Capítulo 7: El peligro acecha

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Desde aquella noche en el evento, todo ha cambiado. Algo en la atmósfera se siente distinto, cargado de tensión y peligro. Como si, de alguna manera, el juego que Alexander y yo hemos estado jugando hubiese alcanzado un punto de no retorno. Mi cuerpo está en constante alerta, cada sombra me parece más amenazante, y el silencio se ha vuelto ensordecedor.

No lo he visto en la cafetería en días, pero su ausencia no me tranquiliza. Todo lo contrario. Su falta de presencia física solo ha intensificado la sensación de que me observa desde lejos, siempre vigilante, siempre un paso por delante. Comencé a notar pequeños detalles que antes ignoraba: un coche negro estacionado frente a mi apartamento más de una vez, pasos a lo lejos cuando salgo a caminar, y esa sensación constante de que alguien me sigue.

Al principio pensé que era mi imaginación, que mi obsesión por él había empezado a distorsionar mi realidad. Después de todo, llevo meses siguiendo cada uno de sus movimientos, estudiando cada gesto, cada palabra. Pero ahora... ahora siento que las tornas han cambiado.

Mientras caminaba hacia casa anoche, algo dentro de mí se activó. Era una sensación abrumadora, casi instintiva. Me di cuenta de que alguien me seguía. Lo primero que pensé fue en Alexander. Podía sentir su sombra detrás de mí, ese magnetismo oscuro que siempre parecía envolverlo. Pero, al mismo tiempo, había algo más. Algo que me hizo detenerme y girar la cabeza hacia atrás, solo para encontrarme con la calle vacía.

Respiré profundo, intenté convencerme de que estaba exagerando. Después de todo, si Alexander realmente me estuviera siguiendo, no sería tan obvio. No, él era mucho más calculador. Siempre movía sus piezas en la oscuridad, controlando el tablero sin que yo siquiera me diera cuenta.

Sin embargo, esa sensación de ser observada no desaparecía. Era constante, como si una presencia invisible me acechara. Pero en lugar de apartarme, en lugar de cortar el hilo que me mantenía unida a él, me aferré aún más a mi obsesión. Algo en mí no podía soltarlo. Me había adentrado demasiado en este juego, y ahora, no había vuelta atrás.

Hoy, después de mi turno en la cafetería, lo noté de nuevo. Los pasos detrás de mí eran más rápidos esta vez, más cercanos. No me atreví a girarme, no quería confirmar mis sospechas. Mi corazón martilleaba en mi pecho, pero mis pies continuaban caminando, manteniendo el ritmo, como si nada estuviera mal.

Llegué a mi apartamento y cerré la puerta detrás de mí rápidamente, mis manos temblando ligeramente. Me acerqué a la ventana, apartando apenas la cortina, lo suficiente para espiar la calle. Y ahí estaba. Un hombre, de pie, al otro lado de la acera. No podía distinguir su rostro en la oscuridad, pero su silueta me era extrañamente familiar. Mi respiración se detuvo por un instante, una mezcla de miedo y curiosidad creciendo en mi interior.

¿Era Alexander? ¿Estaba él jugando conmigo de una manera más intensa? Sabía que este juego tenía sus reglas no escritas, pero esto... esto era diferente. Aunque una parte de mí sentía miedo, otra parte se sentía intrigada, fascinada por lo que podría significar.

Decidí no apartarme. No podía. La obsesión que sentía por él me mantenía encadenada a cada movimiento suyo, a cada pequeña señal que me dejaba. Si este era su nuevo modo de comunicarse conmigo, lo aceptaría. Me enfrentaría a él, aunque eso significara adentrarme en terrenos aún más peligrosos.

Mientras observaba la figura en la calle, sentí que el peligro no solo acechaba desde fuera, sino también desde dentro de mí misma. Había algo en este juego que me atraía, que despertaba una parte de mí que no reconocía. Algo oscuro, algo que había estado dormido hasta que Alexander apareció en mi vida.

Solté la cortina, dejando que el misterio quedara cubierto por la tela, pero mi mente seguía maquinando. ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar? ¿Hasta qué punto podía soportar esta tensión constante, este acecho que cada vez se hacía más fuerte?

Una cosa estaba clara: no iba a detenerme. Si era Alexander quien me seguía, si él estaba tratando de empujarme hacia el borde, lo aceptaría. Me enfrentaría a ese abismo que él representaba, porque, al final del día, mi obsesión por él había crecido más de lo que podía controlar.

Y si el peligro acechaba... que viniera. Yo también estaba preparada.

Sombras en el MuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora