VII

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Michael se sentía ansioso.

Primero que todo, porque rara vez estaba ansioso.

Le sentó mal cuando Isagi insistió en preguntar cosas sin sentido. Tipo de cosas que lo hace perder el control de la situación. Detesta cuando lo empujan a caminar a ciegas.

De hecho, después de salir a paso brusco de los camarines, su mente iba a mil por segundo, repasando como disco rayado la situación que había vivido en la cancha.

Ya estaba ansioso desde el momento, en el que, cuando terminó el entrenamiento y vio la silueta de Yoichi, dudó por un instante si acercarse o no. Incluso, mientras se acercaba no podía quitarse de encima el sentimiento de incertidumbre, y era justamente porque su razón y sus impulsos estaban en desacuerdo.

Kaiser, por supuesto, ya tenía dominado esta parte de sí mismo. Como deportista profesional, tenía este tipo de enfrenamientos internos a diario, pero salía victorioso con la ayuda de su carácter y disciplina. Estos dos no titubeaban a la hora de elegir entre un "placer instantáneo" y un "placer duradero", el último yendo de la mano junto al deber y la constancia.

Sin embargo, de forma vergonzosamente rápido, sin esfuerzos, esta vez el impulso venció a la razón. ¿Y cómo no pudo hacerlo?, si al momento en el que sus miradas se encontraron, cuando vio sus ojos azules profundos, como el océano, amenazando con absorber todo cuanto veía, fue inevitable su caída.

Por eso, sintiendo el palpito traicionero de su corazón, estiró sus manos para tomar su brazo bajo una mirada, si le preguntas, abrazadoramente cálida.

Así fue en aquel instante. Y luego vino un vomito verbal de desquite.

Dobló por una esquina ya a pocos pasos de los baños, su mente no paraba de pensar, y en el último segundo se preguntó que le iba a decir, seguramente el peliazul estaría molesto y Yoichi... bueno, es Yoichi. No sería fácil sobrellevarlo.

Estuvo agradecido de encontrarlo, el más bajo de estatura estaba de espaldas a él, dominado por un sentimiento de orgullo quiso hacer notar su presencia pero se detuvo, observando su figura.

Tenía un pantalón-buzo puesto, pero su cuerpo superior estaba desnudo. El nipón estaba ensimismado revolviendo su bolso, mientras tenía una toalla alrededor de su cuello, atrapando algunas gotas que caían de su cabello, aun húmedo. Las gotas escurridizas se escapaban y se perdían en su piel, recorriendo su cuerpo junto con los ojos celestes embelesados de Kaiser.

Observó con minuciosidad cada detalle de su anatomía.

Se dio cuenta de su cuerpo tonificado, no tanto como la voluptuosa musculatura del alemán, pero, sin lugar a dudas, había algo atractivo y armonioso en su figura. El rubio no le daba mucha importancia a esas cosas, como quedarse mirando el cuerpo de un compañero. Pero cuando se trataba de Isagi, no podía evitar mirar fascinado como las gotas iban haciendo un camino a través de él, pasando por encima de su columna lumbar, lugar donde tenía un atractivo lunar, y por primera vez se preguntó que se sentiría su piel bajo sus manos, como lo veía, sin dudas, era suave y cálida. También, su cintura, aquella por la cual, con anterioridad ya la había estrechado entre sus brazos y acariciado por encima de la ropa, y ahora, de manera inconsciente tragó seco al observarla desnuda, ansiaba posar sus manos en esa estrechura.

Apretó la prenda en su mano, en gesto aliviador.

Las gotas siguieron bajando y con ello sus ojos.

Se sorprendió gratamente al ver pequeños hundimientos en su espalda baja, eran los hoyuelos de venus. Su corazón golpeó fuertemente contra su pecho, era un pervertido por las imágenes que invadieron su mente por un milisegundo, imaginando... Paró en seco esa línea, se enfadó alejando esas perversiones de las cuales prefiere ignorar.

ALGO INESPERADO // KAISAGIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora