Al día siguiente del beso, el departamento de Martín estaba envuelto en un silencio espeso. La luz grisácea de la mañana otoñal se filtraba a través de las cortinas medio abiertas, iluminando apenas los muebles minimalistas y las hojas sueltas de sus últimos bocetos esparcidas en el escritorio. El aire, frío y cargado, reflejaba el estado mental de Martín.
Abrió los ojos lentamente, su mente aún adormilada, pero el peso de lo ocurrido el día anterior lo golpeó de inmediato: el encuentro con su padre, la confesión apresurada, el beso inesperado con Clara. Se sintió invadido por una sensación de incomodidad que lo hizo volverse en la cama, cubriéndose el rostro con el brazo.
—Qué estúpido fui... —murmuró, apretando los dientes—. ¿Por qué tenía que hacerlo así? —Su mente lo torturaba con la idea de que había apresurado las cosas, de que ese momento no había sido el adecuado. Levantó el brazo con pesadez y apagó la alarma que, hasta ese instante, había estado sonando en su teléfono.
Martín se levantó con el cuerpo tenso, cada movimiento lento y cuidadoso. Su habitación estaba tan desordenada como su mente: ropa tirada sobre la silla, libros abiertos sobre la cama, y el reflejo de una versión desaliñada de él mismo en el espejo. Se acercó al escritorio, donde su teléfono vibró. Lo tomó y escribió un mensaje a Clara, con la esperanza de aclarar lo que había pasado.
"Discúlpame por lo de ayer, me gustaría hablar con vos en el lugar de siempre guiño."
Suspiró, se frotó la cara y comenzó a vestirse con la misma meticulosidad que usaba para diseñar, tratando de mantener el control sobre al menos esa pequeña parte de su día. Salió del departamento, sus pasos resonando en el pasillo vacío mientras se dirigía a la cafetería, tratando de calmar la maraña de pensamientos que lo asediaban.
El departamento de Clara, por otro lado, tenía un caos organizado. Los libros se acumulaban en las esquinas, los manuscritos que revisaba estaban dispersos en la mesa, y el aroma a café recién hecho inundaba el aire. La luz que entraba por la ventana era débil, pero suficiente para iluminar los ojos oscuros de Clara, hinchados por haber pasado toda la noche pensando en lo que había sucedido con Martín.
Despertó al sonar de su alarma, apagándola con un movimiento brusco.
—Ah... estoy tan cansada... —murmuró mientras se levantaba de la cama, sintiendo el peso de la noche en sus párpados. Fue directo a la cocina, poniéndose a preparar un café, cuando el sonido del teléfono interrumpió el ruido del agua hirviendo.
"Discúlpame por lo de ayer, me gustaría hablar con vos en el lugar de siempre guiño."
Clara soltó un suspiro largo, miró la pantalla y murmuró para sí.
—Este idiota...
Rápidamente escribió una respuesta:
"Está bien, a la misma hora de siempre? guiño"
Con el mensaje enviado, se dejó caer nuevamente en la cama. Sus pies zarandeaban sin parar, una mezcla de nerviosismo y emoción la invadía, y antes de poder contenerse, lanzó un pequeño grito.
—¡Aaaaahhhhhh! —exclamó, cubriéndose la cara con la almohada.
El día era otoñal. Las hojas, teñidas de tonos marrón y dorado, caían lentamente al suelo, crujientes bajo los pies de los transeúntes. El aire fresco se movía con suavidad por las calles, y el cielo gris completaba el ambiente de melancolía que lo envolvía todo.
La cafetería estaba, como siempre, cálida y acogedora. Las luces tenues y el aroma a café fresco llenaban el lugar. A pesar de lo hermoso del ambiente, ese refugio contrastaba con la tensión interna que ambos llevaban consigo. Para Clara y Martín, hoy no era un día cualquiera.
Clara entró, claramente nerviosa, y lo vio sentado en la misma mesa de siempre. Se acercó lentamente, sintiendo el peso de sus pasos.
—Hola, Martín... —dijo con una sonrisa tensa.
—Hola, Clara... —respondió él, con una expresión más ansiosa de lo habitual. Era como si estuviera al borde de un ataque de nervios.
Se sentaron, las manos de Martín temblaban ligeramente mientras intentaba calmarse. Clara trató de romper el hielo, buscando algo que los acercara.
—¿Estás mejor? —preguntó con delicadeza, intentando que el diálogo fluyera.
—Un poco... —dijo Martín, con voz temblorosa—. Ayer fue un día... distinto a lo usual.
Clara sonrió, intentando aligerar la tensión.
—No sabía que un beso fuera tan distinto... —bromeó, soltando una pequeña risa nerviosa.
Martín soltó una risa débil, pero agradeció el intento de hacer más ligero el momento. El silencio se instaló por unos segundos, antes de que ambos se miraran a los ojos, reconociendo lo inevitable.
Después de la cafetería, caminaron hacia una plaza cercana. Las hojas caían a su alrededor, y el sonido del pequeño lago se mezclaba con el suave crujido bajo sus pies. El lugar estaba sereno, pero ambos sabían que la calma exterior no reflejaba lo que sentían por dentro.
—Clara... —dijo Martín de repente, su tono más serio, con las manos en los bolsillos, mientras miraba el suelo.
—Dime, Martín —respondió ella, mirándolo de reojo, sintiendo que algo importante estaba por decirse.
Él levantó la vista, sus ojos llenos de incertidumbre, pero también de determinación.
—Lo que pasó ayer... quiero que sepas que no fue solo un momento de vulnerabilidad. —Su voz temblaba un poco, pero no dejaba de mirarla—. No fue un impulso.
Clara abrió la boca para hablar, pero Martín continuó antes de que pudiera detenerlo.
—Te amo, Clara. A vos, tus locuras, tu forma de ser... Todo en vos me hace sentir vivo. Me encanta cómo hablas de tus libros, cómo ves el mundo. Siento que siempre me faltó algo, pero cuando estoy con vos, en la biblioteca o en la cafetería, me siento completo. —Se acercó más, sus palabras saliendo con una mezcla de valentía y miedo—. Quiero estar con vos, que seas mi novia. —Su voz bajó, sus labios apenas a unos centímetros de los de ella—. Quiero que seas mía.
Clara sintió cómo su corazón se aceleraba. La vulnerabilidad en los ojos de Martín, esa confesión que llevaba tanto tiempo esperando escuchar, la llenó de una calidez abrumadora.
—Martín... —murmuró, casi sin poder contener la emoción—. Yo también te amo.
Ambos se miraron, más cerca de lo que habían estado nunca. Sus respiraciones se mezclaban, y en un movimiento suave, Clara acortó la distancia entre ellos. Sus labios se encontraron, y el beso fue lento, profundo, como si el tiempo se hubiera detenido. No había prisa, solo el reconocimiento de lo que habían estado buscando en el otro todo ese tiempo.
Dejando a la pareja abrazada junto al pequeño lago, en medio de un parque desierto bajo el cielo otoñal. Dos almas que, después de tanto caminar en paralelo, finalmente se habían encontrado. El futuro, aunque incierto, estaba lleno de promesas, de desafíos, pero también de una conexión irrompible. Mientras las hojas caían a su alrededor, el mundo seguía girando, pero para ellos, en ese momento, solo existía el ahora.
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El ritmo de dos corazones
RomanceEn un mundo donde las rutinas parecen inquebrantables y el amor se esconde detrás de los momentos más cotidianos, Clara y Martín cruzan sus caminos por azar, pero sus almas parecen estar destinadas a encontrarse. A través de libros, canciones y los...