La tarde se teñía de colores cálidos mientras Clara y Martín caminaban por las calles de la ciudad, alejándose lentamente de la librería que se había convertido en su punto de encuentro habitual.
—Hoy fue un día bastante pesado en la editorial —comentó Clara, ajustándose el abrigo mientras la brisa fresca del atardecer le despeinaba ligeramente el cabello.
—¿Mucho trabajo? —preguntó Martín, curioso.
—Demasiado —dijo, esbozando una sonrisa—
—¿Y tú? —preguntó Clara—. ¿Qué tal estuvo tu día?
Martín hizo una pausa antes de responder, mirando al suelo por un segundo.
—Fue tranquilo —dijo finalmente—. Pasé la mañana trabajando en unos diseños y luego me escapé a la librería. Estaba esperando verte por allí.
Clara lo miró de reojo, sonriendo ante la confesión.
—¿Esperabas verme? —preguntó, divertida.
Martín se encogió de hombros, con una sonrisa tímida.
—Quizás.
Ambos rieron, sintiendo cómo la tensión de la semana se disipaba con aquella simple caminata. La conversación fluyó hacia temas más ligeros, hablando de libros que querían leer, películas que habían visto y pequeñas anécdotas de sus vidas cotidianas.
Finalmente, después de caminar por un rato, Clara se detuvo frente a una esquina y miró a Martín con una mezcla de duda y decisión. Había algo que quería hacer, algo que hasta ese momento no había considerado, pero que ahora parecía lo correcto.
—¿Te gustaría venir a mi departamento? —preguntó de repente, sus palabras suaves, pero llenas de significado—. Podría enseñarte algo que no muchas personas saben de mí.
Martín la miró, sorprendido, pero no dudó en asentir con una sonrisa cálida.
—Claro —respondió—. Me encantaría.
Clara abrió la puerta de su departamento con una sonrisa tímida, dando un paso hacia un terreno que, hasta ese momento, había mantenido solo para ella. Martín, parado en el umbral, observó el espacio con curiosidad. Había algo en la atmósfera del lugar que le resultaba cálido, como si cada rincón contara una historia que solo Clara conocía.
El departamento de Clara era un reflejo perfecto de su personalidad: sencillo, acogedor y lleno de detalles que hablaban de su amor por los libros y la música. Las estanterías repletas de novelas, los cuadros minimalistas y las plantas distribuidas por toda la sala le daban al lugar una sensación de refugio personal. Al fondo, junto a una ventana que dejaba entrar la luz de la tarde, descansaba un piano de madera oscura, un objeto que Martín no había imaginado que formara parte de su vida.
—¿Tocas el piano? —preguntó Martín, sorprendido, señalando el instrumento.
Clara se rió suavemente y asintió, sentándose frente a él mientras acariciaba las teclas con delicadeza, como si fueran viejas amigas.
—Desde niña —respondió—. Es algo que nunca dejé, aunque no lo comparto mucho con los demás. Es como una parte de mí que guardo para mí misma... pero hoy quiero compartirla contigo.
Martín se acercó lentamente, observando cómo Clara se acomodaba en el banco. Había algo en su postura, en la forma en que se concentraba en las teclas, que lo hacía verla de una manera diferente, más profunda.
—Voy a enseñarte algo sencillo —dijo Clara, esbozando una sonrisa—. No te preocupes, es fácil. Solo sigue mis manos.
Clara comenzó a tocar una melodía suave, sus dedos moviéndose con gracia sobre las teclas. Martín la observaba atentamente, tratando de imitar los movimientos de sus manos. Al principio, sus dedos se movían con torpeza, pero con la paciencia de Clara, poco a poco empezó a encontrar el ritmo.
—Así está bien —dijo Clara, corrigiendo su posición suavemente—. La música es algo que se siente, no solo se toca.
Durante unos minutos, continuaron tocando juntos, sus manos sincronizándose en una melodía que se volvía más fluida. Pero entonces, Clara se detuvo y miró el piano en silencio, como si estuviera a punto de compartir algo más profundo.
—Hay una canción que me gusta tocar cuando estoy sola —dijo en voz baja—. Es algo que me conecta con una parte de mí que a veces trato de olvidar, pero que siempre está ahí.
Martín guardó silencio, notando la seriedad en su tono. Clara comenzó a tocar una melodía melancólica, una canción llena de notas suaves que parecían contar una historia. Mientras la música llenaba la habitación, Clara cerró los ojos, perdiéndose en los recuerdos que despertaba aquella canción.
Las sombras del ayer, aún están aquí,
Eco de un amor que no supe sentir.
Se quedó el silencio, lleno de dolor,
Y el tiempo solo trajo más confusión.¿Dónde quedó lo que fui?
¿Quién soy hoy sin ti?
La música es el refugio,
De lo que no puedo decir.Las notas me susurran, lo que no sé hablar,
Cada acorde guarda un trozo de mi paz.
El piano me entiende, no hace falta más,
Solo este momento, y olvidar atrás.¿Dónde quedó lo que fui?
¿Quién soy hoy sin ti?
La música es el refugio,
De lo que no puedo decir.¿Dónde quedó lo que fui?
¿Quién soy hoy sin ti?
La música es el refugio,
De lo que no puedo decir.La canción tenía un ritmo lento, profundo, con acordes que resonaban como ecos de algo lejano, tal vez una pérdida o un amor no correspondido. A medida que tocaba, su expresión cambiaba, dejando entrever una tristeza oculta, una que Martín no había percibido antes.
Cuando terminó, Clara abrió los ojos lentamente y lo miró. En ese momento, Martín sintió que había algo que aún no le había contado, una parte de su historia que tal vez estaba esperando ser revelada.
—Esa canción... —comenzó Martín, sin saber cómo formular la pregunta—. Parece muy importante para ti.
Clara asintió, apartando la vista del piano.
—Lo es. La compuse después de una etapa difícil en mi vida. A veces la música es el único lugar donde puedo dejar salir lo que no soy capaz de decir con palabras.
Martín permaneció en silencio, dándole espacio para continuar si lo deseaba. Y lo hizo.
—Hace años estuve en una relación que me consumió —dijo Clara, su voz suave pero firme—. Fue uno de esos amores que te devoran por dentro, que te hacen perderte a ti misma. Cuando terminó, sentí que una parte de mí se había quedado en ese lugar, y la única forma de recuperarla fue a través de la música.
Martín asintió, sintiendo una conexión más profunda con Clara en ese momento. Sabía lo que era buscar algo que se había perdido, algo que parecía imposible de recuperar.
—La música te ayudó a encontrarte de nuevo —dijo él, tocando suavemente su mano.
—Sí —respondió Clara, con una sonrisa débil—. Y hoy, por primera vez, siento que puedo compartir esa parte de mí con alguien más.
El silencio que siguió fue suave, casi reconfortante, como si las notas de la canción aún flotaran en el aire. Ambos sabían que aquel momento había marcado un antes y un después, una apertura que, aunque pequeña, había permitido que se vieran de una forma más sincera.
—Gracias por compartirlo conmigo —dijo Martín finalmente, su voz llena de gratitud.
Clara lo miró con ternura, sintiendo que aquel simple gesto, el de invitarlo a su espacio personal y tocar para él, había acercado aún más sus corazones.
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El ritmo de dos corazones
RomanceEn un mundo donde las rutinas parecen inquebrantables y el amor se esconde detrás de los momentos más cotidianos, Clara y Martín cruzan sus caminos por azar, pero sus almas parecen estar destinadas a encontrarse. A través de libros, canciones y los...