100 poemas de un corazón desesperado

29. Sombra mía

Sombra mía

Solía verla solitaria,
saboreando sonidos,
tocando sabores,
rompiendo las siluetas del sentido
de mis sucios, sardónicos servicios.

Solía apreciarla sin saber de ella más
que su simiente voz a cada segundo,
precioso, solo uno,
me siseaba como una madre que perdona al hijo
sabiendo que lo seguirá amando,
a su ser maligno, a mi fétido solipsismo.

Su madre respiraba, sorbía dolores,
simulaba su existencia dentro de mi sofoque,
como saetas salpicando en mis sórdidos pecados,
como un salino llanto que me hacía arrepentirme de salir solventado.

No en esta, tal vez,
pero ella siempre ha susurrado a mi oído
"Aún así... supe que así como soy,
tú ser moriría sin probar el sol".
Aún así, esa sinfonía de lo que somos
podría romperse después de tu silencio, amor.

Podría romperse cuando renuncie a mis sueños,
cuando sienta las siguientes agujas del reloj sumarles,
cuando mi sangre sostenga a tu cuerpo,
y las sombras que te desaparecen cada cierto tiempo
no se asomen de nuevo.

Pero no será así ¿verdad?
No lo será, si quiera, aunque hoy
sí haya tomado un sorbo extra,
o aunque hoy haya un soplido menos,
que no fue inhalado.

Todo será una silueta mal dibujada,
de mis dolores, de tu sed por verme sobreviviendo
sediento, de tus ansias por respirar mis sentimientos
densos, dejarlos sueltos y luego succionarlos hasta drenarme
completo.

Hasta sazonarme con sal y pimienta,
en medio de agonizantes susurros casi muertos,
aún no me sepultan, aún no me silencian. Ellas.
Tú.
Cuando me ahogue, si suprimes mis señales de vida,
saborear la pastilla diaria se volverá mi única salida.

«Sin embargo, sabe Dios, cuando querré eso. Tal vez nunca. Tal vez sí eras ella, y yo estoy sumido en una falsa sobriedad».

Solo tu sobremanera será la silueta verdadera
sintiéndote mía, en cada jadeo y sudor
que me visita noche y día,
en cada sonrisa de tus sádicos y serotonianos labios
simulados,
simulados.
Inmersivos, kantianos y no sofistas,
mas sí puritanos.

Tus sentidos sosegados
simbolizarán guerra, un rojo mar de sirvientes derrotados,
soportando, sosteniéndote
a pulso salvaje y alocado,
con las pocas células saludables
neuróticas, siendo sacrificadas
de la sangre de mis carótidas.

Serás ella, bella mía,
tan simpática, tan fría,
primera mañana de mis soleados días,
mi santa señorita, sagaz seductora
que me sujetará y sufrirá por mi caída
solitaria.
Mi secreto será solo nuestro,
y el tuyo me lo contarás ahora.

Por favor...
Sueña conmigo de nuevo,
amada mía.

«Sigo aquí, esperándote, más sobrio que nunca. Sin vaso de agua ni receta activa que de nuevo, me corrompa».

Despierta y sé mía de nuevo, mi sombra.

«03/09/2024»