Mis pies colgaban literalmente a centímetros del piso. Era tan alto que me tenía cargada como a un costal de frutas en su brazo. Me voy a suicidar.
- ¿Estás bien Campanilla? - No, quiero que desaparezcas.
- Sí alteza, ya puede bajarme. -Le digo, y me posa en el suelo sin soltarme. Tragame tierra y escupeme en marte, no quiero morir hoy.
- ¿Segura que Estás bien? - Pregunta apartandome el cabello de la cara. Asiento siguiendo el movimiento de su mano antes de apartarme por instinto.
- Estoy bien alteza. - Respondo. Solo tengo un pergamino en la espalda, pero nada raro.
- ¿Qué estabas haciendo? ¿Qué tienes allí atrás? - Cuestiona con una expresión que nunca había visto en él. No es nada malo, quería decir.
- No es nada importante. - Respondí en cambio. Estupida, comportante como si tu vida dependiera de ello. El emperador me observa con recelo, y trato de devolverle la más inocente mirada mientras pienso en cómo salir de aquí.
- No vas a irte hasta que me entregues eso. - Dice extendiendo la mano. El corazón se me detiene por un momento e imagino a Asim, siendo arrastrado hasta los calabozos por traición, siendo azotado por incumplir las normas del Harem. No, no bajo mi guardia. - Azahara, hasta el momento he sido muy condescendiente contigo. Te pido que me entregues el pergamino. - Era una orden, sabía que era una orden. Pero el castigo por cometer traición en el harem era la muerte. Y Asim era un eunuco ¿Que le harian?
Mi corazón dolía de lo rápido que latía, una gota de sudor bajó por mi espalda cuando el rey dio un paso más cerca de mi.
Entrégasela, de seguro no es nada importante. Puedes dársela.
No. Asim confió en mí. Y a pesar de que es un maldito que me ha metido en problemas miles de veces, el rey no sería condescendiente.
- Azahara. - Lo observo entre el pánico, tratando de mantenerme tranquila mientras el pergamino me arruga entre mis dedos. En un milisegundo el rey se acerca con la intención de quitarmelo.
- Ya sé que quiero pedir. - Digo repentinamente, provocando que el rey se detenga a medio camino, quedando a centímetros de mi. - Yo...- Piensa. - Yo quiero...quiero ser parte de los Drust. - Digo viendo aquellos ojos miel observarme curiosos.
- No tienes magia. - Dice el rey, viéndome de pies a cabeza, reprimo la expresión de disgusto y me mantengo firme, con la cabeza inclinada hacia arriba para poder verlo a la cara.
- No la necesito, tengo cerebro. - Bien hecho. Parece que no escondes nada.
Mi comentario parece sorprenderlo y frunce el ceño. Allí está, lo estamos logrando.
- No dije que no lo tuvieras. Pero para ser una Drust debes poder cuidar de las plantas. -Asiento - Plantas que crecen en épocas que no deben. - Asiento de nuevo. Era obvio lo que me intentaba decir, no puedo cuidar cosas que se hacen con magia, si no tengo magia. - Los Drust son más que personas con cerebro. - Dice y siento la cara arder ¿ Me estaba negando mi solicitud?
- Disculpa. Hace un par de días me llevaste a un lugar prohibido porque sabías que te pediría eso. - Si lo tute ¿Y que? ustedes querían que lo hiciera. La falta de formalidad parece tomarlo desprevenido. - ¿Te arrepentiste de dejarme hacerlo? - Elias solía decir que tenía el don para persuadir. Decía que mis ojos podían hipnotizar a cualquiera si sabia como usarlos. Así había conseguido más de un pan extra.
- No, espera. No estamos hablando de esto. - Dice cerrando los ojos y mi burbuja se pincha. Maldito Elias. Menea la cabeza antes de abrirlo de nuevo y mirarme molesto.- El pergamino Azahara, luego hablaremos de tu petición. - Dice y me veo de nuevo contra la espada y la pared.
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Azahara.
RomanceCampanilla. Han pasado unos meses de que Azahara llego al Harem del emperador, del imperio del Crisol. Y aunque abandonó la idea de matarse y decidió seguir adelante, los fantasmas de su pasado no la dejan. Ahora está concentrada en convertirse en...