Capítulo 12

24 5 0
                                    

Chloe.

El bullicio del exterior es un océano de voces apagadas, cada una empapada en una mezcla de expectación y morbo. El evento de la noche, una presentación supuestamente ordinaria, se ha transformado en una de las más comentadas del año, todo gracias al hombre que me espera al otro lado de esas puertas. No necesito adivinar para saber que los ojos del mundo están enfocados en mí, listos para desmenuzar cada movimiento, cada expresión, buscando algún rastro de debilidad o duda. Pero no les daré el placer. Chloe Russell no se desmorona. Mi nombre iba a quedar en alto.

Con cada paso que doy hacia la entrada principal, el pulso en mis sienes martillea con más fuerza, un ritmo frenético que intenta romper el control férreo que mantengo sobre mis emociones. Sé que Adam Hoffman está allí, como una sombra acechante, aguardando el momento perfecto para desatar su veneno.

Cuando atravieso las puertas el aire está cargado de lujo y tensión. Las paredes, decoradas con paneles oscuros y lámparas de cristal, parecen cerrarse a mi alrededor mientras la multitud vestida con trajes y vestidos de alta costura, se mueve como un enjambre bien ensayado, cada uno jugando su papel en la farsa.

Un séquito de ojos se posa en mí, algunos llenos de envidia, otros de curiosidad, pero todos hambrientos de espectáculo. Mi vestido, un diseño ceñido de terciopelo negro con un escote pronunciado, acentúa cada curva con una precisión letal. Sé que me veo imponente, inaccesible, y eso es precisamente lo que necesito esta noche.

La tela se aferra a mi piel, casi como una armadura, dándome una falsa sensación de protección contra las miradas inquisitivas y los murmullos que me siguen a cada paso.

Y entonces, lo veo.

Hoffman, con su postura indolente y una sonrisa que apenas curva sus labios, está de pie al final del salón, como si fuera el amo de cada alma presente. Su traje negro, impecablemente cortado, se mezcla casi perfectamente con la oscuridad que lo rodea, pero los destellos de luz reflejados en su cabello y sus ojos traicionan su presencia. Los ojos de un depredador que ya ha decidido su presa.

Hombres ejecutivos se encuentran hablando con él, envueltos en una conversación a la que Adam no parece tener ningún interés. Sus ojos están puestos en mi, viéndome avanzar hacia ellos.

Los mira momentáneamente, excusándose para que se retiren.

Me acerco con calma, sin apresurarme, asegurándome de que cada uno de mis movimientos sea un recordatorio de que, aunque nos observan, nadie realmente entiende lo que está por suceder. Mis labios se elevan suavemente en una sonrisa tenue y vacía cuando estoy frente a él, como si toda la escena no fuera más que una diversión pasajera.

—Vaya, Hoffman. Qué gusto verte disfrutar de todo este circo —digo, mi voz un susurro envenenado, lo suficientemente bajo para que solo él lo escuche.

Inclina ligeramente la cabeza, su sonrisa se ensancha apenas lo suficiente para revelar una fila de dientes perfectamente alineados, tan peligrosos como cualquier arma.

—Ah, Russell. Siempre tan elegante. Te sienta bien este ambiente, como una reina rodeada de sus súbditos.

Su tono es tan afilado como una daga, cada palabra un desafío, un recordatorio de que él domina este juego. Su proximidad es asfixiante, y el espacio entre nosotros se siente demasiado reducido para el fuego que chisporrotea en el aire.

Sin previo aviso Adam me toma del brazo, sus dedos se cierran en torno a mi piel con una firmeza que no da lugar a resistencia. Mucho menos en un lugar alebrestado de gente.

Me conduce hacia un corredor lateral, alejado de las miradas indiscretas, detrás del escenario principal, donde la luz es tenue y la atmósfera densa, casi opresiva.

Apoteósico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora