El viaje de regreso a Londres fue largo y silencioso. Ambos, Paul y John, se sentaron juntos en el tren, sus maletas a sus pies y sus pensamientos llenando el espacio entre ellos. Había una extraña mezcla de alivio y ansiedad en el aire. Después de días de calma relativa en la cabaña y la playa, la vuelta a la realidad pesaba sobre ellos.
La corporación, las responsabilidades, las dudas no resueltas sobre su relación... Todo eso estaba esperando a su regreso. Sin embargo, había algo más, algo que flotaba en el aire, una especie de tensión que ninguno de los dos quería mencionar directamente, pero ambos sentían. El tiempo que habían pasado juntos en las vacaciones había cambiado algo entre ellos, pero el regreso a Londres también marcaría un nuevo inicio, de alguna manera.
Paul miraba por la ventana, viendo pasar los paisajes que poco a poco se transformaban de verdes campos y colinas a la familiar jungla urbana de la ciudad. Mientras observaba, no podía evitar pensar en la charla que habían tenido en la playa. El hecho de que John no le hubiera dicho que debía irse tan pronto lo había afectado más de lo que quería admitir. Y, sin embargo, la ternura en la mirada de John cuando finalmente se lo confesó seguía dando vueltas en su mente.
Por su parte, John estaba inquieto. Había una mezcla de nervios y deseo que lo incomodaba. Volver a Londres, con todas sus obligaciones, lo abrumaba, pero lo que más lo preocupaba era Paul. Desde el inicio de su relación, habían evitado hablar sobre sus sentimientos de manera directa, navegando en un mar de ambigüedad y pequeños gestos. Ahora, de vuelta en Londres, sabía que no podrían evitarlo por mucho más tiempo.
Al llegar a la estación de tren, ambos recogieron sus maletas en silencio y caminaron juntos hasta la salida. La familiaridad de la ciudad los envolvió como una manta pesada. El bullicio de Londres contrastaba fuertemente con la tranquilidad de la mini ciudad y la playa. Era como si estuvieran volviendo a una realidad que habían dejado en pausa, pero que ahora los esperaba impacientemente.
—¿Te llevo a tu casa? —preguntó John, su voz un poco más suave de lo habitual.
Paul lo miró de reojo y asintió.
—Sí, por favor.
El trayecto hacia el departamento de Paul fue rápido, aunque ambos deseaban que durara un poco más. Había algo tenso en el aire, algo que no estaban diciendo pero que sabían que estaba ahí. Paul sentía que debía decir algo, pero no sabía qué. Y John, por su parte, seguía lidiando con la idea de que el momento adecuado para hablar de lo que realmente sentía por Paul estaba acercándose rápidamente.
Finalmente, llegaron al edificio de Paul. John miró hacia el alto bloque de apartamentos, recordando la primera vez que lo había visto. Habían compartido tantas experiencias en tan poco tiempo, y sin embargo, sentía que aún quedaba tanto por descubrir. Al llegar a la puerta, Paul se giró hacia él, sus ojos llenos de una mezcla de incertidumbre y algo más que John no pudo identificar del todo.
—Gracias por acompañarme —dijo Paul, su voz baja y casi vacilante.
John asintió, y durante unos segundos, solo se quedaron ahí, parados frente a la puerta, mirándose el uno al otro sin decir nada. El silencio entre ellos se sentía pesado, cargado de emociones no expresadas, de palabras que ambos querían decir pero no sabían cómo.
Finalmente, Paul rompió el silencio.
—¿Te gustaría entrar un rato? —preguntó, intentando sonar casual, aunque su corazón latía con fuerza.
John lo miró, sorprendido, pero asintió lentamente.
—Claro, si no es una molestia.
Paul sonrió tímidamente y abrió la puerta, invitándolo a pasar. Entraron en el pequeño departamento, que estaba tan ordenado como siempre. Paul dejó su maleta a un lado y caminó hacia la cocina, ofreciéndole algo de beber a John. Este se acomodó en el sofá, sintiendo una ligera incomodidad, como si el ambiente estuviera cargado de algo que estaba a punto de explotar.
—¿Cerveza? —preguntó Paul desde la cocina, rompiendo el incómodo silencio.
John sonrió y asintió.
—Sí, suena bien.
Paul le llevó una botella y se sentó junto a él en el sofá, sin decir nada al principio. Ambos bebieron en silencio, pero esa tensión seguía presente, creciendo con cada segundo que pasaba. Paul jugueteaba con la botella, nervioso, sin saber cómo abordar lo que realmente quería decir.
—Sobre lo que hablamos en la playa... —empezó Paul, rompiendo el hielo—. Estuve pensando mucho en eso.
John lo miró, su expresión cambiando de una calma superficial a algo más serio. Había estado esperando este momento, pero ahora que finalmente estaba aquí, no sabía qué decir.
—Yo también he pensado en eso —respondió John, su voz baja—. Y la verdad es que... sigo sintiendo lo mismo. No puedo fingir que no me importas más de lo que debería, Paul. Y no quiero seguir guardando estos sentimientos para mí.
El corazón de Paul dio un vuelco. Sabía que este momento llegaría, pero no estaba preparado para lo rápido que John lo había dicho, tan directo, tan honesto. Lo miró, sin poder evitar sonrojarse ligeramente.
—John... —comenzó, pero las palabras se le atoraron en la garganta.
John lo observaba con intensidad, acercándose un poco más en el sofá, el ambiente cargado de algo que ambos sabían que estaba por suceder. Y entonces, sin pensarlo más, John dejó su botella en la mesa y se inclinó hacia Paul, tomando su rostro con suavidad.
El beso fue suave al principio, casi tímido, pero cargado de todo lo que no habían dicho. Paul se quedó congelado por un segundo, sorprendido por la intensidad del momento, pero pronto cerró los ojos y correspondió el beso. Sus labios se movieron con lentitud, como si estuvieran probando algo que había estado esperando mucho tiempo.
El mundo pareció detenerse en ese instante. El murmullo lejano de la ciudad, el ruido del tráfico, todo desapareció, dejando solo el sonido de sus respiraciones y el latido rápido de sus corazones. Paul no sabía cuánto tiempo había pasado, pero cuando finalmente se separaron, se quedó mirándolo, con los ojos llenos de emociones que ni siquiera él sabía cómo explicar.
—¿Por qué tardamos tanto en hacer esto? —susurró John, con una sonrisa suave.
Paul soltó una pequeña risa nerviosa, todavía aturdido por el beso.
—No lo sé —admitió—. Pero me alegra que finalmente haya pasado.
John lo miró con ternura, pasando una mano por su cabello.
—A mí también.
Pasaron unos segundos en silencio, simplemente mirándose, disfrutando de la cercanía y de la conexión que ahora era más fuerte que nunca. Pero sabían que este era solo el comienzo, que habría más conversaciones, más desafíos, pero por primera vez en mucho tiempo, sentían que todo iba a estar bien.
John tomó la mano de Paul y la apretó suavemente.
—¿Nos quedamos aquí esta noche? —preguntó, su voz suave.
Paul lo miró y asintió, sin dudarlo.
—Sí, me parece perfecto.
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Afinidades De Oficina | Mclennon
RomancePaul McCartney, un joven de 26 años, acaba de conseguir el trabajo de sus sueños en la influyente Lennon Corporation, una de las empresas más poderosas de Londres. Conocida por su enfoque vanguardista y su equipo altamente competente, la compañía ha...