Juanjo llevaba aproximadamente dos años sin pisar un campo de fútbol.
A pesar de que habría visto algún partido de la selección desde su casa, el fútbol no era una de sus pasiones, así que la idea de acercarse a un lugar lleno de hombres —en su mayoría heterosexuales— corriendo detrás de una pelota no era su favorita.
Pero eso había cambiado ese día porque, junto con Martin, se había visto obligado a ir, con el fin de hablar con su siguiente potencial alma gemela.
Tras aquella conversación en el balcón de su piso, la noche transcurrió con normalidad. O lo más normal que podía ser después de lo que habían hablado. Ya que, muy a su pesar, el mayor llevaba dándole vueltas a lo que le había dicho el contrario desde aquella noche.
El caso es que al día siguiente acordaron que irían a ver a otra de las muchas personas con las que Juanjo interactuó esa noche; el entrenador del equipo infantil de fútbol de un barrio del norte de Madrid, Lucas. Así que no le quedaba otra, se encontraba ahora mismo en uno de los márgenes del campo.
Le parecía hasta gracioso la cautela con la que el menor caminaba a su lado, pendiente de que ninguna pelota asesina volase en dirección de su ya anteriormente magullada nariz. Por un momento había tenido ganas de agarrar su mano y darle un apretón con tal de tranquilizarle un poco, pero sabía que no era buena idea. Por eso se limitó a simplemente sentir la sensación de ardor en la palma de su mano, hambrienta por el contacto del vasco.
Vieron a su objetivo a lo lejos. Era un chico algo más mayor que ellos, con el pelo castaño y la barba bien recortada. No podían ver sus ojos desde esa distancia pero si su sonrisa, viéndose amigable con los críos que corrían por el campo guiados por los pitidos del silbato que tenía el entrenador entre los labios.
Quisieron llamar su atención, pero no podían meterse en el campo e interrumpir el entrenamiento, por lo que decidieron quedarse al margen hasta que terminaran.
"Espero que te hayas traído un protector para la nariz esta vez." Bromeó Juanjo, aguantándose la risa que amenazaba en salir de su boca.
La respuesta del menor vino acompañada de este mismo rodando los ojos. "Ja, ja, ja... Que gracioso eres."
A continuación, se apoyó en la barandilla que bordeaba el campo con una gran puchero en los labios. Y, nuevamente, su mente vagaba a lugares que no debía, porque se moría de ganas por quitarle ese puchero a besos.
Esto tiene que parar, es preocupante, pensó mientras se apoyaba en la barandilla también.
Parecía que últimamente su cabeza estaba en ese eterno bucle de negación constante a su corazón, que empezaba a correr dentro de su caja torácica cada vez que el vasco que estaba cerca. Y en ese momento más que antes, porque la conversación en su balcón volvía a él constantemente.
Ya no podía echarle la culpa solo al plan, porque esa parte era la de menos; el problema eran sus sentimientos.
Lo que le había dicho Martin le había hecho pensar. No podía estar desarrollando sentimientos por una persona que no era para él, porque su corazón no podría soportar encariñarse de más para luego verlo irse con otra persona.
Era una especie de sentido de la autopreservación en el que su cabeza negaba cada uno de los latidos dedicados al menor. Pero era solo eso, una obvia negación que el aragonés ignoraba con tal de no salir de su zona de confort.
Otro pitido del silbato lo devolvió a la realidad.
Giró su rostro en dirección del vasco, que seguía con el puchero plantado en la cara.
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En busca de tus colores
FanfictionEn un mundo en el que todo es blanco y negro hasta que tocas a tu alma gemela, Juanjo se despierta viendo todo a color. ¿El problema? No recuerda quien le tiñó el mundo de colores.