Capítulo 16

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Oh, Josh


Cuando entré al aula, pedí disculpas por mi tardanza e ignorando los comentarios y risitas de mis compañeros fui al fondo, tratando de sacudirme aquella inquietud de la conversación anterior con la esperanza de que la familiaridad de las paredes y la rutina de la lección me ayudaran a encontrar algo de calma.

Sin embargo, en cuanto tomé asiento, mis pensamientos volvieron al profesor Walters, al modo en que sus ojos se habían desviado al final del pasillo y a la intensidad de su voz al advertirme que me guardara el hecho de estar sola. Su preocupación parecía dirigida hacia un peligro invisible, como si supiera algo que yo ignoraba pero que ya comenzaba a manifestarse de forma sombría en mi mente.

Cada palabra de la lección se iba diluyendo en un murmullo monótono mientras mi mente tejía conjeturas. Intentaba aferrarme al lápiz en mi mano y a las frases en el pizarrón, pero a cada instante el rostro del profesor Walters surgía en mis pensamientos, y, tras él, aquella advertencia como una sombra ominosa. Recordé también la demanda de Clarice, exigiendo que el profesor se reuniera con ella después de terminar su clase y esa fue una petición que él había aceptado de una manera qué, ¿extrañamente complacida? ¿U obligada?

La posibilidad de que ambos supieran algo me resultaba tan inquietante como frustrante.



Mientras el reloj avanzaba el aula me fue pareciendo más irreal, como si, por alguna razón, yo también fuera una intrusa en aquel espacio que hasta ahora me había sido familiar. Sentía un entramado oscuro de hilos que se me escapaba pero que intuía cada vez más cerca, enredándome, enmarañándome en un misterio que aún no comprendía pero que me rodeaba, especialmente allí, en Eerievale. Me convencí de algo: no dejaría que el profesor Walters evadiera mis preguntas otra vez. Me estaba ocultando algo, y ahora yo necesitaba saberlo.

Necesitaba descubrir qué secreto tan profundo lo hacía ponerse tan nervioso.



Llegó la hora de salida, y, como en un trance, comencé a recoger mis cosas, con un movimiento lento, casi automático, pero sintiendo una resistencia interna que me retenía. Normalmente habría deseado salir del edificio, escapando de la rutina, del eco de las voces con las acusaciones estúpidas de mis compañeros, y del aroma a polvo y papel que impregnaba los pasillos. Pero hoy algo me ataba allí, era un nudo en el estómago que me impedía avanzar.

Me invadió un malestar intangible que hacía que la salida me pareciera menos una liberación y más un corte con algo que quería seguir explorando.

El aire en los pasillos se sentía denso y noté un cambio en el comportamiento de mis compañeros. Sus voces eran júbilos altos en torno a la fiesta de Halloween, sus pasos, apresurados, y la felicidad en sus expresiones era tan inusual como molesta.

¿Por qué no podía sentirme como ellos?

¿Por qué mi vida tenía que ser distinta si estábamos en las mismas etapas de vida?

Me pregunté si ellos también sentían aquella atmósfera tensa que yo por aquí o si eran las palabras de advertencia del profesor las que ahora me hacían ver sombras y señales donde probablemente no había nada y solo era mi mente ansiosa la que me jugaba un mal juego.

Consideré buscarlo y pedirle explicaciones, pero sabía que aquello era imposible. Ahora mismo debía estar de camino a la oficina de la directora para hablar con ella, y aunque no sabía el motivo de su reunión, una extraña certeza me indicaba que, de alguna forma, aquello tenía que ver conmigo.

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