Capítulo 4: Lo Que Se Busca y Lo Que Se Encuentra

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Clara llegó al café unos minutos antes de lo acordado. El lugar estaba tranquilo, con solo unas pocas personas ocupando las mesas más alejadas, sumidas en sus conversaciones o en sus libros. Clara siempre encontraba un refugio en ese ambiente de calma, pero esa tarde, había algo que la inquietaba. La pregunta de Samuel seguía rondando en su cabeza: "¿Ya encontraste lo que estabas buscando?"

Martín había sido evasivo en su respuesta, y aunque Clara no era del tipo de persona que se metía en la vida de los demás sin ser invitada, no podía evitar sentir una curiosidad creciente. Había algo en él, algo más allá de los libros y las charlas que compartían. Parecía como si siempre tuviera una parte de sí mismo guardada, protegida.

Mientras ella esperaba, recordó el comentario de Sofía el día anterior. "Él suele ser más reservado de lo que parece", había dicho su amiga. ¿Podría ser que Martín cargara con algo que no quería compartir? Clara, a pesar de lo que sentía por él, no estaba segura de hasta dónde debía preguntar, de hasta dónde podría llegar en esa búsqueda de respuestas.

Finalmente, Martín apareció por la puerta. Traía el pelo un poco desordenado y una expresión seria, como si estuviera sumido en sus pensamientos. Al verla, su rostro se iluminó momentáneamente, pero Clara notó que esa sonrisa no alcanzaba a sus ojos.

—Hola —dijo, sentándose frente a ella—. Perdón por la demora.

—No te preocupes —respondió Clara, tratando de sonar casual—. Pedí café para los dos. ¿Todo bien?

Martín hizo una pausa, como si estuviera decidiendo qué responder.

—Sí... bueno, más o menos —dijo al final—. Solo tuve un día complicado, nada de qué preocuparse.

Clara asintió, pero en su interior sentía que había más detrás de esas palabras. Decidió que no quería seguir fingiendo que no lo notaba.

—Martín... —comenzó, mientras jugaba con la taza de café entre sus manos—. He estado pensando en algo que dijo Samuel el otro día. Sobre que estabas buscando algo. ¿A qué se refería?

Martín la miró fijamente por un instante, como si estuviera evaluando si debía abrirse o no. Finalmente, suspiró y apartó la vista, mirando hacia la ventana.

—Es complicado —dijo él en voz baja.

Clara permaneció en silencio, dándole espacio para que continuara si quería. Sabía que si lo presionaba, solo lo alejaría más.

—No es que esté buscando algo específico —empezó él, después de un largo momento—. Es más bien una sensación de que... algo falta. Como si hubiera una pieza perdida en mi vida y no sé cuál es, o cómo encontrarla.

Clara sintió una punzada de empatía. Ella también conocía esa sensación, esa inquietud que no se podía nombrar, pero que siempre estaba ahí, como un eco en el fondo de tu mente.

—¿Has sentido eso durante mucho tiempo? —preguntó, suavemente.

Martín asintió, aún sin mirarla.

—Desde siempre, creo. A veces es más fuerte, a veces apenas lo noto, pero nunca desaparece del todo. Es como... —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Es como estar siempre en medio de un viaje, pero no saber cuál es el destino.

Clara lo observó en silencio. Había algo melancólico en sus palabras, como si estuviera atrapado en una búsqueda interminable. Ella misma había pasado por algo similar, pero en su caso, había logrado encontrar pequeños refugios en la vida: sus libros, su trabajo, sus amigos. ¿Sería posible que Martín no tuviera esos refugios?

—¿Y nunca has sentido que lo encontraste, aunque sea por un momento? —preguntó, casi en un susurro.

Martín finalmente la miró, y sus ojos, normalmente llenos de calidez, estaban ahora nublados por una tristeza profunda.

—A veces lo pienso, pero siempre se desvanece. —Hizo una pausa antes de continuar—. Creo que parte de ese vacío viene de algo que no pude resolver en el pasado. Mi relación con mi padre siempre fue... difícil.

El aire en la mesa se volvió más denso con la revelación, y Clara supo que estaban entrando en un terreno más profundo.

—¿Difícil cómo? —preguntó ella, manteniendo el tono suave, sin querer asustarlo de esa frágil apertura.

Martín tomó un sorbo de café, como si necesitara un momento para prepararse.

—Él siempre fue muy exigente —comenzó—. No en el sentido de que me obligara a hacer algo, pero había una presión silenciosa, una expectativa de que tenía que ser perfecto, o al menos más de lo que era. Nunca me lo dijo directamente, pero lo sentía en cada mirada, en cada conversación. Era como si, para él, nunca fuera suficiente.

Clara sintió un nudo en la garganta. Sabía lo que era crecer con expectativas, pero no podía imaginar lo que sería tener a un padre que nunca parecía estar satisfecho con quién eras.

—¿Hablas con él ahora? —preguntó.

—No mucho —admitió Martín—. Hace años que no tenemos una conversación de verdad. Cuando hablo con él, es como si estuviéramos jugando un papel, sin llegar a la verdad de lo que nos pasa.

Clara asintió lentamente. Sabía que las relaciones familiares podían ser complicadas, y entendía que a veces esas heridas del pasado podían seguir sangrando, sin importar cuánto tiempo hubiera pasado.

—Supongo que por eso siento que siempre estoy buscando algo —continuó Martín—. Porque nunca sentí que tuviera un lugar al que pertenecer del todo. Mi madre intentaba ser el puente entre nosotros, pero después de que ella murió... todo se vino abajo.

La última parte de la confesión cayó como una piedra en el estómago de Clara. Sabía que Martín había mencionado a su madre de pasada en algunas conversaciones, pero nunca había profundizado en lo que había significado su pérdida.

—Lo siento mucho, Martín —dijo ella, con una sinceridad que traspasaba las palabras.

—Gracias —respondió él, con una pequeña sonrisa melancólica—. Ya ha pasado tiempo, pero... nunca se supera del todo.

Clara sintió la necesidad de compartir algo también, de abrirse, aunque fuera un poco, en respuesta a la vulnerabilidad de Martín.

—Yo también perdí a alguien —dijo ella, después de un momento—. No de la misma manera, pero fue una pérdida importante.

Martín la miró con atención, como si sus palabras lo sacaran de su propio dolor por un momento.

—¿A quién perdiste?

Clara miró la taza de café vacía frente a ella, buscando las palabras.

—A mí misma, creo —dijo con una sonrisa triste—. Después de una relación muy complicada. No es lo mismo que perder a un ser querido, lo sé, pero a veces siento que una parte de mí se quedó en ese lugar, en ese momento, y nunca volvió.

Martín la miró con una comprensión nueva, como si de repente pudiera ver más allá de la superficie de Clara, más allá de las conversaciones triviales y las sonrisas compartidas. Y en ese momento, ambos se dieron cuenta de que, a pesar de todo, compartían algo: un vacío, una búsqueda que aún no sabían cómo resolver.

El silencio se instaló entre ellos, pero no era incómodo. Era un silencio lleno de comprensión, de reconocimiento. Ambos sabían que, de alguna manera, estaban en el mismo viaje, buscando algo que quizás no encontraran nunca. Pero al menos, por ahora, tenían compañía en ese camino.

—Martín —dijo Clara, después de un rato—, tal vez nunca encontremos exactamente lo que buscamos. Pero, mientras tanto, podemos seguir buscando juntos.

Él sonrió, una sonrisa pequeña pero sincera, y asintió.

—Me gusta esa idea —dijo suavemente—. Me gusta mucho.

El ritmo de dos corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora