11: Visita sorpresa

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"¿Mamá?"

Juanjo estaba, cuanto menos, tieso.

Su madre lo miraba con una mano apoyada en la cadera y la otra sosteniendo la correa del bolso que llevaba colgado al hombro. "¿Vas a dejarme entrar? Estas no son formas de recibir a tu madre, ni un beso me has dado."

Esas palabras fueron las que le hicieron reaccionar, ya que se retiró del marco de la puerta para dejar pasar a Nieves. Una vez con la puerta cerrada, se giró rápidamente hacia ella para plantarle un beso en la mejilla.

"¿Qué haces aquí?" Preguntó agarrándola suavemente por los hombros.

"Buenas tardes a ti también, Juan José." Le respondió la mujer, alejándose del agarre de su hijo para colgar la chaqueta vaquera que hacía un momento llevaba puesta en el perchero de la entrada.

Eso exasperó al maño. "Mamá..." Insistió.

Nieves se giró hacia él, esta vez con ambas manos apoyadas en sus caderas y los brazos en forma de jarra. "He venido para un par de días para ver a tu tía Marisol, que ha estado estos días un poco pachucha." Explicó la mujer que le había dado la vida, adentrándose más en el piso. "Y he pensado que de paso podría venir a ver a mi hijo, que hace mucho que no pasa por casa. ¿Qué has estado haciendo? Te he estado llamando y no me lo has cogido, he tenido que llamar a Almudena para preguntar dónde andabas."

Realmente era su madre, viendo como hablaba a toda velocidad con un montón de gestos de por medio. Pero eso no era lo importante, porque justo cuando terminó de pronunciar la última palabra, la razón por la que no había estado cogiendo el teléfono salió por la puerta de la cocina.

Desde que llegaron no se había molestado en mirar el móvil, a decir verdad, ni siquiera sabía dónde estaba. Tampoco le había importado hace cinco minutos, porque su atención había estado centrada únicamente en el vasco y en lo mucho que le hubiese gustado limpiar los pegotes de nata que había tenido en la cara con su propia lengua. Sintió un poco de calor ante el recuerdo.

Pero eso no le iba a decir eso a su madre, claro que no.

Hablando de pegotes de nata, agradecía que Martin no hubiese salido de la cocina hasta estar completamente limpio y sin restos de nata en ninguna parte del cuerpo, porque iba a ser muy difícil darle una excusa coherente a su madre. Y más teniendo en cuenta que probablemente Juanjo seguía teniendo alguna mancha incriminatoria en alguna parte del cuerpo.

"Anda, hola." Se sorprendió Nieves, para luego girarse hacia su hijo, acusatoriamente. "¿Por qué no me habías dicho que tenías compañía?"

"¡Tampoco me habías dado tiempo!" Se defendió, ligeramente ofendido.

La mujer terminó haciendo un aspaviento con la mano, dirigiéndose ahora al menor, que lo miró brevemente antes de sonreírle a su madre.

"Que modales tiene este hijo mío." Farfulló Nieves, agarrando a Martin por los hombros para darle dos besos de saludo. "Soy Nieves, la madre de Juanjo."

"Martin, encantado. Soy un amigo de tu hijo."

El mayor no pudo evitar que la palabra amigo chirriara en sus oídos. Pero eso era lo que eran ¿no? Por mucho que el maño se muriese por besarle y por tenerle a su lado a diario, no eran más que amigos. Hace tan solo cinco minutos parecía haberse olvidado de eso porque se había dejado llevar por sus impulsos, pero eso no quitaba que se encontraban en una situación muy complicada que podría llevar a más de un corazón roto si la llevaban demasiado al límite.

El problema era que, a la hora de la verdad, cuando se suponía que debía echarse atrás para evitar salir dañado, su corazón hablaba más alto que su cerebro. A la vista había quedado cuando casi se lanza a besar los labios del contrario, tirando por la borda todo su autocontrol.

En busca de tus coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora