20 - Nada más que problemas

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Jack se despertó de forma abrupta, con los ojos consternados. Su mente tardó un segundo en calmarse mientras sus sentidos lo arraigaban a la realidad: el olor a pasto mojado, la sensación de piedras húmedas bajo la palma de sus manos, junto al sonido de los truenos y las sombras de las nubes grisáceas.

"Están volviéndose más frecuentes, y ella cada vez está más cerca de mí", pensó, dando un largo suspiro para calmar su respiración. "¿Pasaría algo si la dejo atraparme?"


Usando la rocosa pared a sus espaldas como soporte, se incorporó sobre sus pies. Aquellos sueños lo hacían sentir cada vez más débil, aunque solo le tomaba un par de minutos recomponerse. Frente a él, su capa se encontraba nítidamente doblada sobre uno de los troncos que rodeaban lo que quedaba de la fogata.

—¿Eli? —preguntó Jack al aire, pero no obtuvo respuesta. Recorrió los alrededores con la mirada antes de preguntar de nuevo, con más fuerza, pero nada.

Cuando empezó a sentirse un poco mejor y sus piernas dejaron de temblar, eligió una dirección basada solamente en unas pequeñas huellas en el barro y salió a buscarla, llamando su nombre cada pocos pasos.

Poco después, la voz de Eli le llegó como un susurro arrastrado por el viento, pero las palabras no eran para él. Con paso sigiloso, las siguió hasta encontrarla sentada entre las ramas de un árbol, con los pies colgando sin cuidado. Miraba al cielo y le hablaba con emoción sobre su entrenamiento, como quien se pone al día con un viejo amigo. Verla conversar con tanto entusiasmo y tan animada le hizo verla de una manera diferente. No era que ella no quisiera abrirse y conversar, sino que no tenía a nadie con quien se sintiera cómoda, y juzgando por las condiciones en las que la encontró, era probable que nunca lo hubiera tenido. Él los había hecho esperar en aquellos bosques por tiempo suficiente; necesitaba encontrar a alguien que cuidara de esa pobre chica antes de que esta empezara a ver fantasmas. Dio un par de pasos hacia atrás y la llamó por su nombre una vez más.

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó haciéndose el ingenuo, pero la respuesta fue un montón de nada. —Bueno, ¿tienes todo contigo? Nos vamos al pueblo que te indicó aquel viejo.
Los ojos de Eli se abrieron de par en par por un segundo, y la sangre se le escapó de las mejillas al recordar lo que seguía.

—¿Y qué hay de los hombres malos que nos buscaban?

—Han pasado semanas, lo más probable es que ya se hayan rendido, y si no... yo me encargaré de ellos —respondió Jack, bajando la mirada hacia una Eli pálida y angustiada. Tomó unos segundos para pensar en lo que diría y se agachó a su nivel, posándole una mano sobre la cabeza; dado que él nunca había tenido hijos ni interactuado mucho con niños en general, decidió recurrir a las palabras de su viejo amigo—. Está bien sentir miedo; es tu experiencia diciéndote que tengas cuidado, y lo tendremos, te lo prometo.

—No tengo miedo —refunfuñó ella, desviando la mirada.

—Ahora sí que te pareces a él —se rió Jack, levantándose, pero no sin antes darle una buena despeinada.

Partieron con prisa, basados en las pocas indicaciones que les habian dejado. Aún debían faltarles unas cuantas horas para llegar al pueblo, y Jack quería evitar que pasaran otra noche en esos bosques, por lo que tomaron la ruta directa por la carretera. A pesar de sus miedos, las calles estaban desoladas; no se encontraron con nadie ni con nada hasta que el sol comenzó a ocultarse tras los árboles. Jack tenía sus dudas sobre aquellas indicaciones, pero asumió que, si seguían la carretera, llegarían a algún lado tarde o temprano.

Habían comenzado a buscar un lugar en el bosque para acampar cuando una luz cálida a la distancia captó su atención. Lejos de ser un pueblo, tres pequeños puestos se asentaban al costado de la carretera. Aunque no pareciera haber nadie por fuera, sabía que al menos uno de los puestos estaba repleto de gente; el murmullo se hacía más fuerte a medida que se acercaban.

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