Capítulo 8: Un rescate inesperado

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El frío de la noche envolvía las calles vacías mientras caminaba hacia casa, con la sensación persistente de que algo estaba terriblemente mal. A pesar de los faroles que proyectaban su luz amarilla sobre el asfalto, el aire estaba cargado de una inquietud casi palpable. Sabía que no estaba sola. Esa sensación de ser vigilada, de tener una sombra siguiéndome a cada paso, era más intensa que nunca.

Aceleré el paso, el eco de mis propios tacones resonando contra las paredes de los edificios. No me atrevía a mirar hacia atrás. Ya no era solo mi obsesión lo que me impulsaba a seguir adelante, sino una urgencia creciente, un instinto de supervivencia que me gritaba que algo estaba a punto de suceder.

De repente, lo sentí: la aceleración de pasos que no eran los míos, más rápidos, más pesados. El miedo me atenazó el pecho. No podía seguir ignorándolo. Al girar la esquina de una calle angosta, mi corazón se paralizó. Un hombre se lanzó hacia mí desde la oscuridad, su rostro oculto por una capucha. Su mano iba directa a mi bolso, pero el peligro que emanaba de él era mucho más que un simple robo.

Intenté retroceder, pero su agarre fue inmediato, feroz. Mi cuerpo se congeló por el pánico. La adrenalina me nubló la mente mientras luchaba por liberarme, pero era inútil. Su fuerza era mucho mayor que la mía, y en ese momento, supe que estaba perdida.

Fue entonces cuando, como si surgiera de la nada, sentí una presencia más poderosa, más controlada, que intervino de una manera que nunca habría esperado. Alexander apareció de entre las sombras, sus movimientos precisos, como si supiera exactamente lo que iba a suceder antes de que ocurriera.

En cuestión de segundos, el hombre que me atacaba fue derribado al suelo. No vi exactamente cómo lo hizo; todo sucedió demasiado rápido. Alexander lo golpeó con una fuerza implacable, y el atacante huyó, desapareciendo en la oscuridad como si fuera parte de ella.

Yo apenas podía respirar. El miedo aún me sujetaba, mis piernas temblaban, y lo único que pude hacer fue aferrarme a la pared, intentando recuperar el aliento. Sentí sus manos sobre mis hombros, su tacto firme pero sorprendentemente gentil. No había rastro de duda en sus ojos, solo una intensidad que me dejó paralizada.

—¿Estás bien? —Su voz, siempre tan controlada, esta vez sonaba más grave, más cercana.

No pude responder de inmediato. Apenas podía procesar lo que acababa de suceder. Mis pensamientos estaban confusos, y la única imagen clara en mi mente era la de Alexander, de pie frente a mí, habiéndome salvado sin dudarlo.

Finalmente, asentí débilmente, pero sabía que él podía ver el miedo en mis ojos. Mis manos aún temblaban, y su presencia no hacía más que intensificar el torbellino de emociones dentro de mí. Nunca antes había estado tan cerca de él, nunca lo había visto en ese estado tan protector.

—¿Cómo... cómo sabías que estaba aquí? —pregunté, mi voz apenas un susurro, consciente de que algo más profundo estaba en juego. No podía ser casualidad.

Él no respondió de inmediato, simplemente me observó, sus ojos oscuros clavados en los míos. Había algo en su mirada que nunca antes había notado. No era solo deseo, no era solo la tensión de nuestras obsesiones compartidas. Había algo más. Algo mucho más profundo, más oscuro, que no podía desentrañar.

—No lo sabía —murmuró finalmente, su tono suave pero lleno de misterio—. Pero parece que siempre termino apareciendo en el momento adecuado.

Mis pensamientos corrieron a mil por hora. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso me estaba siguiendo, tal como yo lo hacía con él? ¿O era más que eso? Mi mente estaba llena de preguntas, pero una en particular sobresalía entre todas.

¿Era posible que mi atracción por Alexander fuera más que una simple obsesión?

Mientras él se mantenía tan cerca de mí, con su rostro tan grave y protector, una parte de mí empezó a ver algo que hasta ahora me había negado a considerar. Tal vez no solo se trataba de un juego de poder, de quién controlaba a quién. Quizá este lazo oscuro que habíamos creado era más profundo de lo que estaba dispuesta a admitir.

—Deberías tener más cuidado, Clara —me advirtió, su tono volviéndose más severo, como si una parte de él estuviera molesta por mi imprudencia.

—Lo sé —susurré—, pero parece que siempre estoy... tentándome a mí misma.

Sabía que mis palabras llevaban una verdad más grande de la que él quizás imaginaba. Estaba tentándome no solo a seguir con esta peligrosa obsesión, sino también a acercarme más a él, a este enigma que cada día se volvía más irresistible.

Alexander me miró por un segundo más, su rostro inexpresivo, pero sus ojos diciendo mucho más de lo que cualquier palabra podría transmitir. Luego, sin decir nada más, dio un paso atrás, liberándome de su agarre, aunque el impacto de su proximidad aún pesaba sobre mí.

Mientras lo veía desaparecer en la noche, me quedé ahí, preguntándome si mi atracción hacia él era mucho más peligrosa de lo que había pensado inicialmente.

Sombras en el MuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora