Capítulo 8: El Encuentro Final

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El patio trasero de la residencia de Takeshi estaba cubierto por un manto de oscuridad, apenas iluminado por la luna llena. El sonido de las botas de Ryo sobre las piedras fue el único aviso de su llegada. Takeshi estaba en su estudio, bebiendo sake, ajeno al peligro que se acercaba.

La puerta se abrió lentamente, revelando la silueta oscura de Ryo. Takeshi, al principio, no lo reconoció. Estaba acostumbrado a ser servido, no a ser confrontado.

-¿Quién demonios eres? -preguntó Takeshi con desdén, su voz cargada de arrogancia.

Ryo no respondió de inmediato. Sus ojos, cargados de ira y dolor, estaban fijos en el hombre que había destruido su vida. Dio un paso más hacia Takeshi, su mano descansando en la empuñadura de su katana.

-Soy la consecuencia de tus actos -respondió finalmente, su voz tan fría como el viento nocturno.

Takeshi se levantó de su silla, su expresión cambiando de indiferencia a alarma. Aunque era poderoso, no era un hombre de combate. Sabía que no podría vencer a un guerrero como Ryo en una lucha directa.

-¿Qué crees que estás haciendo? -preguntó Takeshi, tratando de ocultar su creciente temor.

Ryo dio otro paso más, y con una calma aterradora, desenvainó su katana. El brillo de la hoja reflejaba la luz de la luna, creando un aura casi fantasmal en la habitación.

-Hiciste que la única persona que amaba dejara este mundo -dijo Ryo, su voz temblando por la emoción contenida-. Pensaste que podías controlarlo todo, pero hoy te darás cuenta de que no puedes escapar de las consecuencias de tus decisiones.

Takeshi, en su desesperación, retrocedió, pero ya era demasiado tarde. La mirada de Ryo estaba decidida. El tiempo para las palabras había terminado.

-¡Esto no tiene que ver contigo! -gritó Takeshi, su voz quebrada por el miedo-. ¡Aiko era solo una geisha, un juguete!

Al escuchar esas palabras, algo dentro de Ryo se rompió. Sin vacilar, movió su katana con la rapidez de un rayo, cortando el aire y silenciando a Takeshi para siempre. El cuerpo de Takeshi cayó al suelo, la sangre manchando el tatami bajo él.

Por un momento, todo estuvo en silencio. Solo el sonido del viento entre los cerezos y el suave caer de los pétalos acompañaba a Ryo mientras permanecía de pie junto al cuerpo de Takeshi. Guardó su katana, su mirada perdida en el horizonte. Había cumplido con su promesa a sí mismo, pero el vacío dentro de él seguía allí, tan profundo como siempre.

Con pasos firmes, Ryo abandonó la residencia de Takeshi. No se molestó en ocultar lo que había hecho. Sabía que Yuna, Hanae y las demás mujeres de la aldea entenderían, incluso si no lo aprobaban abiertamente. El pueblo, también, sabría quién había sido responsable de la muerte de Takeshi. Pero en ese momento, nada de eso importaba.

Esa noche, bajo la luz de la luna, Ryo finalmente dejó que sus lágrimas cayeran. No por la muerte de Takeshi, sino por el amor que nunca pudo vivir.

 No por la muerte de Takeshi, sino por el amor que nunca pudo vivir

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El SILENCIO DE UNA FLORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora