Capítulo 3

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Run, Joey, Run...

No dejes que te atrapen, no dejes que te detengan

No dejes que te descubran


La brisa susurraba entre las ramas al compás de mis cuidadosos pasos. Intentaba no perder de vista al chico de la cámara quien, escurridizo como un gato asustado, se movía entre la maraña de matorrales, helechos y árboles retorcidos del bosque.

Desde donde me encontraba apenas podía distinguir su figura agazapada y temblorosa, como si todo su cuerpo estuviera a punto de colapsar bajo el peso de su propio nerviosismo. Los rayos del sol se filtraban entre el follaje, proyectando sombras irregulares que lo envolvían, dándole un aire más espectral y frágil. A cada movimiento suyo crujían las ramas secas del suelo, resonando con un sonido sordo que delataba su apresurado e inestable avanzar.

Tropezaba consecutivamente con sus propios pies mientras se internaba más y más en el bosque, alejándose de la vista del instituto. Parecía un extraño aquí dentro; movía la cabeza con un sentido de la orientación muy vago. 

Sino conocía el lugar, ¿por qué se metió pensando que podría salvarse?

Si en verdad era nuestro espía, ¿pensó que nos perdería en este sitio?



Sus manos, crispadas y temblorosas, apretaban con fuerza la correa de la cámara que colgaba alrededor de su cuello, como si esa pieza de metal y vidrio fuera lo único que lo mantenía anclado a la realidad. Se detenía a cada pocos pasos, girando la cabeza bruscamente, como un animal acorralado que buscaba desesperadamente una salida. El sudor se agrumeraba en su frente y podía distinguir cómo sus ojos se movían frenéticamente de un lado a otro, evaluando su entorno, intentando encontrar algún lugar seguro donde pudiera ocultarse de los acechadores que ahora lo perseguían a él. 

Observaba todo desde mi posición, oculta tras una densa capa de arbustos. 

Me separé inclusive de Liam. Cuando entramos aquí tomó un camino inusitado que me fue incapaz de seguir, pues lo perdí de vista entre una serie de ramas y arbustos. Pero, percibiendo con una buena audición las pisadas del otro chico, decidí que lo mejor era seguirlo a él. 

Si bien, entre esos arbustos no me atreví a acercarme más, ni a revelar mi presencia. Había algo en él que no encajaba, algo que me resultaba perturbadoramente familiar y, al mismo tiempo, completamente extraño. 

Miedo. Ese comportamiento era errático, casi desquiciado.

Por un momento me pregunté qué secretos escondía esa cámara que colgaba tan cerca de su pecho como un amuleto maldito que lo condenaba más que lo protegía.



Los acontecimientos que nos llevaron hasta aquí se arremolinaban en mi mente como una serie de imágenes borrosas y apresuradas. Todo porque, tras salir de la cafetería, Liam y yo lo vimos frente a los ventanales abiertos del instituto, donde se encontraba reclinado sobre uno de los peldaños, mirando hacia fuera con una liga rarísima de exasperación y nerviosismo. Estaba tan absorto en su propio mundo que no se dio cuenta de que lo observábamos nítidamente hasta que fue demasiado tarde.

El impacto fue instantáneo. Sus ojos negrísimos se encontraron con los míos y, por un segundo, toda la energía que contenía pareció fragmentarse. Lo vi inhalar bruscamente, como si el aire se le hubiera atascado en la garganta, y sus manos apretaron con más fuerza la cámara. Pero cuando su mirada se desvió hacia Liam, lo que era nerviosismo se transformó en puro pánico. 

¿QUIÉN NOS ACECHA?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora