Capítulo 18

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Estaba de vuelta en esa sala, una vez más. Las luces blancas, cegadoras, el zumbido mecánico de las máquinas monitoreando cada uno de mis signos vitales. Desde pequeña, había aprendido a temer ese lugar. El eco de las pisadas de Andrei resonaba en mi mente, siempre con la misma monotonía calculada, siempre acompañado por la frialdad en sus ojos. Pero, sobre todo, siempre con la promesa de lo inevitable: la inyección.

Papá se acercó, su bata blanca impecable contrastando con la suciedad que sentía arraigada a mi propio ser. En su mano, el frasco negro con partículas verdes brillantes.

—Esto es Nexustone —dijo con una sonrisa que se me clavó en la mente—. Un compuesto que intensifica los deseos ocultos, manipulando los neurotransmisores en el cerebro. Está mejorado, uno de mis mejores científicos modificó la fórmula.

Lo había escuchado tantas veces antes que esas palabras perdían significado. Mi mirada lo siguió mientras llenaba la jeringa con esa sustancia maldita. Sabía lo que pasaría después. El fuego en mis venas. La frialdad en mi mente. El borrón de emociones hasta que todo lo que quedaba era el instinto que tanto quería reprimir desde que empecé a ser entrenada y ver atrocidades; el deseo de sangre, sin culpa ni remordimientos, solo la necesidad ferviente de asesinar.

—Respira hondo —ordenó mientras acercaba la aguja a mi cuello.

Mis manos se empuñaron, pero era inútil resistirse. La aguja perforó mi piel, y el líquido viscoso comenzó a extenderse por mi cuerpo. Sentí la quemazón recorrer cada centímetro de mis venas, como si fuera fuego líquido, devorando cualquier resistencia que pudiera haber tenido. Esta vez fue mucho más intenso. Cerré los ojos, esperando el momento en que mi mente dejaría de ser mía.

Al poco tiempo, todo era diferente. Mi respiración se calmó, y la sala a mi alrededor parecía tomar un tono más nítido, más definido. Mi cuerpo, antes débil y agotado, ahora parecía lleno de energía. Pero no era una energía cálida. Era fría, como si mi alma se hubiera retirado y dejado mi cuerpo solo, listo para ser usado.

La puerta de la celda se abrió de golpe, y un soldado entró jadeando.

—Señor —dijo, su voz entrecortada—. La mafia rusa está aquí. Están rodeando toda el área, dicen venir a sabotear los bunkers y llevarse a su hija.

Un destello cruzó el rostro de Andrei. Una sonrisa. Él disfrutaba de esto, del caos. Y de alguna manera, también lo hacía yo. O al menos, esa parte de mí que no podía controlar bajo los efectos del Nexustone.

—Anda Chloe —dijo con una satisfacción enfermiza—. Diviértete un rato.

Sentí el clic de las amarraduras soltarse de mis muñecas. Mi cuerpo se levantó antes de que mi mente pudiera procesar la orden.

El soldado retrocedió un paso, sus ojos llenos de una mezcla de miedo y respeto. Sabía lo que yo era capaz de hacer. Todos lo sabían. Esa era la maldición que cargaba, la sombra que Andrei había moldeado a su antojo. Mis ojos se clavaron en los suyos por un segundo antes de dirigirme a la puerta. Afuera, el eco distante de los disparos comenzaba a resonar, y mi cuerpo ya estaba anticipando lo que venía.

—Abre las puertas —ordenó Andrei, su tono gélido, sin ninguna emoción más allá de la expectativa de ver lo que yo haría.

El joven obedeció, tembloroso, pasando la tarjeta por la ranura. La puerta se abrió con un zumbido, y el aire frío del exterior me golpeó el rostro. Di un paso hacia afuera, mi traje militarizado negro ajustado al cuerpo, mis botas resonando con un eco metálico en el pasillo. Sentía el peso de las armas en mi cintura, pero no era eso lo que me daba seguridad. Era la calma, la frialdad que se instalaba en mi interior, como si mi humanidad se apagara con cada segundo que la sustancia recorría mis venas.

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