7 - El comienzo de otra

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100 años después

-Maldición, me quedé dormido. Voy a llegar tarde en mi primer día -se decía a sí mismo Ray mientras corría por su casa, poniéndose el uniforme de la Escuela de la Harpía: un chaleco aquamarino por encima de una camisa blanca, pantalones negros y, sobre todo, una túnica blanca de mangas largas bordeada con los colores de la escuela y abierta en el medio para dejar ver el uniforme. Esta diferenciaba a los maestros de los alumnos. Debido a su rango como maestro imperial, también portaba con unas hombreras condecoradas que lo distinguían del resto de maestros estatales.

Veleria, la capital del Imperio Veleriano, era una enorme ciudad amurallada creada hace noventa años con dos claros objetivos: ofrecer resguardo de la plaga, también conocida como Tinta, que estaba arrasando el mundo y enseñar a todo aquel que fuera capaz de controlar energía para combatirla. Para esto, el emperador ordenó la construcción de cuatro escuelas: al norte de la ciudad se edificó la Escuela del Cisne, cuyos estudiantes eran fácilmente identificables por sus chalecos rojos, entrenados para lidiar con emergencias médicas. Al este, la Escuela del Oso se encargaba de mantener la paz y el orden, reconocidos por sus chalecos verdes. Al sur, la Escuela del Búho estudiaba todo lo relacionado con el uso de encantamientos, habilidades que todo el que pudiera controlar energía era capaz de utilizar. Referidos coloquialmente como Magis, vestían chalecos negros para representar a su escuela. Finalmente, la Escuela de la Harpia al oeste, especializada en el combate, tenía como deber infiltrarse en territorio enemigo y reclamarlo en nombre del Imperio, ya sea de las manos de otras naciones o de la Tinta.

Con el paso del tiempo una quinta escuela se creó, la Escuela del Tigre, representados por el color naranja, los Tigres ya no eran considerados estudiantes debido a que solo aquellos que se hayan graduado de una de las otras cuatro escuelas y aprobado un riguroso examen practico tenían permitidos entrar. Considerados la elite del imperio, sus integrantes operaban bajo el directo mandato del emperador, aunque tuvieran a su propio maestro.

Ray se apresuró por la puerta del frente. El leve murmullo de la gente junto a las pequeñas pero acogedoras casas le daban al vecindario un toque reconfortante. Incluso podía escuchar el ruido que hacían sus zapatos al impactar con el suelo de piedra. Para los estándares de la capital, esa era una zona muy humilde que bordeaba la gran muralla.

Al ver su uniforme, la gente se hacía a un lado con prisa para cederle el paso. No era normal encontrarse con alguien tan importante por esas zonas, por lo que solían quedarse mirándole hasta que desaparecía en la distancia.

Momentos después, llegó a los terrenos de la masiva escuela donde estaría dando clases. Dentro del aula, quince alumnos esperaban sentados en silencio. Algunos tenían apenas quince años mientras que otros rozaban los sesenta: esto se debía a que cada persona conseguía controlar la energía a diferentes edades, eso es si en algún momento lo lograban. Cualquiera fuera la situación, las escuelas no discriminaban. De hecho, cursar el primer año era obligatorio para determinar que la persona no sería un peligro para sí mismo o los demás.

-Sé que estaban esperando al maestro Esper, pero se encuentra indispuesto, así que seré vuestro maestro por unos días -dijo Ray intentando disimular que había estado corriendo por los últimos diez minutos.

Un ligero murmullo se expandió por el salón. Nunca se hubieran imaginado que uno de los maestros imperiales les daría clase en persona. Entre los pocos que se mantuvieron callados, se encontraba una chica de no más de veinte años: esbelta, con el pelo negro, largo y lacio, contrastando con su pálida piel. Quien lo observaba fijamente con ojos carmesí, una de las muchas mutaciones que afectaron a las personas nacidas después del incidente.

"¿Esa persona es realmente el maestro imperial de las Harpías?" se preguntaba ella con una mezcla de desconfianza y desagrado. Solo ver su porte le molestaba: desinteresado, torpe y, por encima de todo, desprolijo. "Alguien en su posición debería ser un ejemplo a seguir. Al menos, dígnate a llegar a tiempo".

Providence [ESP]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora