técnicamente, el pantano fue culpa del mapa. —Volvió a observar su ruta, avanzando mientras esquivaba raíces elevadas y ajustaba el machete en su funda—. Pero, hablando de perderse, ¿tienes algo útil que decirme? Estoy a diez minutos del afloramiento rocoso. Si esa Lythara es real, ahora es cuando empieza lo bueno.

Rainer soltó una risa al otro lado de la radio.

—Ah, ahí va Leonora, la cazadora de leyendas. ¿Sabes? Aprecio tu alocada devoción por estas cosas, pero a veces creo que haces todo esto solo porque te gustan los lugares donde nadie más quiere estar.

Leonora sonrió mientras cruzaba una zona de lodo firme, manteniéndose en equilibrio.

—¿Y qué tiene de malo? Es parte del encanto. —Se detuvo un momento, acariciando una planta desconocida, aunque no era la que buscaba—. Además, ¿qué sería de este mundo sin gente como nosotros? Cuando te levantas cada día sabiendo que puedes descubrir algo único, no hay mucho que te haga retroceder.

—Exacto. No sería el mismo mundo, eso seguro. —La voz de Rainer se volvió seria por un momento—. Ahora, sigue adelante, pero si te topas con algún residente molesto, ya sea humano o animal, hazme el favor de no discutirle sobre, lo que sabemos, es SU territorio. Quiero un buen reporte, no una historia de terror.

Leonora alzó la ceja, divertida.

—¡Aw! ¿Estás preocupado por mí?

—No, por el residente. En especial si es humano.

—¡Tranquilo! No estoy aquí para luchar con nadie. Me conoces. Sabes que soy pacifista.

—¿Desde cuándo?

—Desde siempre, idiota. En fin, seguiré mi camino. Te avisaré si veo algo interesante. Mantendré la línea abierta, así puedes asegurarte de que no lastimo a ningún ser vivo en mi camino.

—Excelente. Cambio y no-fuera.

Leonora sonrió. A su alrededor, la selva parecía cerrarse como un manto espeso, pero ella se abrió paso sin perder el ritmo. La Lythara yacía en algún lugar más adelante, y en el fondo de su mente, la emoción de descubrirla se mezclaba con un hormigueo en la nuca, una sensación que aún no lograba descifrar.

DESTELLO DE ALMAS  : DOS ALMAS LIBRES       LIBRO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora