Capítulo 4

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Y ahora, ¿cómo le digo sin que explote?

Mierda, mierda. 

¿Cómo llegaron estas fotos aquí?


—¿Qué viste, Leah? Solo dilo.

Su voz me sacó de mi ensimismamiento. Tomé aire y tragué saliva. El miedo se enredaba en mi garganta como hiedra venenosa. No quería que esto saliera de esta manera, considerando que podría avivar aún más su hostilidad.

Pero ya no podía retroceder.

—Son fotos, pero... de nosotros en varios lugares. En la cafetería, aquí, desde que Will apareció muerto, cuando empezamos a investigar juntos. Y... también hay algunas fotos de ese día en la casa de Alex, cuando casi morimos.

Liam me miró como si hubiera dicho la cosa más absurda del mundo.

—¿Fotos de ese día? —Repitió con incredulidad, soltando un bufido—. ¿Me estás diciendo que este idiota tiene fotos de lo que pasó en esa maldita casa?

—Si no me crees, ven y míralas tú mismo.

—No hace falta —respondió con una expresión vacía.

Esos ojos brillantes me miraban tan fijo, que no supe que sentir al respecto, pero su respuesta me revolvió algo bien dentro.

De pronto volvió su mirada al chico, que yacía en el suelo, jadeando, claramente atemorizado.

—¿Cómo las conseguiste, imbécil?

—¡Yo no... no sé de qué están hablando! —gimió con su voz quebrada y llena de pánico. Se retorció bajo el peso de Liam, con sus ojos vidriosos buscando los míos, como si esperara que lo ayudara de alguna manera.

Liam sonrió.

—A ver, Leah, querida, ven a refrescarle la memoria. Creo que se golpeó fuerte o el miedo lo está haciendo olvidar todo. Acércate, muéstrale.



Por inercia caminé y me incliné al compás de su figura, seria, pues también empecé a sentirme confundida por lo que veía. No sabía ni cómo determinar su juicio.

Me aseguré de que mirara bien la pantalla y empecé a pasar foto tras foto.

La expresión del chico era una en la que no daba tregua a la molestia por ser descubierto, sino, más bien, a una confusión extremadamente notoria, lo que me pareció extrañísimo.

¿Por qué se sorprendía de lo que él mismo retrató?

Me miró y pude sentir cómo el pavor se arrastraba de él a través de sus ojos enrojecidos.

—Yo no tomé esas fotos, te lo juro. Yo no estuve en ninguno de esos momentos, no sé... no sé cómo llegaron a mi cámara.

—¡Suficiente! —Exclamó Liam. Se inclinó y lo elevó del suelo, lo volteó y se encargó de que ambos se miraran fijamente—. A ver, principito elusivo, ¿cómo te llamas?

—Joey —contestó el chico, jadeante.

Liam sonrió, soltándolo de golpe. Empezó a caminar varios pasos hacia adelante, luego se detuvo y se volteó, mirándolo... muy... atentamente. 

—Bien... Joey —habló con una calma aterradora, pronunciando su nombre lentamente, casi como si disfrutara del juego de llamarlo así—, voy a tratar de pedírtelo de una manera más amable, a ver si así aflojas.

¿QUIÉN NOS ACECHA?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora