No debería estar haciendo esto. Cada fibra de mi ser me lo gritaba mientras me escabullía entre las sombras del gran salón, mi corazón latiendo a un ritmo frenético. Pero la sensación de peligro, el impulso de acercarme a él, de verlo en su verdadero entorno, era más fuerte que cualquier advertencia que mi mente intentara lanzarme.
Había pasado días preparándome para esta noche, meses recopilando información, descubriendo sus patrones, y finalmente sabía que Alexander asistiría a este evento exclusivo. Las invitaciones estaban reservadas solo para las élites, para la gente de su mundo, un mundo al que yo no pertenecía. Pero eso no me detendría. No ahora.
Conseguí colarme, aunque admito que fue más difícil de lo que imaginaba. Aún así, aquí estaba, rodeada de gente vestida de gala, con risas y conversaciones sofisticadas a mi alrededor, mientras yo intentaba parecer invisible. La música suave y el tintineo de las copas llenaban el aire, pero mi mente solo estaba centrada en un objetivo: Alexander Volkov.
Llevaba un vestido sencillo, pero lo suficientemente elegante para no desentonar. Mi plan era sencillo: mantenerme al margen, observarlo desde lejos, y luego irme antes de que nadie notara mi presencia. Solo necesitaba verlo, comprobar que lo que había sentido aquella mañana en la cafetería no era una ilusión. Necesitaba saber más, entenderlo mejor.
Mis ojos lo buscaron entre la multitud, y finalmente, lo encontré. Estaba al otro lado del salón, hablando con un grupo de hombres mayores, probablemente socios de negocios. Su porte era imponente, como siempre, con su traje perfectamente ajustado y esa expresión calmada que nunca dejaba entrever lo que realmente pensaba. Me quedé mirándolo un momento, fascinada, como si el resto de la sala se desvaneciera a su alrededor.
Entonces, sucedió algo que no esperaba. Me miró.
Fue solo un segundo, tal vez menos, pero nuestros ojos se cruzaron, y el aire pareció volverse denso a mi alrededor. El tiempo se detuvo. Mis manos empezaron a sudar, y el calor subió por mi cuello. Sabía que debía apartar la mirada, que debía fingir que no lo estaba observando. Pero no podía moverme.
Su mirada era penetrante, oscura, cargada de algo que no podía descifrar del todo. ¿Sospechaba de mí? ¿Me reconocía? Había algo en esos ojos que me hacía pensar que él ya sabía lo que estaba haciendo allí, mucho antes de que yo misma lo supiera.
Intenté serenarme, tomar un sorbo de la copa que había recogido de una bandeja en el camino. Pero mi mano temblaba, y cuando me di cuenta, el vino rojo manchó el borde de mi vestido. "Estúpida", murmuré para mí misma, intentando mantener la compostura. Tenía que mantenerme firme. No podía dar un paso en falso ahora.
Respiré hondo, apartando la vista por fin, y comencé a caminar hacia el fondo del salón, donde las luces eran más tenues y la gente menos densa. Desde allí podría observar mejor, sin que él me viera tan claramente. Sin embargo, algo en mi interior me decía que había cometido un error. Y entonces, lo vi. Se estaba moviendo. No hacia los otros invitados, no hacia las mesas de gala, sino hacia mí.
El pánico me recorrió como un latigazo. ¿Qué iba a decirle? ¿Cómo iba a explicar mi presencia aquí? Pero antes de que pudiera idear un plan, su figura ya estaba a unos pasos de mí, y cuando sus ojos volvieron a encontrarse con los míos, sentí como si el suelo hubiera desaparecido bajo mis pies.
-Clara. -Su voz era baja, controlada, pero tenía un filo que me hizo temblar. Mi nombre en sus labios sonaba demasiado familiar, demasiado íntimo. ¿Cómo lo sabía? No debería saberlo.
Intenté sonreír, pero mis labios apenas se movieron. Mi corazón estaba a punto de estallar en mi pecho.
-No esperaba verte aquí -continuó él, dando un paso más cerca, tan cerca que podía sentir su presencia como una sombra envolviéndome. Cada palabra que decía parecía cargada de un significado oculto, como si estuviera jugando conmigo, esperando a que cometiera otro error.
¿Qué podía decir? Mi mente estaba en blanco, y por un momento solo lo miré, tratando de encontrar alguna salida. Pero no había salida. Alexander Volkov ya sabía demasiado.
-Yo... solo... -comencé a balbucear, pero él alzó una mano, deteniéndome.
-Sabes, Clara -dijo en un tono casi suave, pero frío-. He estado esperándote. -Sus palabras me golpearon como un mazazo. Todo mi cuerpo se tensó, y la sangre me hirvió en las venas.
Esperándome. Lo sabía. Siempre lo había sabido. Esto no era una coincidencia, este encuentro no era un accidente. Él me había visto desde mucho antes de que yo siquiera pensara en seguirlo.
Me quedé congelada, incapaz de reaccionar, mientras él daba otro paso, invadiendo por completo mi espacio personal. Mi respiración se aceleró, y pude ver un destello de algo en sus ojos, una mezcla de control y de... curiosidad. Igual que la mía.
-No me malinterpretes -continuó, inclinándose lo suficiente para que solo yo pudiera oírlo-. No me molesta tu presencia. De hecho, la esperaba. Pero déjame darte un consejo, Clara. -Su voz se volvió aún más baja, casi un susurro-. Ten cuidado con lo que deseas. A veces, conseguirlo puede ser más peligroso de lo que crees.
Y con eso, se dio la vuelta, dejándome en el mismo lugar donde mis pies se habían clavado en el suelo. Mi mente corría a mil por hora, intentando procesar lo que acababa de ocurrir. Alexander Volkov sabía de mí. Sabía que lo había estado siguiendo, sabía que estaba obsesionada con él. Y no solo eso. Lo había estado esperando.
Todo lo que había hecho, todo lo que había creído estar controlando... se había vuelto en mi contra.
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Sombras en el Muro
RomanceClara Martínez, una empleada común de una cafetería en el centro de la ciudad, lleva una vida aparentemente normal. Sin embargo, en la privacidad de su pequeño departamento, guarda un secreto oscuro: una pizarra cubierta de fotos, notas y detalles m...