Capítulo 2: La obsesión secreta

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El camino de regreso a casa nunca me había parecido tan largo.

Cada paso se sentía pesado, como si el encuentro con Alexander en la cafetería hubiera cambiado algo en el aire. Mi mente seguía atrapada en ese momento, en su mirada intensa, en la forma en que nuestros mundos chocaron, aunque ninguno de los dos lo reconociera abiertamente.

Cuando finalmente llegué a mi pequeño apartamento, cerré la puerta tras de mí con más fuerza de la necesaria. Me apoyé contra ella, tratando de calmar la agitación que aún bullía dentro de mí. Mi corazón latía con fuerza, como si mi cuerpo supiera algo que mi mente aún no estaba dispuesta a aceptar.Me descalcé, dejando los zapatos a un lado, y caminé hacia mi habitación.

Mi espacio, mi refugio. Era lo único que me hacía sentir en control, el único lugar donde podía dejar de fingir ser una persona normal, donde mi verdadero yo, con todas sus sombras, salía a la luz. El apartamento era pequeño, modesto, pero una puerta me llevaba al secreto que lo definía todo.Abrí esa puerta con una mezcla de ansiedad y excitación.

La habitación detrás de ella era pequeña, más un armario amplio que un cuarto real. Pero era suficiente. Suficiente para mi pizarra, para mis secretos, para mi obsesión.

Encendí la luz, y ahí estaba, ocupando casi toda la pared. Fotos, recortes de periódico, notas escritas a mano, todas relacionadas con él.**Alexander Volkov.**Recorrí con la mirada cada una de las fotos, mi cuerpo aún temblando ligeramente. Todo comenzó hace meses.

Todavía puedo recordar la primera vez que lo vi en las noticias. Habían publicado un artículo sobre él, el joven magnate ruso que estaba expandiendo su imperio por Europa.

Una imagen en blanco y negro lo mostraba de pie, imponente, con una mirada seria, calculadora.No fue inmediato, pero algo en su presencia me atrapó.

Comencé a investigar, a leer más, a buscar cualquier cosa que pudiera encontrar sobre su vida. Y luego, como un veneno dulce, la obsesión se instaló dentro de mí.

Cada día, cada hora libre, la dedicaba a averiguar más. Quiénes eran sus socios, sus empresas, su círculo cercano. Cuanto más sabía, más quería saber.

Me acerqué a la pizarra, mis dedos rozando una de las fotos en las que él aparecía en un evento de gala, impecable en su traje negro. Me detuve frente a otra foto, más reciente, donde lo capturaron en el aeropuerto. Parecía molesto, distraído. Esos pequeños detalles me fascinaban.

A veces sentía que sabía más de su vida que de la mía propia.Y ahora... ahora él había entrado en mi mundo.Me incliné para tomar una de mis libretas de la pequeña mesa junto a la pizarra. En ella escribía detalles, fechas, cualquier cosa que pudiera ser relevante.

Todo estaba aquí: las empresas que había comprado, los movimientos que había hecho en el mercado, las fiestas a las que había asistido. Pero también había cosas que nunca aparecerían en ningún periódico. Cosas que había descubierto por mi cuenta, siguiendo sus pasos, observándolo desde lejos.Pasé las páginas hasta llegar a una nueva.

Necesitaba escribir sobre hoy. Sobre cómo apareció en la cafetería, sobre cómo me miró. ¿Había sido casualidad? ¿O había algo más detrás de su presencia allí?Con cada palabra que escribía, sentía que me hundía más en esta red que había tejido. Sabía que lo que hacía estaba mal, que nadie debería seguir a alguien de esta manera. Pero no podía detenerme.

Había algo en él, algo que me llamaba, como si él fuera la clave para entender partes de mí misma que había estado ignorando.Miré la pizarra de nuevo, preguntándome si él alguna vez se daría cuenta. ¿Sabía que yo existía antes de hoy? ¿Había notado alguna vez cómo lo seguía en silencio, a distancia? No, no podía ser. ¿O sí? Algo en su mirada esta mañana me hacía dudar. Como si me hubiera estado esperando, como si él también supiera algo que yo desconocía.

Cerré la libreta y me acerqué aún más a la pizarra. "Alexander Volkov", susurré para mí misma.

Su nombre siempre sonaba tan poderoso en mi mente, como un conjuro que lo traía más cerca, aunque él estuviera a kilómetros de distancia.

Pero ahora ya no era solo una figura distante en mi pizarra. Ahora había estado frente a mí.

Había dicho mi nombre cuando le entregué el café.

Y en ese pequeño momento, se había roto la barrera entre mis fantasías y la realidad.Me alejé de la pizarra, apagando la luz y cerrando la puerta del cuarto.

Sabía que este era solo el comienzo. Ahora que nuestros caminos se habían cruzado, no podía haber marcha atrás. Mi obsesión se había vuelto tangible.

Y aunque era peligroso, aunque sabía que lo que estaba haciendo era irracional, no podía detenerme.

Alexander Volkov había entrado en mi vida hoy, y no lo dejaría ir.

Sombras en el MuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora