El aire fresco de la noche entraba por la ventana abierta del departamento de Clara, mientras ella y Martín permanecían en un cómodo silencio tras la melodía compartida en el piano. Clara se sentía más ligera, como si al tocar y hablar de sus recuerdos hubiera soltado algo que llevaba cargando en silencio durante mucho tiempo. Por su parte, Martín seguía acariciando las teclas con suavidad, perdido en pensamientos que parecían reflejar lo que ambos estaban viviendo.
—Es curioso cómo la música puede decir tanto —comentó Martín finalmente, sin apartar la vista del piano—. Hay cosas que no sé cómo expresar con palabras, pero cuando tocas... es como si las notas hablasen por ti.
Clara lo miró y asintió, comprendiendo lo que él quería decir. Era la primera vez que dejaba que alguien se sumergiera tanto en su mundo musical, pero con Martín todo fluía con naturalidad.
—La música me ha dado respuestas que no encontraba de otra manera —dijo ella—. Hay algo sanador en tocar, como si al hacerlo me recordara lo que realmente importa.
Martín sonrió, una sonrisa cálida y sincera que le hacía sentir que todo tenía sentido en ese momento. Sin embargo, había algo en sus ojos que Clara notó. Parecía que él también guardaba una historia no contada, un vacío que aún no había compartido.
—¿Qué pasa contigo, Martín? —preguntó Clara suavemente, inclinándose un poco más cerca de él—. A veces parece que llevas una carga, algo que no dejas salir.
Martín suspiró y se apartó del piano, cruzando las manos sobre su regazo antes de hablar.
—Es cierto —admitió—. Siempre he sentido que algo me falta, algo que he estado buscando sin saber qué es. Y aunque contigo... siento que me acerco a esa paz que tanto he deseado, hay partes de mí que aún no sé cómo manejar.
Clara lo escuchó en silencio, dándole el espacio que necesitaba. Sabía que esa era una conversación importante, y no quería apresurarlo. Ambos estaban construyendo algo que aún no sabían cómo definir, y estaba bien no tener todas las respuestas en ese momento.
—Tal vez no necesitamos tenerlo todo claro ahora —dijo Clara finalmente, tomando una bocanada de aire—. A veces, lo importante no es encontrar respuestas, sino simplemente estar en el momento.
Martín sonrió con melancolía, como si entendiera que ella también estaba lidiando con sus propios fantasmas.
—Es verdad —asintió él—. A veces buscamos algo tan intensamente que olvidamos lo que ya tenemos frente a nosotros.
Ambos se quedaron en silencio por un momento, sumidos en sus propios pensamientos. Las notas del piano seguían resonando en la habitación, aunque esta vez en sus memorias compartidas.
La conversación fluyó con la misma naturalidad que antes, pero esta vez fue más introspectiva, como si ambos hubieran tocado un tema que aún necesitaban procesar. Hablaron de los libros que siempre mencionaban, como si fueran metáforas de sus propias vidas. Clara, con su amado "Cien años de soledad", encontraba belleza en el caos y en la complejidad de los Buendía. Martín, por otro lado, veía en "El principito" un recordatorio constante de lo esencial, de las pequeñas cosas que, invisibles a los ojos, sostenían todo lo importante.
—¿Alguna vez te has sentido como uno de los Buendía? —preguntó Martín, divertido, pero con un toque de sinceridad en su tono.
Clara rió ante la pregunta, agradeciendo el cambio de tema hacia algo más ligero, pero igualmente profundo.
—Tal vez sí, en algún momento —respondió ella—. Aunque espero no estar tan condenada al olvido como ellos.
Martín sonrió, observándola con una mezcla de admiración y algo más que aún no se atrevía a decir en voz alta.
—Es cierto que ellos vivían atrapados en ciclos —dijo él—. Pero creo que tú, Clara, eres alguien que siempre encuentra una manera de romper con lo que te retiene.
Ella lo miró sorprendida, sintiendo que esas palabras tocaban una fibra sensible dentro de ella. Había algo en la forma en que Martín la veía, algo que le hacía sentir que tal vez, solo tal vez, él entendía lo que ella misma no se había atrevido a enfrentar.
Justo en ese momento, el sonido del teléfono de Clara rompió el momento. Al mirar la pantalla, vio un mensaje de un amigo de la editorial, algo que no era urgente, pero que le recordaba que el mundo exterior seguía allí, esperando su regreso. Sin embargo, Clara no quería que el encanto de la noche se rompiera por la cotidianidad de su vida profesional.
—Es solo trabajo —dijo, dejando el teléfono a un lado—. Nada importante ahora.
Martín asintió, aunque había percibido un cambio en la energía. Clara, por un momento, había vuelto al mundo fuera de su pequeño refugio compartido, y él lo había notado. Pero en lugar de permitir que eso afectara la atmósfera, decidió hacer algo que sabía que la reconfortaría.
—¿Te gustaría tocar algo más? —preguntó, volviendo su atención al piano—. Tal vez una última melodía antes de que el mundo vuelva a alcanzarnos.
Clara sonrió, agradeciendo el gesto.
—Sí, me encantaría.
Se sentaron juntos de nuevo, y esta vez, en lugar de una canción melancólica, Clara decidió tocar algo más ligero, algo que reflejara el momento de calma que compartían. Martín la siguió, improvisando algunas notas mientras se dejaban llevar por la música.
Era en esos pequeños momentos, cuando las palabras no eran necesarias, que Clara y Martín encontraban la verdadera esencia de lo que estaban construyendo. No era solo una amistad, ni un romance definido, sino algo más profundo, algo que, aunque indefinido, les pertenecía solo a ellos.
Y así, mientras las notas del piano se desvanecían en la noche, Clara y Martín sabían que, aunque el camino era incierto, lo más importante era que estaban dispuestos a recorrerlo juntos, un paso y una nota a la vez.
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El ritmo de dos corazones
RomanceEn un mundo donde las rutinas parecen inquebrantables y el amor se esconde detrás de los momentos más cotidianos, Clara y Martín cruzan sus caminos por azar, pero sus almas parecen estar destinadas a encontrarse. A través de libros, canciones y los...