doce.

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Eran las nueve de la noche como mucho, y por alguna razón que tanto Bill como su madre no entenderían, no tenía prisa por irse a su casa.

Había ido con Richie y Beverly al Arcade a perder un rato de hocio, abundante en el verano. Sin embargo, ninguno vio se fijó demasiado en la hora y solo se dieron cuenta una vez el dueño los tuvo que echar.

Lo bueno era que el pueblo era una taza de leche.

Por esas cosas que su mente no ha podido entender aún, caminó sin rumbo por el pueblo por unos minutos.

Y, curiosamente, sus pasos lo llevaron a cierta casa roja y de dos pisos que era la casa de _____ Flake.

Casualidades.

Total, que pasó cuidadosamente por aquella casa, viendo el jardín delantero de la madre del chico, con varias flores pequeñas, plantas que usaba para cocinar después y algunos árboles pequeños que carecían a los costados.

Por eso es que siempre tenía un leve olor a lavanda o a eucalipto.

Nunca creyó en el destino, pero esto ya era demasiado; sentado a unas cuantas casas más allá, en una en donde se veían distintas luces de colores y se escuchaba música acoplada contra las ventanas, se encontraba él.

El Imperio romano de Bill.

Estaba sentado en la acera frente a la casa, con una chaqueta café oscura que se veía abrigada, encogido y mirando el suelo, jugando a mover las piedras del suelo con una ramita seca.

Ahí, en donde las luces de la calle le daban un aire cálido pero melancólico, logró observar con mayor detenimiento su tersa piel, y como ésta ya no se veía tan pulcra como pensó al inicio.

Tenía varios cortes menores, como si se los hubiera hecho con ramas o algo así.

Tenía los nudillos también rotos, con cicatrices y costras recientes en ellos.

Suspira. Necesita saber qué fue eso del otro día.

Camina lentamente, fijándose en su mirada baja y su expresión casi triste, muy distinta a la de días anteriores y que manchaba la visión que Bill tenía de él.

Manchaba esa colorida persona brillante y carismática a una solitaria y apagada.

No le gustaba verlo así.

No quiere hablarle directamente, pues no sabe qué decirle; prefiere que él parta la conversación.

Se sienta, y mira la noche con millones de pequeños destellos en el manto oscuro del cielo.

El otro lo mira, algo asustado por el repentino sentimiento de compañia, pero se relaja al ver de quien se trata.

Esboza una sonrisa e imita su sonrisa, mirando el cielo.

─No bromeabas cuando decías que el pueblo era pequeño... ─lo mira─. ¿Viniste a ver a Eddie?

─No. Te vine a ver a ti.

. 𝐀𝐍𝐄𝐔𝐑𝐘𝐒𝐌 ⭒๋࣭ ⭑ bill denbroughDonde viven las historias. Descúbrelo ahora