Hisae se niega a asistir al colegio de hechicería, Megumi es enviado por el director para convencerla. Sin embargo, Hisae se niega rotundamente debido a la oposición de su abuelo. A pesar de esto, Megumi y Hisae se hacen amigos cercanos mientras él...
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H I S A E
El suceso con los de Kioto me había dejado un mal sabor de boca, por lo que después de que todos estuvieran sanos y con toda la energía habíamos vuelto a los entrenamientos, esta vez eran más rudos, no queríamos perder contra ellos.
Nobara estaba furiosa aún y yo no me quedaba atrás, habían sido groseros e irrespetuosos, por lo que cada día daba hasta lo último de mis fuerzas con tal de mejorar.
Quería ser más fuerte y resistente, por lo que el tiempo preparándome para el evento había tenido que dejar los postres de la lado y centrarme en alimentos que me ayudaran en mi rendimiento, todas las mañanas salía a correr para después entrenar con mis compañeros, mientras que Maki y Gojo me felicitaron por mi dedicación Megumi se veía preocupado.
—¿Segura que no quieres quedarte? —me preguntó, preocupado, pero negué despacio por lo agotada que estaba.
Al final de la noche estaba muy cansada y sabía que el ojiazul también, por lo que prefería dormir sola al despertarme tan temprano y no molestar a Fushiguro para dejarlo descansar.
—Descansa Megumi, mañana será otro día ajetreado. —apreté su brazo pasando directo a mi habitación.
Esa noche, el cansancio no me dejó dormir fácilmente. Me revolvía en la cama, mi cuerpo agotado pero mi mente no me daba tregua. Cerré los ojos, intentando encontrar el descanso, pero en lugar de caer en un sueño tranquilo, me encontré con mi mayor miedo.
Estaba en un lugar oscuro, rodeada de árboles deformes cuyas ramas parecían susurrar cosas que no podía entender. Sentí una presencia... algo me observaba, pero no sabía de dónde venía. Entonces escuché una voz.
—Hisae... ven... —una voz familiar, pero fría y distante.
El corazón me latía rápido. Sabía que esa voz no era de verdad, pero aún así mi cuerpo se movía por su cuenta, obligándome a avanzar. Mis pies crujían sobre las ramas secas, y sentía que las sombras a mi alrededor se movían, como si quisieran alcanzarme. Intenté detenerme, gritar, pero no podía. Mis piernas seguían caminando y el aire se volvía cada vez más espeso.
