Clara se encontraba sentada en la pequeña mesa de su cocina, con una taza de café humeante entre sus manos. El sol apenas asomaba por la ventana, anunciando el inicio de otro día. Mientras bebía el café, su mente vagaba, y un pensamiento cálido la envolvió: hoy iba a ver a Martín. A pesar de la rutina agotadora en la editorial, la idea de encontrarse con él le arrancaba una sonrisa. Sentía que el día sería feliz. "Hoy va a ser un buen día", pensó, dándose ánimos mientras terminaba su café.
Al llegar a la librería, el aroma a libros viejos y café recién hecho le dio la bienvenida como siempre. Clara recorrió con la mirada el lugar, buscando a Martín. Lo vio de inmediato, sentado en la misma mesa de siempre, cerca de la ventana. Pero algo en él era distinto. Su energía, usualmente brillante, había desaparecido, y ahora parecía que un halo oscuro lo envolvía. Parecía estar perdido en sus pensamientos, ausente, como si el peso del mundo descansara sobre sus hombros.
Clara se acercó con una sonrisa, intentando disimular lo que había notado.
—¡Hola! Mi friki favorito —dijo con un tono alegre.
Martín levantó la mirada lentamente, pero no pudo devolverle la sonrisa.
—Hola... ¿cómo estás? —preguntó, su voz baja y apagada.
Clara tomó asiento frente a él, dejando su bolso sobre la mesa. Aunque Martín intentaba ocultarlo, ella podía sentir que algo no andaba bien.
—Estoy bien, pero tú no lo estás —dijo, suavemente—. ¿Qué pasó, Martín?
Él suspiró, mirando la mesa como si las palabras estuvieran atrapadas en algún rincón de su ser. Finalmente, después de un largo silencio, habló.
—La verdad es que acabo de tener el peor día de mi vida.
Clara inclinó la cabeza, preocupada.
—¿Qué pasó? Sabes que siempre puedes contarme.
Martín entrelazó sus dedos, respiró hondo y comenzó a relatar lo ocurrido. Le habló de su padre, de las tensiones que siempre habían existido entre ellos, de cómo la vida se había vuelto complicada. Sus palabras, cargadas de resentimiento, dolor y confusión, fluyeron como si finalmente hubieran encontrado una salida.
Clara lo escuchó con atención, cada palabra golpeando suavemente su corazón.
—Ay, Martín... lo lamento tanto —dijo con ternura. Sin dudarlo, se inclinó hacia él y lo abrazó. Fue un abrazo largo, silencioso, uno de esos momentos donde las palabras no son necesarias. Martín le devolvió el abrazo, pero esta vez había algo más que solo amistad. Era un abrazo cargado de vulnerabilidad, de agradecimiento, de una conexión más profunda.
—Gracias... —susurró Martín, su voz quebrada. Sin quererlo, las lágrimas comenzaron a escapar de sus ojos. Se sentía avergonzado por llorar en público, notando algunas miradas curiosas a su alrededor.
—Shh... —susurró Clara, acariciándole suavemente el cabello—. No te preocupes por ellos, estoy aquí contigo.
El silencio se extendió entre ellos mientras Martín intentaba recomponerse. El ambiente de la librería, tan familiar para ambos, ahora parecía envolverlos en un pequeño rincón de intimidad. Poco a poco, las lágrimas cesaron, y Martín tomó aire con más calma.
—¿Estás mejor? —preguntó Clara, aún preocupada.
—Sí... gracias. —Martín sonrió levemente, pero la tristeza seguía marcada en su rostro—. No sé qué hacer, Clara. Estoy haciendo mi vida, y aunque no tenía la mejor relación con mi padre, no puedo evitar sentir que tal vez debería hacerme cargo de todo esto. Es el esfuerzo de generaciones...
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El ritmo de dos corazones
RomanceEn un mundo donde las rutinas parecen inquebrantables y el amor se esconde detrás de los momentos más cotidianos, Clara y Martín cruzan sus caminos por azar, pero sus almas parecen estar destinadas a encontrarse. A través de libros, canciones y los...