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La habitación de Jeff se sumió en un silencio incómodo. Barcode permanecía sentado en el borde de la cama, su mente llena de pensamientos caóticos. La idea de estar atrapado en Italia, solo con Jeff, lo aterraba. Sabía que Ta no lo permitiría, pero al mismo tiempo, la impotencia de no poder escapar de los juegos de poder entre los hermanos lo carcomía.

Jeff lo observaba desde el otro extremo de la habitación, su sonrisa arrogante aún presente. Sabía perfectamente que Barcode no tenía otra opción, y ese control absoluto le daba una satisfacción perversa.

–Tendrás que empezar a acostumbrarte –dijo Jeff, su tono lleno de suficiencia mientras daba un sorbo a su whisky–. Estarás a mi lado, y cuanto más rápido lo aceptes, más fácil será para los dos.

Barcode lo miró con furia contenida. Odiaba su prepotencia, la manera en que hablaba como si fuera el dueño de su vida. Respiró profundo, tratando de mantener la calma, pero no pudo evitar replicar.

–¿Crees que soy tu posesión, Jeff? –dijo con voz temblorosa–. No soy un trofeo para que puedas presumir. No soy parte de este juego que tienen tú y Ta.

Jeff soltó una carcajada, acercándose a Barcode con pasos lentos y calculados.

–Oh, Barcode, sigues sin entenderlo –se inclinó hacia él, clavando sus ojos oscuros en los de Barcode, su rostro a pocos centímetros–. No se trata de ti. Nunca se trató de ti. Tú solo eres el premio. Este es el juego entre mi hermano y yo, y tú simplemente te encontraste en el medio.

Las palabras de Jeff le helaron la sangre. No era la primera vez que lo escuchaba, pero esa fría confirmación lo hacía sentir como un peón en un tablero de ajedrez. Quiso replicar, gritarle que él no era un juguete, pero antes de que pudiera hablar, Jeff se giró, como si la conversación ya no le interesara.

–Empieza a empacar –ordenó sin mirarlo–. Nos vamos en dos días.

Mientras tanto, Ta...En su despacho, miraba el informe sobre la mesa. Jeff ya había hecho las reservas y los arreglos para el viaje a Italia. El plan estaba en marcha. El tiempo se acortaba, pero él no pensaba quedarse de brazos cruzados.

El eco de sus pasos resonaba mientras recorría la mansión, pensativo. El aire estaba cargado de tensión, la sensación de que algo estaba a punto de estallar. Llegó hasta el jardín, donde el crepúsculo envolvía la mansión en un brillo naranja, casi melancólico. Ta sabía que el momento de actuar estaba cerca.

Tomó su teléfono y marcó el número de su padre. Después de un par de tonos, la grave voz del patriarca Satur respondió.

–¿Qué necesitas, Ta?

–Jeff está planeando llevar a Barcode a Italia –dijo sin rodeos.

Del otro lado de la línea, su padre guardó silencio por un momento. Ta podía imaginarlo pensando en lo que implicaba ese movimiento.

–Jeff tiene derecho a tomar decisiones sobre sus pertenencias –respondió el patriarca finalmente, con esa fría lógica que siempre usaba.

Ta apretó los dientes, sabiendo que tenía que medir cada palabra con cuidado.

–Barcode no es una pertenencia –dijo con un tono más áspero de lo que pretendía–. Sabes que esto es más que un simple viaje. Jeff lo está usando para provocarme. No puede jugar con la vida de las personas de esta manera.

Un breve silencio se formó antes de que su padre respondiera, esta vez más reflexivo.

–Eres inteligente, Ta. Si no quieres que se lo lleve, deténlo –la voz de su padre sonaba dura, como si lo retara–. Pero sabes lo que eso implica. No te enfrentes a Jeff a la ligera.

Ámame a mi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora