El sol se filtraba suavemente por las cortinas de la ventana, despertando a Clara con una luz cálida pero no abrumadora. Parpadeó un par de veces antes de estirarse en la cama, sintiendo la familiar combinación de cansancio y tranquilidad. Dormir había sido difícil en los últimos días, pero aquella mañana sentía una leve energía renovada, como si el día ofreciera una tregua.
Se levantó y fue directo a la cocina. Preparar café era uno de esos rituales que le daban estructura a su vida. El aroma se fue extendiendo por el pequeño departamento, y Clara, taza en mano, se sentó cerca de la ventana, observando la calle que apenas comenzaba a despertar. Las primeras horas del día eran las que más le gustaban: no demasiado ruidosas, no demasiado exigentes. Le ofrecían un respiro antes de que el mundo comenzara a reclamar su atención.
Mientras tomaba un sorbo, no pudo evitar pensar en cómo habían cambiado las cosas. Su vida, en muchos aspectos, seguía el curso que siempre había planeado: trabajar en la editorial, rodearse de libros, estar en contacto con historias y personajes. Pero había algo que no lograba articular, algo que la hacía sentir como si, a pesar de todo, faltara una pieza.
Se encogió de hombros y decidió no profundizar en esa sensación. Después de todo, el día apenas comenzaba, y no quería perderse en pensamientos que la desbordaran antes de tiempo.
Después de una ducha rápida y de vestirse, Clara salió a la calle, sintiendo la brisa suave en su rostro. Hoy no iba con prisa. No se sentía particularmente cansada, pero sí notaba una leve fatiga acumulada, de esa que viene de llevar una rutina intensa durante semanas. Aun así, el optimismo cotidiano con el que solía enfrentar las cosas estaba presente, aunque algo más sutil que de costumbre.
Llegó a la editorial y se instaló en su escritorio. El bullicio habitual de compañeros entrando y saliendo, las conversaciones apresuradas sobre plazos y manuscritos, todo seguía su curso. Clara se sumergió en el trabajo, pero no con la misma energía que la caracterizaba. Hoy todo le parecía un poco más lento, como si incluso las páginas de los manuscritos se resistieran a moverse.
Al mediodía, el cansancio se hizo más evidente. Revisó por enésima vez el mismo párrafo y no pudo evitar soltar un suspiro. A veces el trabajo que tanto amaba la agotaba, pero lo aceptaba como parte del proceso. Sabía que no siempre podía ser apasionante y revelador; algunos días simplemente había que empujar.
Decidió que necesitaba un descanso y se dirigió a su cafetería habitual. La luz del sol seguía iluminando la calle, pero Clara comenzó a notar que los días se hacían más cortos. El otoño se acercaba, y con él, una sensación de cambio que siempre la ponía algo ansiosa. El café estaba más lleno de lo normal, pero encontró un lugar junto a la ventana. Pidió un té helado, algo que le refrescara más que el habitual café que ya había tomado demasiado temprano.
Sacó un libro de su bolso, Cien años de soledad, pero no lo abrió de inmediato. Miró por la ventana, observando a las personas pasar. Algunos caminaban rápidamente, apurados por llegar a sus destinos; otros paseaban con calma, disfrutando del buen tiempo. Clara sonrió levemente. Sabía que había días en los que ella también corría de un lado a otro, pero hoy había decidido tomarse las cosas con más calma.
Finalmente, abrió el libro, pero sus pensamientos seguían distraídos. Las palabras de Márquez, que usualmente la atrapaban desde la primera página, hoy no lograban alejarla de su sensación de inquietud. Sabía que el cansancio tenía algo que ver, pero también había algo más. Martín. Su amistad con él había crecido de una manera que no esperaba, y aunque lo valoraba profundamente, a veces sentía una presión sutil que no sabía cómo manejar.
Clara apoyó la frente en su mano, mirando la página sin leer realmente. Tal vez la vida no siempre era tan ordenada como le gustaba pensar. Había momentos, como ese, en los que el optimismo se tambaleaba un poco, y no podía evitar preguntarse si estaba caminando en la dirección correcta.
Una vibración suave la distrajo: un mensaje en su teléfono. Era de Sofía, su vieja amiga de la universidad.
"Clara, hace mucho que no hablamos. ¿Nos vemos pronto?"
Clara sonrió al leer el mensaje. Sofía siempre aparecía en los momentos en que necesitaba una sacudida, una de esas personas que lograban hacerla salir de su cabeza y poner los pies en la tierra. Respondió con rapidez, quedando en verse esa semana. El plan de reencontrarse con una amiga le trajo algo de alivio. Había algo reconfortante en saber que, aunque los días fueran caóticos o agotadores, las conexiones que había construido seguían ahí, sólidas.
Terminó su té y se dirigió de vuelta a la editorial. Todavía quedaban varias horas de trabajo por delante, y aunque se sentía algo más cansada de lo usual, decidió afrontarlo con la calma que siempre intentaba cultivar. No todo debía ser perfecto, pensó. A veces, simplemente había que seguir adelante, aceptando que algunos días eran más pesados que otros.
Al llegar a casa, la luz del atardecer ya se colaba por las ventanas. Clara se dejó caer en el sofá, observando cómo los tonos dorados iluminaban su sala. Sentía el cansancio acumulado del día, pero también una pequeña chispa de satisfacción por haber llegado al final de la jornada. Los días no siempre eran fáciles, pero eso no significaba que no valieran la pena.
Con el sol ocultándose lentamente en el horizonte, Clara se acurrucó en el sofá, esta vez abriendo su libro dispuesta a dejarse llevar por las palabras. La vida no siempre le daba respuestas inmediatas, pero siempre le ofrecía momentos como ese: de tranquilidad, de reflexión, de simple gratitud por las pequeñas cosas.
Y así, mientras la ciudad se sumía en la noche, Clara sintió que, aunque el día había sido largo, había algo en la quietud del momento que la hacía sonreír. No todo tenía que ser resplandeciente para que valiera la pena. A veces, un poco de luz, por tenue que fuera, era suficiente.
ESTÁS LEYENDO
El ritmo de dos corazones
RomanceEn un mundo donde las rutinas parecen inquebrantables y el amor se esconde detrás de los momentos más cotidianos, Clara y Martín cruzan sus caminos por azar, pero sus almas parecen estar destinadas a encontrarse. A través de libros, canciones y los...