Cap 10

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Celyne

Caminando sigilosamente, me dirijo hacia donde escucho los movimientos. El miedo me invade; no tengo idea de cómo algo pudo haber entrado a mi habitación sin que me diera cuenta.

Me acerco al marco de la puerta y, al principio, no veo nada. Sin embargo, en un impulso imprudente, entro en la habitación.

No hay nada. ¿Estoy perdiendo la cordura?

De repente, mi cuerpo se congela al sentir una respiración leve en mi nuca, fuerte y constante. Al mismo tiempo, una melodía suave pero seductora comienza a sonar en la habitación. No sé de dónde proviene ni reconozco la canción, pero tiene un ritmo pegajoso que me envuelve.

—Qué bien te ves —susurra una voz profunda y ronca.

Un escalofrío me recorre, estoy segura de que es por el miedo.

—¿Qui... quién eres? —respondo con voz temblorosa, mientras la música sigue sonando en el fondo.

—El amor de tu vida, mi rosa.

¿Qué demonios significa "mi rosa"?

Aunque... suena bonito... Espera, ¿qué? ¿En qué estoy pensando? ¡Hay un extraño en mi habitación y yo aquí, pensando en tonterías! Claro, con esta lógica tan brillante, no es sorpresa que sería la primera en morir en una película de terror. Simple y directo.

Agarro con fuerza el florero en mi mano y, con un movimiento rápido, me giro para golpearlo.

Pero el florero se me cae al ver lo que hay frente a mí, ¡maldito florero!

Dios mío, es lo más hermoso que he visto en mi vida. Así sí me dejo matar... Estoy perdiendo la razón.

—¿Qué pasa, mi rosa? —dice el extraño mirándome intensamente. Aunque sé que estoy loca, no siento ningún peligro viniendo de él.

Tiene el cabello negro, liso, que le cae justo sobre las orejas. Espera, sus ojos... brillan con un leve destello rojo, pero son de un verde esmeralda hipnótico.

Esto es culpa de Lexi, ahora encuentro atractivo hasta en una situación tan surrealista.

Retrocedo, chocando con mi tocador, y entonces la música resuena con más fuerza.

—¿Qué canción es esa? —pregunto, intentando desviar mi atención del magnetismo de su mirada.

Que se empañen los vidrios y la regla es que goces.

—Es *Propuesta Indecente* de Romeo Santos, una canción latina —responde con una media sonrisa, y antes de que pueda reaccionar, se acerca aún más—. ¿Me concedes esta pieza?

Mi corazón late con fuerza, pero algo en su tono me paraliza. Él toma mi mano con suavidad, sin darme tiempo a negarme.

Me guía con firmeza y comenzamos a movernos al compás de la música. Hay una tensión palpable en el aire, una mezcla de miedo y atracción que me envuelve por completo. Su mano en mi cintura es cálida, segura, mientras sus ojos no se apartan de los míos.

Cada paso es una batalla interna. No sé si debería estar luchando por liberarme o rendirme a esta danza. Pero una cosa es segura: hay algo en él que me atrae de una manera que no puedo explicar.

Y en este momento, con la música envolviéndonos, parece que el mundo se reduce a este baile, a esta tensión que nos mantiene al borde de algo desconocido y peligroso.

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