capítulo 11

104 14 2
                                    

Después de que la música se detiene, el silencio se apodera de la habitación. El desconocido suelta mi mano con una delicadeza inesperada, sus ojos verdes aún fijos en los míos. Mi mente es un torbellino, tratando de entender lo que acaba de pasar.

—¿Quién eres? —pregunto, apenas en un susurro.

El desconocido da un paso atrás, como si quisiera darme espacio, pero su mirada nunca se desvía de la mía.

—Me llamo Darien —dice con suavidad, esbozando una ligera sonrisa—, pero eso ya lo sabías.

Su afirmación me deja helada. ¿Cómo podría saberlo? El nombre me resulta tan familiar ahora que lo escucho salir de sus labios, como si siempre hubiera estado en el fondo de mi mente, esperando ser recordado.

—¿Por qué estás aquí? —insisto, mi voz aún temblorosa—. ¿Qué es lo que quieres de mí?

Darien suspira profundamente, pasándose una mano por el cabello, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.

—Es complicado —comienza, su tono más grave—. Solo puedo decirte que no soy lo que aparento. Pero no quiero que tengas miedo de mí, Celyne. Lo último que quiero es hacerte daño.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —replico, la desconfianza aún presente.

Él se encoge de hombros y da un paso hacia la puerta, como si no esperara convencerme.

—No tienes por qué confiar en mí ahora —dice con voz calmada—. Pero cuando llegue el momento, lo entenderás. Lo único que te pido es que recuerdes esto: nunca te haría daño.

Con esas palabras, Darien me dedica una última mirada, intensa pero extrañamente reconfortante, antes de abrir la puerta y desaparecer en la oscuridad.

El silencio que deja atrás es abrumador. Me quedo quieta por unos minutos, tratando de procesar lo que acaba de suceder. Mi corazón sigue latiendo con fuerza, pero necesito espacio, aire, algo que me ayude a pensar.

Decido ir al parque, el único lugar donde siempre encuentro algo de paz.

Al llegar, el parque está tranquilo, apenas iluminado por los últimos destellos del atardecer. Me siento en una banca, cerrando los ojos y respirando profundamente, intentando calmar mi mente.

De repente, una extraña sensación me invade. Abro los ojos y lo veo: un niño pequeño, de cabello blanco, parado frente a mí. Sus ojos azules, llenos de una intensidad inesperada, me observan en silencio. Algo en su mirada me resulta inquietantemente familiar, y mi corazón comienza a latir con fuerza.

—Hola —dice con una voz suave—. ¿Te conozco?

Me quedo congelada, incapaz de apartar la mirada de él.

—No... no lo creo —respondo con dificultad, mi voz apenas audible.

El niño sonríe, y en su sonrisa veo algo que me recuerda a Hael.

—Eso es porque aún no lo sabes —dice, con una sonrisa que se ensancha—. Pero nos volveremos a ver, Celyne.

El niño se da la vuelta y se aleja, desapareciendo entre los árboles del parque, dejándome sola, con más preguntas que respuestas. Sé que esto no ha terminado.

La fuente del Encanto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora