Martín estaba recostado en su cama, el techo del departamento parecía más distante de lo habitual. La semana había sido un torbellino. Desde la complicada conversación con su padre hasta ese beso inesperado con Clara en el lago. Una sonrisa cansada se dibujó en su rostro mientras giraba sobre su costado, mirando por la ventana el gris de la mañana que ya se asomaba.
—Ah... qué caos —murmuró, con una mezcla de melancolía y felicidad—. Pero un caos hermoso —añadió, soltando una risa ligera.
El sonido de su celular lo sacó de su ensueño. Lo tomó sin mucho entusiasmo, viendo el nombre de su padre en la pantalla.
Hola, Martín, ¿querés cenar hoy en casa?
Se quedó unos segundos mirando el mensaje, pensando. Su relación con su padre siempre había sido distante, llena de silencios y temas no resueltos, pero una parte de él sabía que tarde o temprano debía enfrentar esa conversación. Soltó un suspiro.
—A veces desearía que el mundo se detuviera en el lago... —pensó en voz alta, recordando el momento con Clara.
Allí estaré, escribió finalmente, sabiendo que no tenía más opciones.
Martín decidió salir. La pequeña cafetería donde siempre se encontraban lo llamaba, necesitaba ese lugar como si fuera su punto de equilibrio, su refugio en medio de todo el caos. Sabía que Clara también estaría ahí.
Al llegar, la vio de lejos. Clara, sentada en su mesa habitual, absorta en un libro, sin notar que él ya estaba ahí. Martín se quedó un momento observándola. El día tenía un aire melancólico, pero para él, ella era como un rayo de luz que lo envolvía. "Cómo puede alguien ser tan sencilla y tan impactante a la vez", pensó mientras se acercaba lentamente.
—Hola, Clara —dijo finalmente, con una energía que intentaba ocultar lo nervioso que estaba.
Ella levantó la mirada de su libro y lo saludó, una sonrisa traviesa en sus labios.
—Hola... —respondió con un dejo de vergüenza, como si aún recordara el beso del día anterior.
Ambos se sentaron, y por unos instantes, el silencio se hizo cómodo. No había nada que aclarar, no había más que decir sobre lo que ambos ya sabían, pero eso no impedía que el ambiente estuviera cargado de una emoción nueva, diferente.
—¿Cómo estás hoy? —preguntó Clara, rompiendo el hielo—. Espero que mejor que ayer, que... bueno, fue un día lleno de sorpresas.
Martín soltó una carcajada.
—Sí, definitivamente fue un día distinto. Aunque ese "distinto" me dejó pensando toda la noche.
Clara sonrió, un poco más relajada.
—¿Pensando en qué? —dijo, arqueando una ceja con un tono juguetón.
—En vos, obviamente —respondió él, con una sonrisa que delataba lo cómodo que ya se sentía en su presencia—. No puedo evitarlo. Hay algo en vos que me deja sin palabras, y si ayer hubo algo claro... es que estoy enamorado.
Clara lo miró fijamente, ya sin ese nerviosismo que la había acompañado desde el beso. Se inclinó un poco sobre la mesa, como si quisiera acortar la distancia.
—Lo sé, Martín. Y creo que lo supe desde antes de que lo dijeras —dijo, su voz suave, como si las palabras flotaran en el aire—. A veces me da miedo, pero... también me hace feliz. Me haces feliz.
Se miraron unos segundos, ese tipo de mirada que habla más que mil palabras. Entre sus manos, las tazas de café se enfriaban, pero nada parecía importarles más que el momento.
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El ritmo de dos corazones
RomanceEn un mundo donde las rutinas parecen inquebrantables y el amor se esconde detrás de los momentos más cotidianos, Clara y Martín cruzan sus caminos por azar, pero sus almas parecen estar destinadas a encontrarse. A través de libros, canciones y los...