Que esto e' punto y aparte, por atrevida e' que 'toy loco por darte..
Londres, Inglaterra.
Cristian se miró al espejo por última vez después de acomodar su remera por encima del pantalón y ladeó una sonrisa al ver que le gustaba lo que veía.
Lo que no le estaba gustando era la impuntalidad de Karen en estos momentos, mas que nada porque todo el apuro de ser presentada como su prometida, era únicamente de ella. A él no le importaba en lo mas mínimo todo eso, incluso no quería casarse, pero era lo que le tocaba después de fichar con el Tottenham.
Suspiró y miró su celular antes de meterlo en su bolsillo, ni mensajes ni llamadas de la mencionada anteriormente. En su mente ya se la imaginaba indecisa por su vestimenta, no solo a ella sino también a su suegra y cuñada que eran iguales o peores que Karen.
Después de perfumarse optó por salir de su habitación para buscar algo en la heladera, después de bajar las escaleras se encontró con toda la sala decorada, la mesa larga con distintos platos a degustar y Marina, la cocinera del hogar despidiéndose de Rocio.
—Chau mary, gracias..— dijo Cristian amablemente cuando la señora le regalo una sonrisa cálida para así cruzar la puerta. El primero se acercó a la mesa y tomó una empanada, le dió un mordisco y cerró sus ojos disfrutandola —Que cosa ma' rica.
—Estaría bueno que esperes a tus invitados, ¿no?— preguntó la peliroja cruzándose de brazos.
El morocho la miró, pero antes de contestar se tomo su tiempo para escanearla de pies a cabeza, su pelo lacio ahora tenía ondas en sus puntas, los ojos verdes parecían resaltar como nunca y el escote en V no ayudaba para que él pudiera quitarle la mirada de encima.
Sin embargo trato de tragarse los elogios fuera de lugar y frunció el ceño dándole otro mordisco a lo que era la entrada de aquella cena. —Mi casa, mi compromiso, mi comida. ¿Vos que te mete'? Te recuerdo que sos la novia de mi papá noma', mi vieja está en Córdoba.
Rocio mordió su labio inferior y negó revoleando sus ojos hacia atrás, dió una media vuelta y subió las escaleras, no había nada peor que discutir con Cristian, menos a estas alturas donde ninguno parecia soportar al otro.
Lo último que escuchó el cordobés fue el portazo de la habitación y una sonrisa se esparció por sus labios, pero poco duró ese momento de felicidad en soledad ya que en cuanto termino de comer, el timbre sonó.
El defensor caminó con tranquilidad hasta la puerta y pasó su mano por su boca para asegurarse que su cara estuviera limpia antes de abrir y encontrarse con la familia de su, ahora, futura esposa.
Cristian abrió la puerta con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, preparado para el desfile que siempre traían consigo las visitas de Karen y su familia.
—¡Hola, amor! —Karen entró de inmediato, abrazándolo con efusividad, pero él apenas le devolvió el gesto.
—Llegaste tarde —murmuró, lo suficientemente bajo como para que solo ella lo oyera. La rubia lo ignoró, acostumbrada ya a su tono seco.
Detrás de ella, su madre, Mercedes y su hermana menor Carol entraron a la casa con la misma actitud altanera que siempre traían. Cristian las saludó con un asentimiento de cabeza y un breve "buenas", mientras ellas avanzaban por la sala como si ya fueran las dueñas del lugar.