42. Nada lo justifica

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Nada lo justifica

Nada lo justifica,
nadie lo comprende,
nadie lo atiende,
no quieren comprenderlo.

No buscan ser justos,
no se busca justicia
hasta ser más sabios
que la rota autoestima,
pues esta es injusta
y quiebra sonrisas.

Sonrisas calientes,
mejillas frías,
saliva ardiente y lágrimas salinas
quebradas, insuficientes.

Música alta, aterradora, penetra los oídos
gustosos,
del poeta que se miente y fetichiza su muerte,
que anhela crecer centímetros, no mentalmente.

Vibrantes son los perjuicios que duelen
en los sentidos martirizados,
del masoquista que se sonríe para hacerse daño,
y llora para sentirse feliz y patético
por haberse perdonado.

Visitaste al casero, una vez más,
con los bolsillos vacíos y el dinero escaseando:
si hablarte me costó cien,
un mes me dejaría sin comer
y resistir la culpa por haber exprimido el salario de mi ángel
me haría un moroso moral, un alienígena que defeca y es aceptado en la Tierra, en esta tierra del bien y el mal.

Aquella sonrisa me costó cien,
pero el trato siempre fue un préstamo
y eso lo sabía bien.
Tus intenciones no eran buenas,
tal vez lucrativas,
pero no podía medirlas porque las mías tampoco lo eran. No lo sabría.
Y no intenté saberlo.

Tu contrato me otorgaba una sonrisa después de la charla,
y la maldición regresaba. Siempre volvía.
Lo hacía, de vuelta, porque no lograba copiar tu sonrisa
y te la devolvía cada vez que salía de tu oficina.
Porque lo que hablamos en ese cuarto no fue una conexión verdadera, sino una simple transacción de hartazgo a contratiempo por unos cuantos segundos y espacio... seguro.
Uno confiable, atento, preocupado y evocador... si después de torturarme decidiera agradecerle con billetes en su cartera, y no mis dientes.
Al menos me ha dado la posibilidad de sonreír, solo si de verdad me siento feliz.

Pero las lágrimas ya han quemado,
han agarrado y asfixiado cada célula cutánea,
cada punto de rosácea inflamado,
cada poro de mi permeable, sediento ser desfogado,
y cada año que pase con estos síntomas sin ser tratados,
con el alma rota en lógicos, malditos racionales pedazos,
me verán con asco;
admirarán mi rostro quemado;
me limpiarán para después lanzarme el trapo;
me dejarán lidiar con esos "malos ratos"
o simplemente me dirán: qué desperdicio de ser humano.
Todavía peor, uno avejentado.
Uno que viviría 40 años si continúa despertando de la muerte nocturna,
y probando cada bocado de comida con 100% de sal.

Tu rostro no luce tierno, ni convence a nadie.
Nadie te comprende como yo lo hago, así que no seas amable.
No luzcas vulnerable.
Toma mi mano, bailemos lento y suave.
Serás mi musa, yo tu amante.
Toma la mano de la muerte, la locura y sumérgete en el arte,
en sentirte viva, vacía y miserable.

Nada justificará que tú ames la corrupción de mi arte:
hacerte desear acabarte,
luego arrepentirte, aceptarte,
y... obsesionarte a tal punto de que desees castigarte,
porque abandonarme, no sentir culpa,
oh, cariño...
eso es imperdonable.



«31/01/2025»

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